Padre Claudio Díaz Jr.

Ver el mundo con los mismos ojos

miércoles, julio 1, 2020

El mes pasado, durante este Tiempo Ordinario, celebramos las ordenaciones sacerdotales de la Arquidiócesis de Chicago en la gran fiesta de dos grandes apóstoles, San Pedro y San Pablo. Al primero, San Pedro, se le considera el “Príncipe de los Apóstoles”. Su nombre aparece 182 veces en la Sagrada Escritura. Un pescador sin mucha educación formal, quizás ninguna, y en ocasiones con suma dificultad de comunicación se convierte en el primer papa y de ahí su título como el primer vicario de Cristo aquí en la tierra. San Pablo por otro lado tiene un trasfondo muy diferente. Los registros históricos muestran que San Pablo tiene muchas más referencias que cualquier otro santo de las escrituras. Intelectual, ciudadano romano y sumamente elocuente, después de perseguir sin misericordia a los primeros cristianos en Jerusalén, después de su dramática conversión se convierte en el “apóstol de los gentiles”, contribuyendo con su erudición a las sagradas escrituras.

Bajo otras circunstancias, estos dos hombres -de personalidades opuestas, llenos de diferencias y sorpresas- nunca se hubieran conocido debido a que se movían en diferentes círculos, pertenecían a mundos opuestos. Pero ambas vidas se unen en un solo punto: Jesús. Y esto los llevó a dar inclusive sus vidas por un mismo ideal. San Pedro fue crucificado de cabeza en Roma durante la persecución de los primeros cristianos en esa ciudad. San Pablo fue decapitado. Lo cierto del caso fue que ambas vidas, tan diferentes y en ciertos casos tan opuestas, lograron ver a Cristo con los ojos de la fe. A pesar de sus “cegueras personales” lograron ver a Jesús en el prójimo.

Una pregunta que vale la pena hacernos es, desde mi vida, mi perspectiva y mi realidad, ¿veo a Cristo en los demás? ¿Veo a Cristo en mi esposo? ¿Lo veo en la madre soltera que ha optado por la vida? ¿Lo veo en los alcohólicos o aquellos indigentes que llenan nuestras calles con su presencia y sus historias rotas? ¿Lo vemos?

Nuestro llamado es ver a Cristo en todos e imitar a sus seguidores. Somos recipientes de un legado. Un legado heredado de nuestros ancestros espirituales: los primeros creyentes.

En primer lugar, se nos llama a confiar. En medio de la existencia, se nos pide el total abandono en Dios sin saber lo que el futuro terrenal nos depara. Es precisamente eso lo que hace la fe. También se nos pide el construir nuestra Iglesia, nuestra vida, nuestra existencia sobre roca. No sobre nuestros títulos, acólitos, recursos ni logros -esos se colocan al servicio de la misión- sino basar nuestra visión en el camino, la verdad y la vida.

Los apóstoles vivieron su ministerio sobre la revelación de Cristo y centraron su existencia en verlo a él en todos. Y esto implica seguirlo hasta las últimas consecuencias. A imitación de San Pedro y San Pablo dejemos a un lado nuestras idiosincrasias y agendas personales y simplemente veamos con los ojos de la fe… ¡a Cristo!

 

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