Padre Claudio Díaz Jr.

¿Dónde vas, María?

lunes, noviembre 25, 2019

Hermanas y hermanos, vivimos en una época en que el egoísmo, el libertinaje y el individualismo reinan rampantes. En la sociedad tan compleja y competitiva en la cual vivimos, el mensaje que pasa de generación en generación es el de ser el número uno a cualquier precio. Recordemos todos los programas de televisión donde hombres y mujeres llegan a extremos para ganar el premio, donde lo importante no es el trabajo en equipo, sino que yo gane; primero yo, segundo yo, tercero yo y si sobra algo, yo.

El objetivo en cuestión o la agenda silenciosa reside en un individualismo que divide y enajena al ser humano, poniendo en segundo lugar a la familia y a la comunidad en general. En ocasiones, debido a este sentimiento de enajenación e individualismo nos olvidamos de quienes somos y nos perdemos. Al perdernos escuchamos toda clase de voces y de mensajes que nos confunden, nos desorientan y hacen que cambiemos el rumbo. ¿Cuántas personas recién llegadas a este país primermundista no han experimentado un sentimiento de desolación, abandono, soledad, incomprensión y extravío?

Es en esos momentos donde Dios nos envía una serie de mensajes y símbolos para continuar con esta jornada. Entre ellos se encuentra la devoción a Ntra. Sra. Madre de la Divina Providencia. Cuando los primeros puertorriqueños que vinieron a este país que tiene sus sistemas tan complejos, su racismo rampante, sus crudos inviernos y su cultura aún más fría, en un momento dado quizás también se sintieron perdidos. Los coquíes ya no acunaban a sus niños, las estrellas ya no velaban por su sueño, los vecinos no se conocían y las guaguas se convirtieron en el “L” train. Como ha pasado con muchos grupos de inmigrantes, algunos de sus miembros perdieron su esperanza, identidad y sentido de dirección.

Fue precisamente en ese instante histórico cuando desde la isla del encanto en la década de los setenta nuestra tan excelsa madre nos tomó de la mano, dándonos un sentido de identidad en este exilio cultural en que vivimos. Providencia se convirtió en un símbolo de patria para todos los puertorriqueños, especialmente para aquellos fuera de la isla. Dio identidad a la diáspora Boricua en los Estados Unidos; casi cinco millones de nosotros. Providencia no se limitó a ser una devoción popular entre los criollos de la época, los blanquitos y la nobleza isleña; fue madre para todos, capitalinos y jibaritos, blancos y negros, ricos y pobres, convirtiéndose, fuera de la isla, en todo aquello que es familiar para nosotros; nuestra música, nuestras tradiciones, nuestra comida, y nuestra realidad. En una isla donde impera lo real-maravilloso, cualquier cosa puede suceder, donde reina el misticismo y se impone nuestra historia tan controversial, Providencia personifica la Madre de todo lo que es puro, todo lo que es bueno y de todo en lo que confiamos. Es la Madre que nos sigue buscando.

Pero Providencia no es simplemente para los boricuas… Ella es para todos aquellos hijos e hijas de tan hermosísima madre, especialmente para los más pequeños, para los que han perdido el camino; para los que no ven la luz al final del túnel a causa de la depresión, para los que luchan con una adicción al alcohol o a las drogas, para los que viven con SIDA o para las que mueren día a día víctimas de abuso y de la violencia doméstica. Providencia es para todos. No nos dejemos caer. Agarrémonos firmemente de la mano de la Virgen y digámosle, “sé tú por nosotros Virgen sagrada María.”

Como católicos se nos está presentando el nuevo plan de renovación por parte de nuestro Cardenal Cupich. Infórmate, involúcrate, presta tu voz, tus manos y tus recursos para llevar a cabo un discernimiento justo, fructífero y de crecimiento para toda la Iglesia.

Imitemos al niño Dios en su imagen y simplemente abandonémonos en su regazo. Que no sea el pecado, la desolación ni la muerte los que tengan la última palabra. Que desde el templo de nuestras comunidades de fe podamos atender las cosas de nuestro Padre celestial, Dios único, verdadero y vivo con la gracia de su Unigénito Hijo y la intercesión de María Santísima, su Santísima Madre. ¡Y que viva la Virgen de la Providencia!

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