Padre Claudio Díaz Jr.

Cristo y la mujer cananea

miércoles, septiembre 2, 2020

Cuando era niño, mi mamá tenía una Biblia familiar de la cual ella nos leía los diferentes relatos relacionados con Jesús y sus milagros. El volumen tenía diferentes representaciones de los pasajes bíblicos. Una representación que se quedó para siempre conmigo es la relacionada con la mujer cananea. En ella se encontraba a Jesús con una mirada profunda, inquisitiva y hasta algo dura. Y allí está la mujer cananea, adorando a Jesús vestida con sus mejores ropajes, adornada con joyería elaborada y sobremaquillada, toda belleza, todo valor… toda pagana.

La escena evoca todo tipo de interrogantes, presuposiciones e incluso motivos de escándalo. Esta es una de esas ocasiones en la cual encontramos a Jesús conversando con una mujer, una gentil, una pagana (ahí mismo tres golpes en su contra) y que pertenece a una nación conocida por su tradicional hostilidad hacia el pueblo judío. No solo eso, todo el intercambio se lleva a cabo en público.

Esta mujer cananea, desesperada, que pasa por un profundo sufrimiento a raíz de la enfermedad de su hija, se dirige a Jesús. Ella está completamente convencida de que él es la respuesta a su dilema. Pero no es tan fácil. Ella trae consigo a la escena caos, desesperación, confusión. Los discípulos se sienten avergonzados y desean que Jesús la atienda simplemente para despacharla. Jesús originalmente no desea lidiar con ella, quizás en una reacción visceral por el gran abismo cultural y de género o simplemente porque él quería saber cuán sólida era su fe. La razón no está clara.

Lo cierto es la gran fe de esta mujer. Tanto con sus palabras: “Ten piedad de mí Señor, Hijo de David”, como con su acción: “Hizo homenaje a Jesús”, demostró su abandono y profunda confianza en Cristo. Jesús entra en una argumentación filosófica con ella (recuerda que dentro del contexto semítico sólo puedes discutir entre iguales), y la desafía. Ella no reclama ningún derecho y demuestra una humildad absoluta, pero le recuerda al Señor que incluso los perritos pueden ser alimentados de la mesa de los amos, lo que demuestra su coraje y brillantez argumentativa.

Jesús, en un gesto de justicia, reconoce la necesidad y el argumento de esta mujer sin permitir que diferencias culturales, étnicas y de género fuesen un obstáculo para que la gracia de Dios fuese derramada sobre una pagana.

¡La fe de esta mujer proclamó a Jesús cómo su hija fue curada! Nuevamente la palabra y la acción van de la mano como resultado de nuestra creencia. Ella demostró su fe y seguramente la demostró más que muchos de los seguidores de Jesús. ¿Quieres que Jesús te haga justicia? Abandónate en su misericordia. No como en la esclavitud sino como en la sumisión espiritual. Libre albedrío, intención correcta.

El encuentro entre Cristo y la Cananea prueba que Dios no excluye a nadie. Su mensaje no es exclusivo para un grupo, sino que todos están invitados al banquete para ser alimentados de la mesa del Señor. Dios no discrimina, sino que da la bienvenida a todo aquel que cree en Él, que le pide misericordia y que desea hacer Su voluntad. El reino de Dios desea derrumbar cualquier barrera, división y prejuicio en un intento inclusivo para la salvación de la civilización humana.

Si Dios no excluye a nadie, ¿por qué lo hacemos nosotros? Nunca más deberíamos de hablar de un cielo solamente católico o que la salvación es solo para los cristianos, o que el reino está limitado a un tipo de realidad, o al triunfalismo de una raza, de un credo, de una orientación sexual, o de una nación. No… bajo Dios solamente hay una raza, una nación, un solo tipo de persona: Sus hijos… Recordemos la Buena Nueva que el Reino de Dios es para todos.

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