Padre Claudio Díaz Jr.

Tu corazón, tu alma y tu mente

jueves, octubre 29, 2020

Cumplir la ley de amar a Dios y al prójimo no es un pensamiento original de Jesús. Este concepto ya se ha presentado en las Escrituras hebreas anteriormente. Sin embargo, Jesús presenta algo único, sin precedentes. Jesús establece que no podemos tener uno sin el otro. Al igual que los dos rostros en una moneda van juntos, o como el sujeto frente a un espejo y su reflejo, son indivisibles, una realidad.

El amor de Dios es fundamental para nuestra identidad. Esta es la fuerza que impulsa a orar mientras intentamos comunicarnos con lo divino. Nos lleva a celebrar la Eucaristía donde somos iluminados por Su Palabra y alimentados por Su Cuerpo y Sangre. El amor de Dios nos obliga a recibir los sacramentos; Eucaristía, Matrimonio, Reconciliación. Es solo en el encuentro con lo divino donde descubrimos quiénes somos como seres humanos. Nos permite ser para lo que fuimos creados y, en última instancia, es el amor de Dios lo que nos salva. El amor de Dios es la liberación, la libertad y la santidad.

Pero no nos equivoquemos, la religión no es una forma de escapismo donde tratamos de cubrir todo con la “santidad” de las flores, el incienso y el resplandor de las velas. Tal santidad es una ilusión. Entonces, ¿cuándo ejercemos la verdadera santidad? Solo sucede cuando mostramos respeto por el ícono de Dios y el amor por el ícono principal de Dios que es Jesús encarnado entre nosotros.

El amor de nuestro prójimo es nuestra respuesta a nuestro amor a Dios. Cuando amamos a nuestro prójimo llegamos a un acuerdo con nuestra propia humanidad, es como decir “Quiero ser tratado de la misma manera en que trato a los demás”. Cuando amamos a nuestro prójimo, hacemos todo para acercarlo a Dios.

Esta idea es la base de cualquier matrimonio cristiano; cada individuo debe hacer todo lo que esté a su alcance para traer la redención a su cónyuge. Al amar a tu prójimo le está dando a ellos lo que quieres para ti; ser tratados con dignidad, recibir la paz de sus semejantes y ser recipientes de compasión cuando sea necesario.

Amar a tu prójimo puede ser una empresa desafiante. Todos tenemos un vecino inquisitivo. Todos conocemos al compañero que se dedica a todo tipo de correcciones irrelevantes, mientras que sus hijos son maleducados, o simplemente el compañero de trabajo que nos saca fuera de quicio. Mostrar amor en estas circunstancias es terriblemente difícil y requiere mucha demanda. Amar a nuestro recién nacido es muy fácil, es casi instintivo. Amar a nuestro vecino cuya verja está pintada de verde fluorescente es ser una historia diferente. Pero estamos llamados a amar sin discriminación ni distinción de la misma manera que Dios nos ama. Ahora, cómo amar a nuestro prójimo, especialmente el antagónico, es material para otra homilía.

No podemos llamarnos cristianos y rechazar a nuestro prójimo. Hubo solo un rechazo existencial, el que pagó el rescate por todos nuestros pecados. Debemos amar a nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y permitir que el amor de Dios haga el resto.

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