Padre Claudio Díaz Jr.

¡Mirad el Cordero de Dios!

martes, enero 28, 2020

Desde la inmensidad de la mente de Dios y desde el infinito amor de su generosidad, Dios nos ha llamado a ser. Nuestro Señor, el Señor de nuestros antepasados, el Dios de Israel y el Dios de los Estados Unidos de América, desde el vientre de nuestra madre nos ha llamado a la luz y a la gloria de los bautizados. ¡Mirad María! ¡He aquí Juan! ¡Mirad Guadalupe y Marcos! Estamos llamados a ser hijos de Dios y, por lo tanto, Él nos ha permitido ser Pueblo de Reyes, Pueblo Sacerdotal y Asamblea Santa, en otras palabras, personas de fe. Y por eso nos regocijamos en el Señor.

Ejercemos el oficio real cuando nos damos cuenta de la magnificencia de nuestro Dios, Omnipotente (todo poderoso), Omnipresente (siempre presente) y Eterno. Sin embargo, es accesible, alcanzable y real. ¿Sabías que en el bautismo se hizo una invitación para vivir vidas santas? ¡Estamos llamados a ser santos! En nuestra relación con Él, ejercemos nuestro oficio de santidad. Hemos sido invitados y alentados a vivir en relación con el Padre en un vínculo que la enfermedad, la tragedia e incluso la muerte no pueden disolver. Y cuando cantamos en la celebración de la misa, cuando respondemos a las exhortaciones del que preside con convicción, fuerza, certeza y cuando nos arrodillamos, nos paramos y rezamos en los momentos apropiados de la Liturgia, proclamamos nuestro sacerdocio ordinario y ejecutamos nuestros deberes sacerdotales.

Y estos deberes no sólo deben permear nuestra adoración pública, sino que también deben encarnarse en la rutina de nuestra vida diaria. No pueden permanecer contenidos dentro de los muros de nuestra hermosa iglesia, deben salir de la misma manera que Jesús salió en un esfuerzo misionero para difundir el evangelio. La fe tiene que parecer algo y ese algo es en lo concreto de nuestra vida. El ejemplo que mostramos en nuestros esfuerzos cotidianos allana el camino para que otros vean a Jesús en nosotros.

Damos testimonio con nuestros hechos, acciones y vidas por el amor de Dios y por las muchas formas en que Él ha elevado a la humanidad, nuestra humanidad. Con el bautismo de Jesús comenzó su ministerio. Con el bautismo de Jesús se instituyó nuestra vida en Jesús. Nuestro Padre se convirtió en nuestro amoroso y eterno Salvador y el hogar para nosotros se convirtió en vivir la vida en Cristo. Se trata de ver a Jesús y exclamar, ¡he aquí!, verlo en la señora que se sienta con un abrigo de piel viejo y harapiento en la esquina de nuestra iglesia, o en el joven cajero del supermercado que, mientras mastica sin piedad, se esfuerza por obtener el número correcto de nuestros artículos ante nuestra frustración y pérdida de tiempo. También se trata de ver a Jesús en la hermana religiosa que en sus maneras tranquilas nos recuerda el amor de Dios y en la mujer casada que siempre participa en las actividades de la iglesia, ya que también hace malabares con un hogar, una familia y su trabajo. He aquí, te digo, las maravillas de nuestra humanidad levantadas por las aguas del bautismo y sostenidas por el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Contemplar significa más que sólo ver o mirar. Contemplar significa mirar, mantener y preservar la integridad y la belleza del objeto o la persona en cuestión. Contemplar significa ver el rostro de Dios. Simplemente no puedes apartar los ojos de él. A medida que continuamos nuestro viaje litúrgico hacia los misterios de la Cuaresma y la Pascua, mantenemos nuestros ojos fijos en el Señor para que Él nos permita ver y ser iconos de Dios. Sólo así podremos ver a Jesús en nosotros mismos y en los demás y decir: “He aquí el Cordero de Dios”.

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