Padre Claudio Díaz Jr.

Cuarenta días y mil tentaciones

martes, febrero 25, 2020

El espíritu, un espíritu de introspección, soledad y discernimiento, lleva a Jesús al desierto. Si alguna vez ha estado en el desierto, particularmente en el Medio Oriente, o lo ha visto en películas, lo más probable es que haya notado un elemento de belleza exótica en la aparente suavidad de la arena, en la tranquilidad de la vista y en la luz suave de la mañana, que permite que todo brille con un tinte rosa dorado. Pero también hay un elemento de peligro en la imprevisibilidad del desierto: la falta de agua, los espejismos y la soledad. La tentación de Jesús en el desierto nos llega como una gran advertencia. Observe cómo esto se lleva a cabo después de su bautismo para significar los desafíos y las demandas que deben tener los bautizados.

Y en las tentaciones de Jesús están presentes los mismos elementos, mencionados anteriormente, que describen al desierto. Las tentaciones presentadas fueron fascinantes, atractivas y al mismo tiempo peligrosas y engañosas. La primera tentación es de una necesidad básica y fundamental: pan. El enemigo lo invita a usar su poder para convertir piedras en pan. Este es un hombre que ha estado ayunando y absteniéndose de comer durante una serie de días. ¡La distracción es demasiado fácil! La segunda tentación lleva a Jesús a la cima del templo e invita a Jesús a hacer un acto espectacular arrojándose y siendo rescatado por ángeles. Se está tentando al Señor a probar quién es, a mostrar su poder. Finalmente es tentado con la gloria, los honores, los acólitos y los poderes de este mundo. Pero hay una trampa: adorar la vanidad, el vacío y las promesas de la antítesis del icono de Dios. En otras palabras, al igual que Adán, romper el Imago Dei, la imagen de Dios, y convertirse también en parte de la oscuridad fragmentada y dividida.

Estas tentaciones se basan en dos principios fundamentales. El primero alienta a Jesús a poner sus propias necesidades e intereses en primer lugar. Es una invitación para la autogratificación, el autoreconocimiento y para presumirlos. El segundo es rechazar el plan de Dios convirtiéndose en su propio dios. El tercero lo invita a vivir por el momento y por sí mismo.

Jesús continuó siendo tentado a lo largo de los evangelios. Y esas tentaciones han continuado durante toda la historia de la humanidad y la Iglesia. Además, se les han ofrecido a la humanidad y a nosotros hasta hoy. Nosotros también estamos siendo tentados. En nuestros trabajos, es posible que nos hayan invitado a ser completamente deshonestos o, a propósito, pisar a otros en pos de un aumento o promoción. Quizás en nuestros propios hogares nos hemos comportado como pequeños dioses y diosas que no permiten que nuestro cónyuge y otros miembros de la familia respiren y crezcan. Tal vez estamos constantemente atraídos por satisfacer nuestros apetitos de comida, bebida, atención o reconocimiento, sin poder ver los apetitos de los demás sino sus necesidades.

La Cuaresma es un tiempo para una nueva vida en Cristo. Al permitirse experimentar la tentación, Jesús da el ejemplo de encontrarse cara a cara con el dilema de elegir entre el bien y el mal. Al unirnos a Jesús en el desierto, particularmente durante la Cuaresma, centramos nuestra atención en las cosas que realmente importan en la vida. La oración, el ayuno y la limosna son los vehículos para estar con Jesús. Pero, al mismo tiempo, recordamos evitar esos actos exagerados de mortificación que nos llevan a sacrificios más allá de nuestros límites. Bien podemos terminar convirtiéndonos en la penitencia de los demás o en nuestra propia creación e imagen de lo que es justo.

Esta temporada simplemente caminemos con Jesús para que en este acto de solidaridad podamos descubrir la voluntad divina de Dios y desarrollar la sabiduría para entenderlo. ¡Simplemente caminemos con Jesús!

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