Padre Claudio Díaz Jr.

Recibamos el regalo de la Eucaristía

sábado, julio 1, 2017

El pan, o uno de sus derivados, es la comunidad universal. Se encuentra virtualmente en toda cultura, tiempo y hasta en lugares inesperados. Como seminaristas en nuestra visita a la Tierra Santa durante el invierno del 98 visitamos un campo beduino en medio del desierto. Una vez allí alrededor de 30 de nosotros entramos en una tienda beduina y al sentarnos en el piso sobre alfombras beduinas tocábamos nuestros hombros. ¡Aun así había espacio para todos! Seguido por el tradicional saludo y los obligados intercambios de bienvenida, nuestro anfitrión, el padre de la familia, le pidió a su hija que preparara pan. Yo no veía ningún instrumento culinario, ni horno ni olla. Inmediatamente, en frente de nosotros la joven mezcló algo de agua y harina en un recipiente hondo de metal y comenzó a crear la masa.

En medio de la tienda se encontraban unos carbones ardientes en un mar de cenizas por todas las cosas que se habían preparado anteriormente. Con la masa ya lista y enterrándola entre las cenizas, colocó el recipiente de metal boca abajo sobre la misma, creando un tipo de horno cubierto. En menos de un minuto la joven removió el recipiente. Con agilidad sacó el pan, con palmadas removió toda ceniza posible y de ese pan consistente y dorado nos dio de comer. En frente de nuestros ojos el pan fue creado. Y supo simplemente a un pedazo de cielo.

El mes pasado celebramos la Solemnidad de Corpus Cristi.  Le damos un homenaje especial al regalo mayor de Dios para nosotros, Cristo en la Eucaristía.  En la noche antes de su Pasión, Él tomó pan y dando gracias y alabanza, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo, “Tomad y Comed todos de él. Porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes.”  En un deseo por ir más allá de la crucifixión, como un acto de amor, él nos dejó su cuerpo y su sangre como alimento espiritual para la jornada.  Cristo se convirtió en el pan vivo y verdadero, en la copa de nuestra salvación.  Y esto para la incredulidad de muchos.

Este no es el dios Aristotélico, indiferente, frío, inalcanzable y distante.  Este no es el dios Azteca sediento, que exigía un sacrificio de sangre tras otro.  Tampoco este es el dios intimidante y terrible del Antiguo Testamento.  Este es nuestro Dios, cercano a nuestra humanidad y nuestros elementos.  En el misterio de la encarnación, Dios el verbo se hizo hombre y montó su tienda entre nosotros.  Y desde esa tienda él escogió la forma más humilde de las formas para permanecer con su pueblo, en las formas de pan y vino.  Y a esto le llamamos Eucaristía.

Hasta este día, el regalo de la Eucaristía se ha mantenido entre nosotros.  Algunas personas han tratado de definirla o redefinirla, de cambiarla, de “ponerla al día” e inclusive algunos la han rechazado.  El aceptar que las formas del pan y vino se pueden convertir a través de la acción del Espíritu Santo, a través de las manos del sacerdote, instrumentos falibles, es difícil de entender y un misterio.  No podemos controlar la Eucaristía y no podemos definirla en su totalidad. Pero si en alguna ocasión dudásemos de la presencia real de Cristo en la Eucaristía simplemente veamos los resultados de la misma, veamos cuantas vidas se han convertido, elevado y redimido.  Veamos la cantidad de personas que han regresado al amor de Dios por este regalo.  Veamos a nuestro alrededor la diversidad de personas, nacionalidades, edades, etnias, diferentes niveles económicos y demás que se convierten en uno en la celebración del banquete Eucarístico.

Como peregrinos en la jornada sufrimos de muchas hambres pero el hambre mayor de todas es nuestra hambre por Dios.  La Eucaristía representa para nosotros el ser hermanas y hermanos en la búsqueda del Dios vivo cuando nos perdonamos los unos a otros, cuando nos apoyamos los unos a los otros, cuando nos amamos los unos a los otros. Estamos llamados a salir al mundo y ser un don para otros, convirtiéndonos en una presencia de sanación y de ayuda a los demás.  Solamente así podemos hacer pan para otros, solamente así nos podemos convertir en Eucaristía.

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