La tarde de un martes de febrero inusualmente caluroso, una comensal del programa de cenas Sister Joyce Dura, O.S.F., de Caridades Católicas en el centro de Chicago me hizo señal de que me acercara. Quería saber si podía rechazar su comida porque sospechaba que no estaba cocinada correctamente. No siempre nos sobran montones de comida tras servir a 145 comensales en situación de calle o que experimentan inseguridad habitacional. Así que, aunque intenté sustituir su comida con una sonrisa afable al tiempo que le aseguraba que estábamos cumpliendo con nuestras medidas de seguridad alimentaria, secretamente me sentí algo nerviosa e incluso frustrada de que esta comensal pudiera seguir exigiendo más del tiempo limitado de nuestro equipo y del suministro limitado de alimentos a lo largo de la velada. Más tarde, tras agradecer la asistencia de nuestros comensales y supervisar a los voluntarios encargados de limpiar y recoger, la comensal que había cuestionado la calidad de la comida me pidió ayuda para llegar hasta el baño del corredor con sus pertenencias. Le di un vistazo al reloj y observé que disponía de nueve minutos antes de tener que salir precipitadamente para alcanzar el tren hasta mi domicilio, relevar a mi madre (la niñera) y acostar a mis hijos. Ayudé a la comensal a llegar hasta el baño y le pregunté si podía hacer algo más por ella. Me contestó que en realidad necesitaba una toalla y jabón para asearse. Pensé para mis adentros: “¡Estupendo! Si me apresuro puedo agarrar las llaves de nuestra despensa de ropa y conseguirle lo que me pide antes de salir corriendo para alcanzar mi tren”. Aunque me llevó varios minutos lograrlo, debido a que algunos comensales y voluntarios me interrumpieron con preguntas durante mi misión, encontré lo que la mujer necesitaba y regresé al baño. Al entregar los artículos a la comensal, pensando que ya había resuelto la situación, ella me miró y, con lágrimas en los ojos, dijo: “Necesito que me ayude. Todo el día tuve un virus de estómago, y se me mancharon la ropa y el cuerpo. Necesito que me limpien, pero no puedo hacerlo yo misma porque estoy discapacitada”. En ese instante, pude oír, o más bien sentir, la invitación de Jesús: “¿Me amas? Muéstrale a mi hermana —nuestra hermana— tu amor”. La única respuesta digna de Caridades Católicas era: “Aquí estoy. ¿Cómo puedo ayudar?”. Pasamos juntas los siguientes 45 minutos aseándola. Le conseguí ropa nueva que se sentiría suave sobre la piel y calzado para aliviar sus pies hinchados. Organicé una bolsa con otros refrigerios y artículos que podrían ayudarla a aliviar su piel adolorida y mantenerse aseada durante los días siguientes, conforme ella sanaba de su dolencia. Hacia el final de la experiencia, le pregunté hacia dónde se encaminaba. Me contestó que solo necesitaba algo de ayuda para salir a la calle y esperar a una amistad que “suele pasar por aquí” para ayudarla a llegar hasta un albergue cercano. Al regresar a mi oficina para esperar una hora antes de dirigirme a pie hasta el siguiente tren que me llevaría a mi hogar, reflexioné sobre el hecho de que esa velada no había solucionado ni resuelto ninguno de los problemas de mayor envergadura que nuestra comensal afrontaba en su vida. Sentí que lo único que podía hacer por ella era rezar para que pasara una noche cómoda y se sintiera mejor en los días siguientes. Esa tarde, nuestra comensal me miró a los ojos y me recordó quién era ella —el rostro de Cristo en nuestra sede en el centro de Chicago—, algo que me ha transformado. Santa Teresa de Calcuta se refiere a estos momentos en que vemos a Cristo en un angustioso disfraz. Años de estudiar teología, de capacitación para el ministerio, de servir y liderar en contextos de iglesias católicas, me habían aportado el lenguaje para esto y me habían ayudado a compartir esta sabiduría con las comunidades a las que servía. Pero esta experiencia de encontrar a Cristo en el prójimo —nuestra comensal— como una invitación a practicar el Evangelio: fue otra gracia más que ayudó a encarnar el mandato del Evangelio. Fue un momento sacramental, en que la gracia de Dios se vio mediada por lo mundano. Simultáneamente me recordó la fractura del mundo y me invitó a practicar la compasión y la misericordia —la misma misericordia que yo misma necesito a diario—. Caridades Católicas forma parte esencial del hospital de campaña que, como nos recordó el papa Francisco, es el llamado de la Iglesia en el mundo. Nuestros comensales, clientes, prójimos, voluntarios, colegas ... continuamente nos llaman de vuelta a nosotros mismos y a la labor que nos honra realizar en este mundo tan lleno de necesidad y tan lleno de gracia. Keara Ette es directora de Iniciativas de Fe y Misión para Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Chicago. Caridades Católicas se asocia con personas y organizaciones impulsadas por su misión para atestiguar un mensaje de misericordia y esperanza a un mundo necesitado. Infórmese en CatholicCharities.net