Padre Claudio Díaz Jr.

¿Por qué debemos asistir a la misa?

martes, enero 30, 2018

La sinagoga para los judíos, al igual que las iglesias donde celebramos la Eucaristía para los católicos, es el lugar donde los fieles se reúnen para adorar públicamente a Dios. Es el espacio intencional, la estructura física especial y designada, el locus, en donde se lleva a cabo el punto de encuentro entre el ser humano creyente y su Creador. Nada debe impedir este encuentro. Ni la incredulidad de algunos ni el fanatismo de otros, ni el ruido que podamos traer por dentro en nuestras mentes, ni las distracciones que invaden nuestro corazón, ni nuestros temores y ciertamente ni nuestros pecados deberían privarnos del encuentro colectivo y personal con Dios. Colectivo porque no hay una privatización para el católico de su fe. La fe no es una cuestión de “Dios y Yo.” La fe se manifiesta y se vive en lo cotidiano, la adoración pública al ir a misa es la declaración de lo que vivimos en conjunto con las demás partes del Cuerpo de Cristo. También hay una dimensión personal con la asistencia a misa teniendo en cuenta que nosotros somos responsables de nuestras almas.

A nivel personal el asistir a la iglesia, a misa, conlleva una preparación anticipada para celebrar los sagrados misterios. Uno medita en lo que se va a llevar a cabo y decide en su corazón con cuál disposición va a participar es estos sagrados misterios. ¿Por qué estoy aquí hoy? ¿Estoy pidiendo algo a Dios por mi beneficio o el del prójimo o estamos ofreciendo esta misa en acción de gracias por un don recibido? ¿Celebramos la Eucaristía para alabar a Dios o por la remisión de nuestros pecados? El venir a la Eucaristía como “católico cultural”, porque “tengo problemas”, por mera costumbre o “por hábito” no es suficiente. Hay que llevar a cabo esa relación litúrgica y sacramental con intencionalidad y más profundidad. Dios no se merece nuestras negligencias, tibiezas ni actitudes de “a como salga y cuando se llegue”.  Dios se merece lo mejor de nuestra existencia exterior e interior.

A nivel comunitario la preparación es de otro calibre. Esto se refleja en llegar a tiempo a la misa para no interrumpir el culto divino. Si hacemos todo tipo de esfuerzos por llegar a tiempo para el doctor, un juez o una cita con los maestros de nuestros hijos, ¿Porque no se trata con el mismo respeto y responsabilidad el ir a la casa de nuestro Padre Dios? Es desarrollar una disposición de asamblea sabiendo que cualquier cosa que hagamos o dejemos de hacer tiene un impacto en el prójimo como lo puede ser un celular encendido, un niño inquieto no atendido y hasta una indumentaria inapropiada. No es que uno viva para los demás. Es para Cristo solamente quien uno debe de complacer. Lo que también es cierto es que debemos entender que a la hora del culto divino somos un cuerpo y nociones básicas de cortesía comunitaria deben ser tomadas en cuenta.

Ultimadamente, ¿Por quién lo hacemos? La repuesta es doble. En primer lugar lo hacemos por Cristo a quien hasta los demonios conocen y se someten a su poder. Nuestro llamado a la santidad espanta, aleja, derrota y vence las fuerzas del enemigo. Recordemos que al orar en el nombre de Dios el cielo se conmueve, el infierno tiembla y hasta logramos que la muerte escuche. ¿Y quién nos da esa autoridad y fortaleza? Cristo, nuestro Dios y Salvador. En segundo lugar, lo hacemos por nosotros mismos y nuestra salvación. Entendamos pues que al reconocer a Jesús como “el Santo de Dios” como individuos dominamos a los espíritus que no vienen de Él y bendecimos los espacios donde Su pueblo se reúne para darle culto. A Dios todo honor y toda gloria.

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