Cardenal Francis George, O.M.I.

Inmigración y nuestras leyes

sábado, julio 31, 2010

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La semana pasada viajé en compañía del Obispo Gustavo García y de dos sacerdotes de la Arquidiócesis al sureño Estado de Michoacán, México, con el fin de conocer el lugar donde han nacido muchos católicos de origen mexicano de la Arquidiócesis de Chicago. La visita fue de carácter pastoral. Cuando el Arzobispo Alberto Suárez Inda, Ordinario de Morelia, Michoacán vino a visitarnos a Chicago me invitó a devolverle la visita. La visita también fue informativa. Hablé con muchos obispos y con otros líderes pastorales y funcionarios civiles con el fin de que me ayudaran a comprender la situación que viven las personas en Michoacán y por otro lado ayudarles a entender cómo son las vidas de sus amigos y familiares que han venido aquí. Por último, la visita fue religiosa, con una peregrinación a la Catedral de Morelia y después al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México.

En México, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es omnipresente. La Santísima Virgen María se le apareció a San Juan Diego en 1531 en lo que hoy es la Ciudad de México y desde entonces ha sido fundamental en la historia de México. Antes de que apareciera, diferentes pueblos y etnias habitaban lo que hoy es México. Cuando apareció, Nuestra Señora de Guadalupe creó un pueblo.

Mientras oraba y pensaba en María en su santuario en la Ciudad de México, me pregunté qué cosa creó al pueblo estadounidense, qué es eso a lo que todos los estadounidenses nos referimos a la hora de pensar en nuestra identidad. Podría defenderse la hipótesis de que ese factor es la ley. La ley nos creó como pueblo. Nuestra identidad como pueblo la tomamos de nuestra relación con la Constitución y la propia identidad ante la ley es una fuente primaria de la propia valía personal y de la propia relación con los demás. Los mitos de la colonización del Oeste se basan en la llegada de la ley a una tierra salvaje e incivilizada. Los procesos legales constituyen gran parte de nuestras noticias. Aún cuando tenemos una gran diversidad en cuanto a la cultura, el lenguaje, la religión y las clases económicas, existe algo que todos tenemos en común: la ley. Somos una nación de derecho. En los Estados Unidos, la ley desempeña el papel que la Virgen de Guadalupe tiene en México.

El punto más irritante en el actual debate sobre la inmigración es la situación de ilegalidad de muchas de las personas que residen en nuestro país. Uno puede conceder que la mayoría son respetuosos de la ley, que la mayoría contribuye a la economía y son buenos con sus familias, que la mayoría paga impuestos y están integrados a la estructura social de nuestras ciudades y parroquias; pero si están aquí de manera ilegal, eso continúa siendo el indicador más importante de quiénes son. Su condición ante la ley es más que un hecho; es un símbolo de su valor.

En el debate actual sobre la reforma a las leyes de inmigración, los obispos de EE.UU. han dejado claro que no están a favor de la inmigración ilegal. Nadie tiene el “derecho” de entrar en el país de otro de manera ilegal. Sin embargo nos encontramos con una situación causada por la manera inefi- caz que ha tenido nuestro propio gobierno para proteger las fronteras de nuestro país durante muchos años. Las causas de la inmigración ilegal son muchas. Los que vienen de fuera buscan aquí una mejor vida o un mejor trabajo y los empleadores importan a los trabajadores que necesitan. Con frecuencia nuestro gobierno no ha sido capaz, o no ha tenido la voluntad, de detener el flujo de trabajadores, desviando la mirada hacia otro lado porque, de hecho, su mano de obra ha ayudado a nuestra economía. Ahora se nos dice que hay un total de 12 millones de hombres, mujeres y niños en nuestro país que no están aquí de manera legal.

Frente a ese hecho, los obispos de EE. UU. han pedido una reforma a nuestras leyes, una reforma que sólo puede lograrse a nivel federal. La reforma debe comenzar cuidando que se dé el respeto básico que se debe a todos los seres humanos, sin importar su condición ante la ley. También debe ofrecer un camino hacia la ciudadanía para la gran mayoría de individuos que son respetuosos de la ley ahora y debe separar para su deportación a cualquiera que sea criminal. El camino para obtener la ciudadanía tiene que comenzar con un registro ante el gobierno, de modo que los que se encuentran aquí sin documentos legales puedan empezar a vivir en el lado correcto de la ley. Dado que la reforma no debe ser una amnistía, es muy probable que deba incluir el pago de una multa por entrar de manera ilegal en nuestro país, tener disposiciones para el aprendizaje de nuestro idioma común, el inglés y el estudio de las leyes básicas de nuestro país. Estos y otros posibles elementos de una reforma a las leyes de inmigración que afectará a aquellos que quieren vivir aquí de manera permanente, necesitan debatirse públicamente.

Parte de la reforma de la ley de inmigración podría incluir un programa de visas temporales para trabajadores que no tendrían su residencia permanente en los Estados Unidos. Un suministro adecuado de estos visados contribuiría a reducir el tráfico ilegal de personas a través de la frontera, que ha hecho de éste un lugar de tráfico de seres humanos, de comercio de drogas y de violencia. La otra parte de este programa sería un sistema de verificación de empleo a nivel nacional que permita al Gobierno asegurarse de que los empleadores contratan sólo a los trabajadores que están aquí legalmente. Este sistema tendría que ser cuidadosamente vigilado, con las garantías legales apropiadas, tanto para los trabajadores como para los empleadores.

Estas son las sugerencias que los obispos han presentado con la esperanza de influir en el debate público sobre la inmigración y las leyes que la regulan. Por último, no estamos hablando sólo de la ley, sino, más importante aún, de personas. Los obispos de EE.UU. han dicho que la presencia hispana en nuestro país es una bendición. La mayoría de ellos son de la familia de fe. Nos sentimos en casa con ellos, en su casa o en la nuestra. Tenemos una madre común, Nuestra Señora de Guadalupe. Pido a la Virgen que nos ayude a ser justos los unos con los otros en términos jurídicos y que nos guíe a amarnos unos a otros en la Iglesia.

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