Durante los días del 17 al 27 de febrero se llevó a cabo una peregrinación a los Santuarios Marianos de Europa, incluyendo no solamente parroquianos de Nuestra Señora de la Unidad (Santa Elena, Santo Rosario y San Luis Gonzaga) en Chicago, sino también miembros de la comunidad de San Juan Diego, en Arlington Heights, entre otras. Al encontrarnos en el aeropuerto se respiraba un aire anticipatorio y festivo. Se sentía la expectativa de lo novedoso dentro de un marco espiritual. Nuestro viaje nos llevó a Estambul, Turquía, donde transbordamos hacia Lisboa, en Portugal. La excitación era palpable y todos teníamos la misma misión: identificar lo que llevamos con nosotros a la peregrinación, recibir lo que encontramos en los santuarios y traer con nosotros lo recibido. Varios fueron los puntos de visita: el monasterio de San Jerónimo en Belén, el monumento a Cristo Rey, la Universidad de Coímbra, Fátima, León, Burgos y más. En esta columna deseo revisitar tres momentos de nuestro peregrinar. El Santuario de Fátima, a pesar de su sencillez, es impresionante. Cuenta con tres edificios principales: la capilla de las Apariciones, la Basílica Antigua y la Basílica Moderna con capacidad para 8,000 personas. En la capilla de las Apariciones rezamos el santo rosario en varios idiomas, cuyo segundo misterio fue presidido en español por una de nuestras peregrinas. Igualmente, varios de nuestro grupo cargaron el anda con la Virgen de Fátima hacia la Basílica Antigua. Era la vigilia de la fiesta de los pastorcillos Francisco y Jacinta. Tuvimos una procesión con velas, que iluminaron el camino de los peregrinos hacia la Basílica y llenaron con su humo las bóvedas del templo. Bajo este velo de humo hubo varias experiencias y movimientos del espíritu… Era, simplemente, el vestíbulo del cielo. En nuestra trayectoria, llegamos a Santiago de Compostela en España. A la entrada yacía un hombre indigente durmiendo bajo un gran relieve-escultura en forma de una concha: símbolo de los peregrinos que van a Santiago de Compostela. Parecía un nicho que guarecía a un santo. A la entrada se levantaba el altar mayor “sin pena ni justificación”, siendo el centro del edificio, desplegando imágenes gargantuezcas, policromadas y todo cubierto en hoja de oro. Visitamos la tumba de Santiago (San Tiago) apóstol y le dimos un abrazo a la imagen del mismo ubicada en la cúspide del retablo, pidiéndole un deseo. Yo la pedí por la prosperidad de mis parroquianos de Nuestra Señora de la Unidad, mi parroquia, aquí en Chicago. El camino hacia Lourdes, de España a Francia, nos presentó imágenes sumamente pastorales y bucólicas: las casitas blancas, el verdor de sus alrededores, su ganado, sus colinas cubiertas de niebla que parecía un velo de novia. Llegamos temprano en la noche y después de cenar rápidamente nos desplazamos raudos y veloces hacia la gruta donde se llevó a cabo la aparición de Nuestra Señora de Lourdes. Allí rezamos el rosario en diferentes idiomas. La noche estaba helada. Algunos cargaban velas y al terminar las oraciones pasamos a tocar las rocosas paredes de la gruta. Al día siguiente, tuvimos misa en el Santuario y tomamos de las aguas curativas del área. La última visita nos llevó a la Catedral de la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona, España. Pero eso será material para otra columna… La visita a los santuarios nos marcó de manera particular a la luz de nuestra devoción mariana. Algunos llevaban tristezas, preocupaciones, miedos. Todos encontramos la reafirmación de nuestro amor mariano y la respuesta a nuestras inquietudes. Todos trajimos lo necesario (sabiduría, fortaleza, valor, claridad, esperanza) para afrontar lo que nos acongojaba y gozo por las bendiciones recibidas en este caminar. Esta peregrinación fue la manera perfecta para el recibimiento de la Pascua. ¡Que Dios Todopoderoso nos permita a través de la devoción a su madre, llegar a ver, algún día, el rostro de su divino Hijo!