Yamile Santiago-Casiano ayuda a Eliana y Esai Casiano a coronar a Ntra. Sra. De la Divina Providencia en noviembre de 2017. Foto: Julie Jaidinger/Catolico
Este año, la festividad de Nuestra Señora de la Divina Providencia, que convoca bajo su manto a la comunidad puertorriqueña, pero se abre a todos los fieles de Latinoamérica, se llevará a cabo el 15 de noviembre, con una santa misa en el templo San Luis Gonzaga, en 2300 W. Le Moyne St. en Chicago. La misa dará comienzo a las 7:00 p.m. Al día siguiente, la mañana del 16 de noviembre, se llevará a cabo el desayuno en honor a Nuestra Señora de la Divina Providencia en el centro Monseñor Thiele, en 1510 N. Claremont, en Chicago. La contribución para el desayuno es de 35 dólares. La misa, abierta para todos, se caracteriza por la calidez de la música donde imperan los ritmos afrocaribeños y la devoción de los feligreses. El ambiente suele ser festivo y lleno de fraternidad. En su columna del mes de noviembre para Católico, el padre Claudio Díaz Jr. escribe: “Cuando los primeros puertorriqueños vinieron a esta realidad con sus sistemas tan complejos, con su racismo rampante, con sus crudos inviernos y actitudes tan frías, en un momento dado también se sintieron perdidos. Los coquíes ya no acunaban a sus niños, las estrellas ya no velaban por su sueño, los vecinos no se conocían y las guaguas se convirtieron en el “L” train. Por un momento quizás nos sentimos perdimos”. El padre Claudio añade que “fue precisamente en ese instante histórico cuando desde la isla del encanto nuestra tan excelsa madre (Ntra. Sra. de la Divina Providencia) nos tomó de la mano y nos dio identidad en el duro exilio cultural del momento. Providencia se convirtió en un símbolo de patria para todos los puertorriqueños, especialmente para aquellos fuera de la isla. Dio identidad a la diáspora boricua en los Estados Unidos; casi cinco millones de nosotros. Providencia no se limitó a ser una devoción popular entre los burguesitos isleños, los blanquitos y la nobleza isleña; fue madre para todos, capitalinos y jibaritos, blancos y negros, ricos y pobres, convirtiéndose, fuera de la isla, en todo aquello que es familiar para nosotros; nuestra música, nuestras tradiciones, nuestra comida, y nuestra realidad”.