Estados Unidos

El clamor de Cristo en el migrante nos urge

Por Redacción Chicago Católico
martes, febrero 28, 2017

Miembros de una familia reúnen en El Paso, Texas, durante una reunión masiva llamada "Abrazos, No Muros" el 28 de enero. A unas 375 familias separadas por asuntos de inmigración se les permitió reunirse por algunos minutos a orillas del Río Bravo. (David Maung/CNS)

Los saludamos con alegría desde la Basílica de San Juan del Valle, ubicada en la diócesis de Brownsville, Texas, los obispos, sacerdotes, religiosas y laicos que estamos participando en el primer Encuentro bianual Tex-Mex, que ahora ha incluido más diócesis fronterizas tanto de Estados Unidos como de México.

En este momento difícil de nuestra historia, escuchamos el clamor de nuestros hermanos migrantes, en quienes escuchamos la voz de Cristo.

Jesús, María y José como inmigrantes y refugiados, buscaron un lugar para vivir y trabajar, esperando una respuesta de compasión humana. Hoy, esta historia se repite, esta mañana visitamos centros de detención, y lugares de atención, particularmente a madres, adolescentes y niños migrantes. Este tipo de centros son descritos como lugares que reflejan condiciones intolerables e inhumanas donde constatamos la exigencia evangélica: “Porque fui forastero y me recibiste, tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25,35-36).

A través de los años, hemos visto de primera mano el sufrimiento causado por un sistema de inmigración roto, causado por las condiciones estructurales políticas y económicas, que generan amenazas, deportaciones, impunidad y violencia extrema. Esta situación acontece tanto en relación entre Centroamérica y México, como entre Estados Unidos y México.

Hemos presenciado el dolor, el temor y la angustia de las personas que han venido a nosotros, que tienen que vivir entre nosotros en las sombras de la sociedad. Muchos han sufrido explotación en el lugar de trabajo, han vivido bajo la amenaza constante de deportación y han soportado el peso del temor de una posible separación de sus familiares y amigos.

Esta realidad está siendo hoy muy marcada, ante las medidas que las autoridades civiles están tomando, pues palpamos el dolor de la separación de las familias, pérdida de trabajo, persecuciones, discriminación, expresiones de racismo, deportaciones innecesarias, que paralizan el desarrollo de las personas en nuestras sociedades y el desarrollo de nuestras naciones, dejándolas en el vacío y sin esperanza.

La inmigración es un fenómeno global de condiciones económicas y sociales, de pobreza e inseguridad, causando directamente el desplazamiento de poblaciones enteras, de familias que se sienten sin otras opciones para sobrevivir. El migrante tiene derecho a ser respetado por el derecho internacional y por cada país. Porque muchas veces, se encuentra entre la espada y la pared, ante la violencia, la criminalidad, las políticas inhumanas de gobiernos, y la indiferencia del mundo.

Independiente de su condición migratoria, los migrantes, como toda persona, poseen una dignidad humana intrínseca que debe ser respetada. Es común que sean sujetos a leyes punitivas y al maltrato por parte de las autoridades, tanto en países de origen, como de tránsito y destino. Es necesaria la adopción de políticas gubernamentales que respeten los derechos humanos básicos de los migrantes indocumentados.

Nosotros como obispos, continuaremos siguiendo el ejemplo del papa Francisco, buscaremos construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación.

Reiteramos como Iglesia, nuestro compromiso de atender y cuidar a los peregrinos, forasteros, exiliados y migrantes de todo tipo, afirmando que todo pueblo tiene el derecho a condiciones dignas para la vida humana, y si éstas no se dan, tiene derecho a emigrar (papa Pio XII).

A través de Caridades Católicas en Estados Unidos, y de las diversas casas de migrantes en México, continuaremos ofreciendo un servicio de calidad a los migrantes, que implica lo espiritual, lo legal, la asistencia material, y familiar.

Así mismo mantendremos nuestra presencia constante en campos de detenciones, casas y centros de asistencia a migrantes desde la frontera sur de México hasta todo Estados Unidos.

Además, hay organizaciones laicales reconocidas que trabajan comprometidamente apoyando integralmente a los migrantes.

Esto, sin dejar de mencionar a tantas familias en México y Estados Unidos, que asisten, atienden y apoyan a migrantes en el camino, abriendo su corazón y sus hogares.

Pero, aún con estos esfuerzos, no podemos dejar a un lado lo que nos sostiene, que es la oración, y la presencia tan significativa de nuestra madre, nuestra señora de Guadalupe, que ha acompañado al migrante y a nuestros pueblos desde 1531 hasta nuestros días. Y por ello pedimos, a todas las personas de buena voluntad, unirnos en estos esfuerzos, y en la oración sencilla, “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Amén.

15 de febrero, de 2017, San Juan, Texas, Estados Unidos.

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