Padre Claudio Díaz Jr.

Tres fuegos, una sola Cuaresma

viernes, febrero 2, 2024

En el cuento-obra de teatro Los soles truncos del finado escritor puertorriqueño René Marqués, se utiliza la imagen del fuego cuando al final de la misma las hermanas Burkhart queman la dilapidada casona del viejo San Juan donde vivían, buscando la purificación de sus faltas personales e históricas de la isla y terminando la decadencia de una burguesía criolla.   

El fuego en las escrituras siempre ha sido un símbolo muy importante. Tanto en el judaísmo como en la tradición bíblica, se reconoce en el fuego un claro símbolo teológico, haciéndolo característico de la luz como una representación de Dios para el mundo. Igualmente el fuego es visto como un vehículo de expiación por nuestras faltas o de agradecimiento por bendiciones recibidas. En el Nuevo Testamento la imagen del fuego evoluciona para representar el poder del Espíritu Santo. En sendos ejemplos vemos el fuego como un elemento con doble propósito. Ciertamente destructor y simultáneamente purificador, permitiendo el paso a una nueva realidad.

Durante los días del tiempo ordinario tenemos tres momentos que enlazan este tiempo con la Cuaresma e implican el fuego; la purificación de la santísima Virgen María o la presentación del Niño Dios en el templo (2 de febrero), la fiesta de san Blas de la Candelaria (3 de febrero) y el Miércoles de ceniza.

El episodio temprano en la infancia de Jesús, presente en el evangelio según san Lucas, combina la purificación de la madre con la consagración del primogénito. En obediencia a la ley mosaica la madre del recién nacido ofrecía un sacrificio para su purificación. Aunque la Virgen María no necesitaba de purificación, como buenos judíos ella y su esposo san José honraban lo mandatorio en este caso. Adjunto se consagraba el niño en observancia al Torá para su propia redención. Simeón y Ana pudieron “ver la luz de las naciones” que emanaba del Nino Dios y de su madre. Luz, purificación e identidad se exponían a las llamas del conocimiento y el fuego sacrificador.

En la fiesta de San Blas de la Candelaria honramos la vida de san Blas, un obispo de Armenia que fue conocido por sus curaciones a los enfermos, incluyendo los animalitos. Una vez encarcelado, milagrosamente sanó a un niño que se estaba ahogando de muerte con un hueso de pescado. De ahí que se invoque su nombre como protección en contra de enfermedades de la garganta. Su ícono siempre lo representa sosteniendo dos velas cruzadas, las cuales son utilizadas durante la bendición de las gargantas en la fiesta de San Blas. Nuevamente vemos el fuego como medio de sanación.

El Miércoles de Ceniza comienza tradicionalmente con la quema de las palmas secas del Domingo de Ramos del año anterior. El ministro, colocando las cenizas en forma de cruz, nos recuerda nuestra condición mortal y necesidad de conversión. Aquí vemos el fuego como símbolo de transformación, de regreso a los elementos primarios y de conversión, siguiendo el llamado de nuestro señor Jesucristo.

Al comenzar y vivir esta Cuaresma que comienza veamos la importancia del fuego. Primero como representación de la luz. La luz que nos permite identificar lo bueno de lo malo e iluminar nuestro camino hacia la Jerusalén celestial. Segundo, meditemos en la correlación del fuego y la sanación. El fuego purifica, cambia estructuras y entre otras cosas te obliga a decidir que es importante en tu vida. ¿Qué salvarías de tu casa si esta estuviera consumiéndose por las llamas de un fuego? Finalmente, en esta Cuaresma, reconozcamos lo que se necesita para nuestra conversión. ¿Qué debo de negarme o incorporar en mi vida para alcanzar la gloria de nuestro Padre Dios?  ¿Qué necesito para recibir el fuego que sale de un sepulcro vacío, resultado de una luminosa resurrección? Que la luz del Espíritu Santo nos llene de dones que nos alcancen un lugar en los ojos de Dios.

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