Padre Claudio Díaz Jr.

La Cuaresma es un momento de purificación, conversión y sometimiento

miércoles, febrero 28, 2018

La vida es un soplo, frágil. Hoy estamos aquí, hablando, sonriendo y viviendo. Mañana cualquier cosa puede pasar que nos cambie la vida tal como la conocemos. Por eso, durante toda la Cuaresma las escrituras y oraciones tienen un tinte de urgencia. Es el “no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy”. Es un llamado claro e inmediato a la conversión. Este momento litúrgico es precisamente para abandonarnos en la misericordia de Dios. Pero para poder apreciarla tenemos que reconocer nuestras faltas. Es un momento de purificación, conversión y sometimiento.

El someterse en nuestra sociedad tiene una connotación negativa. Hablamos de nuestra democracia, de nuestros derechos y prerrogativas. El someterse en esta sociedad implica una pérdida de lo que somos y un permitir que una fuerza extranjera domine nuestra existencia.  Para los oídos seculares que no pueden ir más allá de un significado, el someterse o humillarse no es aceptable. Pero para el cristiano es importantísimo el someterse. El ejemplo primordial del mismo es Jesús, quien se sometió a la muerte en el Calvario. No fue su elección ni su preferencia. Ni siquiera fue consultado sino que, reconociendo lo terrible y doloroso de la cruz, termina su oración con “hágase tu voluntad”, accediendo a la voluntad del Padre, quien así lo consideró para la salvación del mundo. Al someternos en esta Cuaresma, la acción se lleva a cabo en dos ámbitos particulares: Someter el espíritu y someter el cuerpo.

Comenzamos el sometimiento del espíritu con la oración. Hay que orar más. Llenar nuestros espacios no con el ruido del mundo sino con el silencio de Dios. Es buscar espacios donde nuestro espíritu se conecte con el Creador; Al abrir los ojos en la mañana, bendiciendo los alimentos en el almuerzo, orando por protección en el tráfico, bendiciendo la mesa en la cena con la familia o simplemente pidiendo perdón por nuestros pecados antes de dormir. Es el ejercitar nuestras devociones como las estaciones de la cruz, el santo rosario y la Liturgia de las Horas. Es el someter nuestro espíritu con nuestra confesión y pidiendo perdón de manera intencional y sacramental.  

Seguimos con el sometimiento del cuerpo. Somos una realidad espiritual pero ciertamente somos una realidad física, limitada al tiempo y el espacio, llenos de necesidades corporales. Sin necesidad de ser platónico, hay un gran valor en someter el cuerpo. El mismo, a pesar de que fue creado bueno, debido a tentaciones, inclinaciones y debilidades, termina en ciertas ocasiones siendo receptáculo del pecado. Una manera de sometimiento corporal es el ayuno. Cuando sentimos el malestar del ayuno, quizás acompañado con dolor de cabeza, mareos y demás, nuestro mensaje al cuerpo es el recordarle que no es él el que manda. Es Cristo quien vive en nosotros y a él todo honor, toda gloria y sometimiento de todo lo creado en el cielo y en la tierra. Cuando nos abstenemos de carne o de cualquier otra cosa que nos guste no lo hacemos por el mero hecho de pasar penurias. Lo hacemos para solidarizarnos con aquellos que no tienen lo que nosotros tenemos y también como recordatorio de que todo, inclusive nuestros gustos, es pasajero. Todo viene y se va, todo pasa y todo cambia excepto nuestro Dios y Señor.

La Cuaresma es un llamado a la introspección,  reflexión y conversión. Es el pedir misericordia sin ostentación, con sobriedad, permitiendo que el único drama en nuestras vidas sea el drama de la celebración Eucarística. El hacerlo no por mera tradición, ni por superstición, ni por hipocresía (para que nos vean). Sino hacerlo con la sencillez del que entiende que somos mortales, que necesitamos el perdón de Dios y que Dios no se cansa de amar. ¿Por qué someternos y pedir perdón? Para estar en armonía con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos… Para recibir la salvación…

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