Padre Claudio Díaz Jr.

El bautismo del Señor ayer y hoy

jueves, diciembre 26, 2019

El bautismo de nuestro Señor Jesucristo no era para la remisión de sus pecados. Jesús fue concebido sin pecado, ni siquiera el pecado original en un vientre inmaculado tocó su humanidad y ciertamente mucho menos su divinidad. La escritura nos indica que cuando Jesús fue bautizado, mientras él oraba, “se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él...” La voz del Padre expresó: “Tú eres mi Hijo, el predilecto, en ti me complazco”. De esta manera tan espectacular, esta excelsa Teofanía, Dios aprobaba el ministerio terrenal de su Hijo. Cristo comienza su jornada ministerial con su bautismo, expresando su amor por la humanidad. Su bautismo fue el comienzo de su vocación.

La solemnidad de esta celebración es un recordatorio de la vocación a la cual todos estamos llamados en las aguas del bautismo. Sin necesidad de Teofanías o signos extraordinarios, el llamado y las promesas que Dios nos hace en la pila bautismal siguen siendo válidos y reales. En el bautismo nos convertimos en un Pueblo de Reyes, una asamblea santa y un Pueblo Sacerdotal. Somos hijos de un Rey, llamados a la santidad y a la participación celebratoria de los misterios de nuestra fe a través del sacerdocio común. Es en este momento glorioso donde nos hacemos hijos e hijas de Dios y nuestra condición humana es elevada en una relación con Dios que es intencional y eterna.

Pero esta relación debe ser nutrida, alimentada y fortalecida. No es suficiente recibir el bautismo y regresar a la iglesia para nuestra primera comunión, los quince años o confirmación. Es vivir en una relación constante y sólida con nuestro Creador. Él nos ha llamado, él nos ha elegido y somos Pueblo de su propiedad. Estamos llamados o ser miembros del Cuerpo de Cristo, parte de la familia de Dios. Es por esta razón que los podemos llamar Abba (Padre) y a Jesús (Su Hijo) hermano. Durante nuestro bautismo una vela fue encendida, para representar la luz de Cristo que entra en nuestras vidas. La luz de Cristo nos guía para llegar a la gloria del Padre desde nuestras diferentes realidades, porque la salvación es para todos. Oremos para que podamos cumplir con nuestras promesas bautismales y así permitir que Dios cumpla las suyas.

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