Padre Claudio Díaz Jr.

La Cuaresma es un tiempo para recobrar la nueva vida en Cristo

martes, febrero 28, 2017

Es en el desierto donde el hombre se encuentra más vulnerable. Aunque la intención sea una de silencio interior, de recogimiento, meditación y oración, el enemigo siempre trabaja no solamente a tiempo completo sino tiempo extra. Al ir al desierto, el hombre o la mujer se encuentran en una posición donde no hay nada más en que colocar nuestra fe, nuestra esperanza… Es en la profundad de la oración y de una bonanza espiritual donde surgen tentaciones, lagunas y dudas, algunas de ellas muy veladas, para distraernos de lo que es verdadero, hermoso y salvífico. El enemigo no se molesta con aquel que ya está en sus redes y no ha podido salir de ellas. “Eso es pan comido”. El enemigo trabaja doblemente por atrapar aquellos que ya conocen a Cristo en el desierto.

¿En cuántas ocasiones una familia viviendo la fe que la constituyó como realidad en Cristo se ve amenazada repentinamente por un conflicto, una crisis o una mala decisión por alguno de sus miembros? Fue así el caso de Jesús en el desierto. Su intención fue de discernimiento, disciplina corporal dentro del marco de lo espiritual y como preparación para su ministerio. En medio de la paz de su oración lo atormenta el enemigo.

Jesús fue tentado con pan que representaba todo aquello necesario como sustento básico y es convertido en atractivo para el cuerpo. Esta tentación es fundamental en varios niveles. El cuerpo débil se puede mover a la mera satisfacción, tratando de llenar un vacío. En consecuencia, surge todo tipo de distracción o infatuación desde lo mas fundamental, la comida, hasta lo más complejo, por decir, el hambre de fama o de atención.

La segunda tentación de Jesús lo lleva a demostrar que él es Dios. El enemigo lo coloca en una posición donde se sienta obligado a expresar su poder, su divinidad y así dejarse conocer por un evento extraordinario en donde él simplemente pueda lucir su infinidad. Finalmente los evangelios narran cómo Jesús es tentado con lo efímero del poder terrenal, que le puede traer los acólitos, honores y reconocimientos que el mundo pueda dar y humanamente se puedan disfrutar. Pero hay un solo detalle; es a cambio de adorar lo vano, lo vacío y las promesas huecas de la antítesis de Dios.

La Cuaresma es un tiempo para recobrar la nueva vida en Cristo. Al unirnos con él en el desierto, especialmente en este tiempo litúrgico, colocamos nuestra atención en lo que verdaderamente tiene valor en esta vida como en la futura. Jesús combatió las tentaciones con oración, ayuno y eventualmente con su servicio al prójimo. De su experiencia en el desierto se mueve a su vida pública y ministerio, predicando el arrepentimiento para poder hacer del Reino de Dios una realidad entre nosotros.

La Cuaresma comienza con la imposición de las cenizas. Con fuego reducimos las palmas sobrantes del Domingo de Ramos a su forma más básica. Lo que en su momento representó la entrada triunfante en Jerusalén como Mesías se trasforma en un recordatorio de nuestra mortalidad, condición de pecado, necesidad de creer en el Evangelio. Con la bendición del fuego encendemos el cirio durante la vigila Pascual que anunciará la resurrección de nuestro Señor. Siguiendo el ejemplo de Jesús estemos preparados en todo momento para combatir toda tentación. Que a través de los tesoros de la Iglesia, los sacramentos, el ayuno, la oración, la abstinencia y nuestros ministerios, podamos luminosamente resurgir como el fénix de las cenizas de nuestro desierto a la maravillosa luz de un sepulcro vacío.

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