Padre Claudio Díaz Jr.

Seamos Adviento, seamos Navidad

miércoles, noviembre 29, 2017

Durante el mes de diciembre tenemos dos momentos litúrgicos de suma importancia. En primer lugar el Adviento, que nos lleva  a la preparación del nacimiento de nuestro Salvador. Pero esta no es una espera de inercia. Al contrario, de la misma manera que una madre que espera un niño se prepara y labora para este evento tan significativo, tenemos que ver este Adviento como una oportunidad para ser más generativos, dadivosos, generosos y permitir que nuestros talentos se multipliquen, evolucionen y sean compartidos con los demás.

El Adviento es preparación. El estar preparados implica ser capaces de cumplir con nuestro deber amoroso hacia Dios y hacia el prójimo según nuestras capacidades y con nuestros dones. Estar preparados significa reconocer los talentos, los recursos, las capacidades otorgados por Dios, y asumirlos como un préstamo. Los mismos fueron creados para ser compartidos, invertidos y diseminados. El estar preparados nos lleva a concluir que somos administradores de las gracias y talentos que nos ha dado Dios. Esto es nuestro adviento

A cada uno se le ha confiado una misión. Esto exige un compromiso total con nuestro Señor. Esta misión debe ser asumida como nuestra y debe ser llevada a cabo con vigor, entusiasmo y generosidad. ¿Cómo podemos ser recipientes del mayor regalo de todos, la vida eterna, cuando ni siquiera nos molestamos en comenzar a construir el Reino de Dios aquí en la tierra?

Estamos llamados a ser fructíferos, a compartir quienes somos y lo que tenemos. Estamos llamados a ir más allá de lo que somos al extendernos a otros y tomar el riesgo de compartir. Pero eso no puede quedarse en el mundo de las ideas nobles, de meras acciones altruistas y utopías exquisitas. Esto debe hacerse en lo concreto de nuestras vidas.

El Niño Dios representa precisamente el don mayor de Dios para nosotros. Para nuestra salvación, Dios decidió enviar a su unigénito hijo. Dios se hizo hombre y al habitar entre nosotros compartió sus dones de sanación, sabiduría, misericordia y eventualmente redención. Dios, en la persona de Jesús multiplicó de manera tangible y humanamente comprensible sus dones. Eso es nuestra Navidad. El darnos sin restricciones. La Navidad es el siguiente momento litúrgico de suma importancia.

Si tu talento es tu voz, canta para el Señor, ya sea en la asamblea o como parte del coro de tu parroquia, y deja de señalar al cantor o al músico que se equivocó en una canción. Si tu don es cocinar, lleva al próximo picnic parroquial o la kermes o cualquier actividad de recaudación de fondos algo para compartir o para vender, apoyando así la actividad y no te quejes porque no hubo suficiente comida. Si tu regalo es dinero, el hacerlo o el tenerlo, coopera de manera saludable con la próxima campaña del Cardenal o la próxima segunda colecta parroquial en la misa para pagar las utilidades de la misma y no señales que se está descascarando la pintura del templo.  Si tu regalo es rezar, usa tus rezos, tus labios y tus palabras para orar, por decir, por tu clero, especialmente aquellos que han cometido el pecado de abuso, y recen por sus víctimas y sus familias y dejen de citar los titulares mal informados de la prensa amarillista y de personas que no tienen más nada que hacer excepto hablar. Cuando multiplicamos nuestros talentos dadivosamente nos convertimos en Navidad.

El fallar en usar nuestros talentos apropiadamente también es una falta, al no llevar a plenitud lo que somos como cristianos. El Señor nos recompensará por hacer lo mejor que podamos. Nuestras acciones no pasarán desapercibidas. Las obras ordinarias de amor son como joyas que adornan la corona de Dios. A los ojos de Dios, un vaso de agua dado con amor vale más que la más cara de las perlas. Hermanas y hermanos de Chicago, no nos conformemos con enterrar nuestro tesoro mientras pretendemos contemplar el cielo. No nos conformemos con meramente contemplar el cielo. ¡Alcancémoslo!

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