Padre Claudio Díaz Jr.

Dos palabras

miércoles, septiembre 30, 2020

Uno de los muchos dones que Dios le ha dado a su pueblo es lo que en las escrituras paulinas se conoce como “libre albedrío”. Somos libres de elegir. Tenemos la capacidad de determinar nuestras acciones, arrepentirnos y cambiar el curso de nuestra vida. También somos libres de elegir nuestras palabras y de darles significado, seriedad, con nuestras acciones.

Nuestras acciones deben coincidir con nuestras palabras. Nuestras palabras deben estar en armonía con nuestros hechos. Solo así las palabras adquieren significado, comprensión, resonancia y gravedad. Tienen significado y comprensión en la medida en que son tangibles, concretas. Tienen resonancia y gravedad, peso, siempre que puedan ponerse en acción. Solo en tales palabras cobran vida. Solo así la palabra se hace carne.

En el evangelio según San Mateo, capítulo 2, versos 28 al 32 vemos dos palabras dadas. Dos hijos han sido convocados e invitados a trabajar en el viñedo de su padre.

El primero da una respuesta clara y negativa (“No lo haré”), sin excusas, sin justificaciones, sin conflicto aparente involucrado. De muchas maneras, este primer hijo representa a los pecadores públicos, los recaudadores de impuestos y las prostitutas. Con sus acciones pueden decir “no” para tomar su lugar en la viña, pero el evangelio también dice que había lugar para cambiar de opinión, para la reconciliación, para la conversión dándoles un lugar en el campo y finalmente en la mesa del banquete. El segundo, todo diplomacia, el tipo “simplemente diciendo lo correcto”, todo condescendiente dice que sí, pero no se presenta a cumplir lo dicho, demostrando el vacío de sus palabras.

Las promesas vacías no pueden producir lo que prometieron. No pueden cumplir. Ese fue el problema con muchos de los saduceos y fariseos durante la época de Jesús. Detrás de una fachada de ortodoxia y respeto por las prescripciones y los rituales divinos, había una sensación de desprecio y auto rectitud cuando decían “sí” con los labios y “no” con las manos: “sí” a la tarea y “no” a la ejecución de la misma.

Las acciones hablan más que las palabras y esta parábola describe que para profesar nuestra creencia en Dios con palabras, debe ir seguida de acciones. Si asistimos regularmente a la iglesia los domingos, profesamos con nuestros labios cuánto amamos a Dios y mientras tanto despreciamos a nuestro prójimo, eso es palabrería, “de la boca para afuera”. Si observamos una fuerte vida devocional mientras despreciamos a aquellos que no rezan tanto como nosotros, entonces es como un hermoso jarrón de alabastro, es magnífico para la vista, pero simplemente está vacío.

Se trata de ejercitar nuestra ortodoxia, que es el desafío de cualquier teología fundamental, decir lo correcto; con nuestra orto-praxis, hacer lo correcto. Pero decir que se trata de una cuestión en blanco y negro es simplista. Esto no es: lo bueno y lo malo, lo caliente y lo frío, ni el este ni el oeste, porque todos hemos estado en ambos lados del espectro. Se trata de ser incluyentes. Se trata de saber y creer que incluso los grandes pecadores públicos tienen una invitación y una oportunidad para la redención... Una redención, pues las palabras vacías, el creernos mejores y la falta de comprensión no pueden hacer posible la verdad y la justicia.

Debemos revelar a Dios en el Jesús crucificado y resucitado; que es una fuerza para los vulnerables, para los limitados, ya sea física, mental o espiritualmente. Debemos ofrecer nuestro apoyo el uno al otro. Dejemos que Dios sea Dios al elevar nuestra humanidad hacia Él. Hagamos un ejercicio de escritura creativa y cambiemos el final de esta parábola. “Un hombre tenía dos hijos y les dijo a los dos: “Mis hijos, salgan hoy a la viña”. Ambos respondieron: “Sí padre, iré”, y así lo hicieron, cumpliendo por amor la voluntad de su padre.

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