Padre Claudio Díaz Jr.

Jesús y el ciego

viernes, noviembre 2, 2018

El ciego Bartimeo es un ejemplo de lo que nuestra fe y confianza en Jesús pueden hacer. Sin poder ver, y con simplemente escuchar que Jesús se acerca, en medio de su tragedia y dolor grita en total humildad a Jesús de Nazaret: “Hijo de David”, reconoce los orígenes de Jesús con este título, “ten piedad de mí”. Este es un grito profundo de liberación y ayuda.

La gente trata de callarlo. Más oscuridad trata de rodearlo. Pero él se mantiene firme en su determinación de tener un encuentro con lo divino. ¡Su fe lo exige! En medio de su ceguera, busca a quien verdaderamente lo puede sanar. Quizás muchos otros que hacían milagros y curanderos debieron pasar sin recibir la misma reacción de Bartimeo. Pero este ‘Jesús de Nazaret’ tenía algo que ni siquiera su propia ceguera podía ocultar. Bartimeo sigue su fe...

Ha sido mucho tiempo en la oscuridad para Bartimeo. Para él, la vida sin vista ha sido una larga noche. ¡Pero aun sin poder ver físicamente, él ve la luz! Él ve así en Jesús la luz del mundo. Esta es la hora. Este es el momento para que él convierta su ceguera física en una confianza total y ciega en Jesucristo. Y así se mueve hacia él, dejando de lado su manto, sus temores, sus dudas, sus limitaciones humanas, vulnerables, expuestas a los elementos y a la misericordia del Señor. Sin ningún discurso elaborado, él simplemente tiene una petición... Su oración es: ‘Señor, quiero ver’.

Jesús, todo compasión, todo poder y con su toque de sanación lleva a Bartimeo a la luz. La fe de Bartimeo se convierte en el puente de su maravilloso encuentro con lo divino. Y su vista es la consecuencia, el resultado, el mero testimonio de todo.

Los ojos son de poca utilidad si no vemos la mano de Dios en nuestras vidas. Todos, a veces, experimentamos la oscuridad en nuestra jornada. La ceguera espiritual nos invade cuando permitimos que el odio, el orgullo, el racismo, la homofobia y los celos nos impiden ver al Dios en nuestro prójimo. Negarse a pagar nuestras deudas, a pagar salarios honestos y a tratar a las mujeres con dignidad y respeto son signos de una falta de visión espiritual. Todos podemos ser cegados por nuestra codicia, nuestros prejuicios, nuestras agendas personales y nuestros temores.

Al estar hoy ante el altar de Dios, abordémosle con un solo pensamiento; ‘Señor, para que yo vea’. Solo Jesús, la luz del mundo, puede disipar todo lo que nos mantiene en la oscuridad y puede restaurar nuestra verdadera visión espiritual. Cuanto más cerca estamos de Jesús, más luz puede bañar nuestra existencia. Deseo dejarte con esta imagen. Convirtamos nuestras almas en catedrales góticas con enormes ventanas que permitan que la luz de Jesús, el Hijo de David, el Hijo de Dios, llene nuestras vidas. Y después, agradecidos con Jesús sigámoslo por el camino.

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