En la parábola de los panes y los peces, Jesús dice a los apóstoles: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos” (Mateo 14:16). Es un mensaje claro: tenemos el llamado a conectar con las personas necesitadas y compartir lo que es nuestro. Cuanto más abrimos nuestro corazón al prójimo, más nos habilita Dios para dar. En Caridades Católicas, nos esforzamos a diario por encarnar la misión de caridad y nuestro propósito: atestiguar un mensaje de misericordia y esperanza a un mundo necesitado. Como parte de este llamado, trabajamos con humildad para seguir abriendo cada vez más nuestro corazón al prójimo. Así pues, en nuestro plan estratégico Visión 2030 nos planteamos el reto de aceptar con mayor ímpetu nuestro llamado a acoger, y hacerlo sin reserva, con los brazos abiertos de par en par, en el espíritu de la alegría y la abundancia. La pobreza de la soledad Cientos de miles de residentes en los condados de Cook y Lake se enfrentan a diario con la pobreza material. Y muchas de estas personas, así como otros miles más, encaran una pobreza espiritual: el dolor de la soledad y el aislamiento. Tal como reportó en 2023 el Dr. Vivek Murthy, director general de Salud Pública de los EE. UU., la soledad y el aislamiento han alcanzado dimensiones epidémicas. El Dr. Murthy y otros médicos reportan que están viendo un número cada vez mayor de personas que se sienten “aisladas, invisibles e insignificantes”. Según un artículo del Dr. Murthy, aun cuando una persona no puede “mencionar específicamente la palabra ‘soledad’, hay gente de todas las edades y situaciones socioeconómicas, en todos los rincones del país” que nos dice, “‘tengo que cargar con todas las dificultades de la vida en solitario’, ‘si desapareciera mañana, nadie siquiera se daría cuenta’”. La soledad no es únicamente la ausencia de interacción social. Se trata de una experiencia emocional que puede sentirse incluso en una sala abarrotada. Se origina en el anhelo de conectar con autenticidad, no solo con palabras vacías, de experimentar una comunidad estrecha y vínculos duraderos. En su ausencia, con el tiempo perdemos el rastro de una parte de nosotros mismos y del sentido de valor inherente a la pertenencia. La investigación ha demostrado que la soledad puede afectar de forma particularmente grave a las poblaciones vulnerables, tales como las personas mayores, discapacitadas o que se enfrentan a estigmas sociales. Hace algunos meses, el cardenal Blase J. Cupich también destacó la soledad como uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta nuestro país. Durante un debate, nos alentó a todos nosotros, como gente de fe, a abordar la pobreza de la soledad “ayudando a las personas a establecer contactos, haciéndoles saber que importan, que forman parte de la mesa de la vida”. Cómo cultivar el don espiritual de la acogida Acoger a alguien en la mesa de la vida es una hermosa imagen. Nos recuerda que acoger no es solo un acto físico, sino también psicológico, y que la gente de fe tenemos el llamado diario a abrirnos a ello. Tenemos el llamado a buscar las maneras de compartir y de multiplicar “nuestros peces y panes”. Brindar acogida requiere intencionalidad y atención; también requiere que superemos nuestros propios problemas, agotamiento y distracciones para ofrecer nuestra presencia a cada persona con la que tratemos. Nos exige que la consideremos con esperanza, que aceptemos el descubrimiento y el deleite que sentimos al dejar a un lado nuestras propias preocupaciones. Un espíritu de acogida nos llama a abordar con curiosidad y a involucrarnos con los relatos y las preocupaciones de los demás. Sucede cuando ofrecemos al prójimo no solo una comida y un asiento que le permita descansar, sino también la alegría que surge de conversaciones donde a cada uno de nosotros se nos ve y se nos escucha con autenticidad. Así pues, la plegaria de este otoño en Caridades Católicas es sencilla: Dios, transfórmanos en personas que acogen sin reserva, que convidan al prójimo a la mesa de la vida. Ayúdanos a crear programas, entornos y corazones donde pueda florecer un espíritu de aceptación, curiosidad, alegría y descanso. En esta tarea nos inspira el poeta John O’Donohue, quien escribió en “Para un nuevo hogar”: Que este lugar te sirva de albergue... Que todo el peso del mundo Caiga de tus hombros. Que tu corazón esté tranquilo aquí, Bendecido por la paz que el mundo no puede brindar. Que este sea un lugar seguro Lleno de entendimiento y aceptación, Donde puedas ser tú mismo, Sin necesidad de máscaras De pretensión ni de imagen.