Padre Claudio Díaz Jr.

Virgen de la Providencia, ruega por nosotros

noviembre 2, 2022

Un temor fundamental de cualquier madre o padre amoroso es no saber donde se encuentra su hijo o su hija. La incertidumbre de no tener conocimiento del paradero de un ser querido, incitando la posibilidad de que estén en peligro, puede resultar en tensión, ansiedad y dolor del alma. ¿Cuántas madres no se vuelven irracionales si su hija no llama a la hora en que debe de llamar? ¿Cuántos padres no se quedan despiertos en la sala esperando a que su hijo regrese sano y salvo? Imagínense ustedes la angustia de José y de María al pasar tres días sin saber donde estaba metido su hijo Jesús.

Hermanas y hermanos, vivimos en una época donde el egoísmo, el libertinaje y el individualismo reinan rampantes. En la sociedad tan compleja y competitiva en la cual vivimos, el mensaje que pasa de generación en generación es el de ser el número uno a cualquier precio. Recordemos todos los programas de televisión donde hombres y mujeres van a extremos para ganar el premio, donde lo importante no es el trabajo en equipo sino que yo gane; primero yo, segundo yo, tercero yo y si sobra algo, yo. El objetivo en cuestión o la agenda silenciosa reside en un individualismo que divide y enajena al ser humano, poniendo en segundo lugar a la familia y a la comunidad en general. En ocasiones, debido a este sentimiento de enajenación e individualismo nos olvidamos de quienes somos y nos perdemos. Al perdernos escuchamos toda clase de voces y de mensajes que nos confunden, nos desorientan y hacen que nos perdamos. ¿Cuántas persona recién llegadas a este país primer mundista no han experimentado un sentimiento de desolación, abandono, soledad, incomprensión y extravío en esta sociedad?

Es en esos momentos donde Dios nos envía una serie de mensajes y símbolos para continuar con esta jornada… Entre ellos se encuentra la devoción a Ntra. Sra. Madre de la Divina Providencia. Cuando los primeros puertorriqueños vinieron a esta realidad y se encontraron con sus sistemas tan complejos, con su racismo rampante, con sus crudos inviernos y con su gente tan fría, en un momento dado también se sintieron perdidos. Los coquíes ya no acunaban a sus niños, las estrellas ya no velaban por su sueño, los vecinos no se conocían y las guaguas se convirtieron en el “L” train. Por un momento nos perdimos.

Fue precisamente en ese instante histórico cuando, desde la isla del encanto, nuestra tan excelsa madre nos tomó de la mano y nos dio identidad en este cruel exilio cultural en que vivimos. Providencia se convirtió en un símbolo de patria para todos los puertorriqueños, especialmente para aquellos fuera de la isla. Dio identidad a la diáspora boricua en los Estados Unidos; casi cinco millones de nosotros. Providencia no se limitó a ser una devoción popular entre los burguesitos isleños, los blanquitos y la nobleza isleña; fue madre para todos, capitalinos y jibaritos, blancos y negros, ricos y pobres, convirtiéndose, fuera de la isla, en todo aquello que es familiar para nosotros; nuestra música, nuestras tradiciones, nuestra comida, y nuestra realidad. En una isla donde impera lo real-maravilloso, donde reina el misticismo y se impone nuestra historia tan controversial, Providencia personifica la Madre de todo lo que es puro, todo lo que es bueno, y de todo en lo que confiamos.

Pero Providencia no es simplemente para los Boricuas… Ella es para todos aquellos hijos de tan hermosísima madre, especialmente para los más pequeños, para los que han perdido el camino; para los que no ven la luz al final del túnel a causa de la depresión, para los que luchan con una adicción al alcohol o a las drogas, para los que viven con SIDA, sufren de COVID o los que mueren día a día víctimas de abuso y de la violencia doméstica. Providencia es para todos. No nos dejemos caer. Agarrémonos firmemente de la mano de la Virgen y digámosle, “se tú por nosotros Virgen sagrada María.”

Imitemos al niño Dios en su imagen y simplemente abandonémonos en su regazo. Que no sea el pecado, la desolación ni la muerte los que tengan la última palabra. Que desde el templo de nuestras comunidades de fe podamos atender las cosas de nuestro Padre celestial, Dios único, verdadero y vivo con la gracia de su Unigénito Hijo y la intercesión de Maria Santísima, su divina Madre. ¡Y que viva la Virgen de la Providencia!

 

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