Las sombras agrupadas cubrían la ribera crepuscular (…) Sin violentar el aire, sin despertar los ecos en su batel mortuorio llego Caronte- “Arriba” estremeció su grito glacial toda la riba. La resurrección de nuestro Señor Jesucristo nos garantiza la vida eterna. Realidad que podemos ver en el dogma de la Asunción de nuestra Bienaventurada Virgen María. En la primera lectura de la mencionada fiesta vemos cómo el hijo de Dios es llevado ante el trono del Altísimo, reconocido como Rey, Mesías y Salvador del mundo: el alfa y el omega, el principio y el final de los tiempos y la cúspide de la historia de la salvación. Su madre, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada como una reina, asiste con su maternidad, libremente y con integral cooperación, con la salvación del mundo. Si Dios quiso venir a su pueblo como un ser humano, tenía que nacer de una mujer. Y esa mujer se llama María. La muerte, el pecado y el maligno no tuvieron parte en su vida, puesto que ella, la nueva arca de la alianza, llevó en su vientre la luz del mundo, y al dar a luz compartió esa misma luz con la humanidad, sin ser tocada por la muerte, el pecado y el maligno. Las sombras asaltaron la embarcación (…) Quedaba en ella sitio, no más, para una persona. Caronte: “Decid -habló el barquero postrer- decid los méritos que en este trance os pueden lograr mi preferencia.” La segunda lectura de esta fiesta reafirma la primicia de todos los muertos en la resurrección de Cristo. Entendemos por palabras de san Pablo a los Corintios que todo se consumará, se completará y se presentará al Padre como los frutos de una nueva creación; aniquilando todo lo que es pecado, oscuro, todo lo que es muerte. Un signo de esperanza, luz y vida lo vemos en María, según el evangelio del día que narra su visita a su prima Isabel. Las sombras disputaban su póstuma excelencia (…) “Los hombres temieron a mi bravura.”(…) “Me sorprendió la muerte cuidando a los enfermos.” “Yo fui monarca.” “Fui poeta genial, ignoto y magno.” Caronte ya impaciente se movía en la barca. Vemos como el primer movimiento de María al conocer y aceptar la voluntad de Dios fue el servicio. Sin titubear, María se dispone a asistir a su prójima, santa Isabel, en completar su embarazo. Su llamado fue uno de servicio y apoyo a los demás. Por su lado, vemos a santa Isabel, llena de luz por su maternidad de san Juan bautista, reconociendo la luz del mundo en el vientre de María, quien en respuesta entona el cántico del Magníficat, indicándonos como la mano de Dios se ha revelado en su vida haciendo maravillas y como tendrá en mismo efecto en todos aquellos que creen en el Altísimo. Su cántico es de victoria, de esperanza para todos, tornando las expectativas del mundo en un nuevo sistema basado en el amor. Su cántico es de gozo por lo que Dios puede hacer por su pueblo. Al final su discurso se convierte en una declaración del amor de Dios hacia ella y hacia los que tienen fe. ¿Y el resultado? Su asunción al cielo en cuerpo y alma… Todos sabemos que es el amor lo que puede cambiar corazones, cambiar el curso de los eventos y eventualmente el darnos la salvación. Seremos juzgados por la cantidad de amor que dimos y que recibimos… Que la fiesta de la Asunción nos permita la esperanza de que algún día podamos decirle a Dios “He amado mucho” y que él con tierna disposición nos acepte en su gloria. Y entonces una sombra, más leve que las huellas de un sueño, liviana, tan incorpórea y diáfana se acercó a la barca. “Habla”, grito Caronte (…) Cual si la sombra fuera a disolverse en llanto (…) dijo con voz humilde: “Señor ¡he amado tanto!” Y decidió Caronte sencillamente: “¡Sube!” Fragmentos del poema “La preferida”, de Rafael Alberto Arrieta