Padre Claudio Díaz Jr.

¡Que vivan los Santos Reyes!

miércoles, enero 3, 2018

Una de las celebraciones más particulares en el mes de enero es la fiesta de la Epifanía o como es más conocida la fiesta de los Santos Reyes. Los evangelios relatan la visita de “hombres de ciencia” desde el Oriente, presentando al Niño Dios ofrendas de oro por ser Rey, mirra por ser hombre e incienso por ser Dios. La imagen es una de plenitud en varios niveles.

En primer lugar, la escena del pesebre es completa. De acuerdo el escritor irlandés James Joyce, una epifanía es un momento donde todo cuaja. Todos los elementos necesarios para hacer una ocasión relevante están presentes. Las partes de un rompecabezas caen todas en su lugar con armonía, resonancia y balance, dejándonos ver una imagen plena de todo lo que es familiar, bueno y hermoso. El resultado es una experiencia, una imagen que deja una marca imborrable en el alma. Habiendo dicho esto, vemos la plenitud en el misterio del nacimiento del niño Dios. Toda realidad está presente; las criaturas terrenales y las celestiales, los pequeños y los sabios, los judíos y los gentiles… Toda clase social, origen étnico, diversidad humana y realidad está presente en el pesebre indicando que el evento es universal, de inclusión y liberación para todo lo creado.

En segundo lugar, la visita de los Reyes señala la verdadera y profunda identidad de Emmanuel. ¡Es Rey de reyes! Su nobleza espiritual viene de lo alto. Este no es el precursor de “un reino de este mundo”. Este niño no se limita en tener un cetro y orbe incrustados en joyas. Vas más allá. Él sostiene en la palma de su pequeña mano la historia de salvación, la plenitud de los tiempos y la justicia perfecta para juzgar a los vivos y a los muertos. Su autoridad es eterna y sobrepasa todo lo imaginable y concebible en un rey. ¡Es hombre! Dios nos amó tanto que se hizo uno como nosotros. Quiso vivir en carne propia las bendiciones y desafíos de la humanidad. No quiso mantenerse en el plano metafísico y espiritual. Por amor a su creación se quiso identificar con ella misma particularmente con la expresión máxima de la naturaleza, el ser humano. Y siendo todo humano como nosotros, excepto en el pecado, nació y murió en su humanidad para la remisión de nuestro pecado. ¡Es todo Dios! Su poder para resucitar a los muertos, para exorcizar demonios, para sanar enfermedades y cambiar corazones sale de su misma persona. No se le fue dado o regalado. No adquirió ese poder ni lo desarrolló como el que estudia para una carrera. Él tenía ese poder porque él era y sigue siendo poder. Para Dios nada es imposible… porque es Dios.

Dentro de la cosmovisión y fantasía católica puertorriqueña, los Santos Reyes son tres personajes con características específicas. Así vemos a Gaspar (el trigueñito), a Melchor (el negrito) y a Baltasar (el blanquito) haciendo una declaración de la cultura, la antropología, la espiritualidad y las costumbres de un pueblo bendecido y fortalecido con el mestizaje de nuestros ancestros. Esta es otra manera evolutiva que permite que nuestros símbolos religiosos sean inclusivos, imparciales, universales y consistentes, estableciendo que la salvación es para todos. El resultado del diálogo entre Dios y el hombre es precisamente símbolos que reflejen lo local de la cultura, de la vida, y se conecten con lo universal que es Dios. “El verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”. A esto le podemos llamar una epifanía. ¡Que vivan los Santos Reyes!

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