Padre Claudio Díaz Jr.

Sacerdotes de Dios… ¡Por siempre!

lunes, febrero 8, 2021

“Me postré consciente de mi vida y me levanté sacerdote para siempre”.

Juan María Vianey, Cura de Arce

 

El sacerdocio es el sacro deber de Dios a su pueblo. A través del mismo, Dios garantiza que sus hijos reciban la gracia y la dignidad de su amor. Estas realidades permiten que los sacramentos, las oraciones, la dirección espiritual y demás actos de un presbítero den a los fieles un momento de cercanía con lo Divino. El sacerdocio es un ejemplo de nobleza espiritual y de amorosa obligación. Es un llamado de Dios. De ahí que como sacerdotes seamos ungidos por un obispo en un templo y no designados o instalados por un ministro público en un edifico gubernamental. No somos meros “profesionales de la fe” sino presencia de Cristo mismo, actuando según su imagen, aquí en la tierra.

Como sacerdotes también somos hombres, seres humanos vulnerables y falibles. No somos ángeles ni seres mistificados.  Dijimos “sí” a Dios con todo lo que teníamos y somos; nuestros talentos, habilidades y bendiciones, pero también con nuestras limitaciones, desafíos y miserias personales. Aun así fue Dios quien nos llamó a esta vida llena de momentos colmados de gracia, servicio y bendición y simultáneamente, quizás, siendo minimizados, reducidos y hasta demonizados como Cristo también lo fue en su vida terrenal.  

Aun así es recordar y reafirmar quienes verdaderamente somos. No somos trabajadores sociales, ni activistas políticos. No somos celebridades ni ciudadanos con el lujo de una estricta privacidad y anonimato. Somos puentes, a veces rotos, peldaños, a veces rudimentarios, y siervos preparando la casa, en vela para la llegada del novio. He ahí el primer orden de nuestros encuentros.

El primer orden es el encuentro con Cristo. Es el confesar con nuestros labios que Cristo es nuestra luz y salvación. Es el decir “Cristo, te necesito” sin pena ni vergüenza por asumir nuestra humanidad en el conocimiento de un Dios que nunca se cansa de perdonar. Es el no darnos por vencidos ante los grandes desafíos que a nuestra generación sacerdotal nos ha tocado vivir: los escándalos de algunos de nuestros hermanitos presbíteros, esta terrible crisis de salud, este ambiente tan pesado de racismo, de violencia social y de muerte física y espiritual.

Es sencillamente en el encuentro con Dios, no en las motivaciones altruistas, no en proyectos magnánimos, ni siquiera en el mundo de grandes y complejas ideas, en donde encontramos lo que nos pueda rescatar de lo anteriormente mencionado. Lo que nos da la orientación, lo que nos salva de ser una conciencia aislada, y por ende incompleta, es la acción misteriosa del resucitado y la aceptación plena de su amor. Hay que mantener viva la llama del amor. Esto comienza experimentando la salvación de Cristo, servir a su pueblo que está hambriento, evangelizándolo con enjundia, pasión y plena vida en el Espíritu. Es venciendo el mal a fuerza del bien.

El segundo encuentro es con el pueblo que Dios nos ha dado. Como sacerdotes somos pastores de todas las ovejas que se nos han encomendado, incluyendo las descarriadas. No podemos ser pastores mercenarios ni con mentalidad de club sirviendo solamente a un grupo. Hay que estar cerca de la vida de la gente. Hay que mirar el rostro del pueblo dejándole saber que Dios siempre está disponible. Y esto con la esperanza de que algún día nosotros podamos ver el rostro de Dios.  Si ayudo a alguien a alcanzar a Dios justifico mi existencia.

El tercer orden reside en el encuentro los unos con los otros como hermanos sacerdotes. Ahora más que nunca tenemos que unirnos como presbiterado para caminar juntos en estos tiempos difíciles. Esto implica el vernos más, el hablarnos más, el entendernos más y el apoyar a aquellos que lo necesiten más. Esto nos lleva a tener esos momentos con intencionalidad, alegría, audacia, yendo a contracorriente de ideas que deseen tergiversar nuestra identidad sacerdotal o la riqueza de ser únicos, diferentes y diversos. Es acercarnos con una vida transfigurada en la presencia de Dios y confiando en la esperanza de que Jesús proveerá. Me siento orgulloso del presbiterio de Chicago en donde se encuentran grandes servidores en diferentes capacidades y ruego a Dios que continúe enviando más servidores a la vendimia. ¡Que sea Cristo nuestra consigna, nuestra esperanza y nuestra salvación!

“Si el sacerdote supiera lo que es moriría instantáneamente”. Juan María Vianey, Cura de Arce.

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