Padre Claudio Díaz Jr.

¡Seamos samaritanos!

miércoles, agosto 3, 2022

Lo que precipitó a un hombre joven durante el desfile del 4 de Julio en Highland Park, al norte de la ciudad de Chicago, a abrir fuego sobre un grupo de personas inocentes que disfrutaban de las festividades, fue que simplemente no reconoció a su prójimo. No supo quién era su hermano. Colocando a un lado las posibilidades de inestabilidad mental o cualquier declaración ideológica, ciertamente su acción dejó siete muertos y miles de corazones rotos. Su ceguera mental y espiritual invisibilizó al prójimo, lo hizo desaparecer convirtiéndolo en objeto de tiro al blanco. Su ceguera, su oscuridad, trajo oscuridad para otros.

En el evangelio de buen samaritano vemos algo similar, respecto a la acción de la omisión. El sacerdote y el levita no reconocieron a su prójimo. Adhiriéndose a reglamentaciones culturales y leyes de purificación, ignoraron a quien se encontraba en el camino. Para ellos, estas reglas tuvieron precedencia. Al ver a alguien desangrándose en el camino, dado por muerto, su sentido de integridad legal tuvo más relevancia que un ser humano que también era su prójimo, según las leyes judías.  No solamente optaron por la observancia ciega y poco meditada de la ley sino que prefirieron ser “del montón” a ser héroes. Para nosotros, los católicos, el prójimo es nuestro hermano y representa a todos. No podemos discriminar a la hora de hacer un favor, una caridad o simplemente un acto de justicia.

El amor de Dios, su misericordia y compasión, no fueron ejercitadas por los conocedores de ese amor; el sacerdote y el levita. Resulta irónico que es un extranjero, el samaritano, quien se convierte en el ejercicio pleno y completo de la ley. Por compasión, que es otra manera de decir por amor, el samaritano ve al ser humano en necesidad y va al rescate de un desconocido. La compasión lo movió a mejorar la situación del necesitado. Igualmente, fue por amor que Cristo muriera en una cruz. Este evangelio nos recuerda lo que Dios nos ha dado a todos y a cada uno de nosotros… La capacidad de hacer una diferencia positiva en la vida de otros. Y esta debe ser expresada desde y especialmente en lo cotidiano de nuestras vidas y en lo cotidiano de nuestros ministerios y vocación.

No se trata de gestos extraordinarios o apoteósicos. Miremos en el camino, en nuestro derredor. ¿Acaso hay un conocido nuestro en nuestras familias, trabajo o vecino acusado de un error moral o crimen? ¿Le hemos extendido la mano con un texto, una nota de apoyo o un mensaje a través de otra persona? ¿Hemos tratado de curar sus heridas con una invitación a partir el pan o una visita donde se encuentre? ¿Lo vemos..? Esto no es un capítulo de faltas o un vehículo de recriminaciones. Es simplemente el entender que todo pecador tiene un pasado y todo santo tiene un presente y un futuro. Quien mejor que un sacerdote para entender plenamente el corazón de otro hermano sacerdote.

Para Jesús el prójimo es una persona, un ser humano. No es un objeto a una premisa sino una realidad. De ahí que Dios nos envíe leyes y guías, porque Dios no es caos, es cosmos, para que le sigamos y así vivir en la plenitud de una existencia en justica y paz. Sus leyes no nos esclavizan a existir en un mundo de legalismo y moralidad acartonada. Sus leyes libremente, amorosamente, no obligan a darnos para el servicio a los demás. Dios nunca impone leyes arbitrarias. Más que prescriptivas son descriptivas del amor, la caridad y la compasión que siempre estamos llamados a ejercer. Significa ir más allá del mero deber, ser más profundos, honrando el espíritu de la ley que solamente se puede encontrar en el corazón de Dios y en el nuestro al seguirlo. Seamos samaritanos, observando la ley de Dios en nuestros corazones y abriendo los ojos al prójimo en el camino.

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