Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Todos los años, en el Día de Acción de Gracias, traemos a la memoria una vez más nuestras razones para vivir en gratitud: el don de la vida y el de la vida nueva en Cristo, el don de la familia y los amigos, el don del trabajo significativo, el de la vivienda, los alimentos y el don de la preservación de la dignidad. Este año, en la Arquidiócesis de Chicago, tendremos razones para estar agradecidos por un nuevo Arzobispo, Blase Cupich, quien estará con nosotros poco después de su instalación en la Catedral del Santo Nombre, el 18 de noviembre. Como ya lo he mencionado, tengo una razón especial para estar agradecido con muchas personas y, sobre todo, con Dios, que nos llama y nos moldea a lo largo de los años. A menudo, cuando soy entrevistado estos días, me preguntan sobre "mi legado". El entrevistador intenta explicarse mis años aquí haciéndolos encajar en una historia, en una trama. No estoy seguro lo que debería significar semejante cosa para un obispo de la Iglesia, cuya vida está definida por Cristo por un lado y por la gente por el otro. La vida no es un proyecto auto dirigido, sino una respuesta consistente a lo que te piden las personas a las que amas. Al final, como todos sabemos, historia es lo que Dios recuerda. Ahora, lo que supongo que en algunas ocasiones quieren decir al preguntar por mi legado es cómo veo, personalmente, lo que he hecho en el contexto histórico. Al final del año litúrgico celebramos la fiesta de Cristo Rey, justo antes de empezar a vivir el tiempo de Adviento, con la expectativa en mente de participar en la alegría del nacimiento de Cristo en Navidad. Puesto que nuestra relación con Cristo define no sólo nuestras vidas personales sino nuestro sentido de la historia del mundo, puede valer la pena, espiritualmente hablando, dar un paso atrás y mirar lo que ha influido los tiempos en que vivimos y cómo nos situamos en la historia, vista como la historia de la salvación de la raza humana. La fiesta de Cristo Rey fue instituida en 1925 para corregir el falso sentido de historia que estaba persuadiendo a muchas personas de que el fascismo y el nazismo eran la ola del futuro. Estos sistemas totalitarios aparentaban dar esperanza a los habitantes de las decrépitas democracias europeas, pero era una esperanza obtenida a cambio de su libertad personal, particularmente, de su libertad de religión. Desde el punto de vista de nuestra fe, la pérdida de la libertad para practicar nuestra religión es una perspectiva aterradora; y es un temor con el cual viven muchos cristianos hoy en día. De hecho, los cristianos son, con mucho, la minoría más perseguida en el mundo, con un número mayor de cristianos muriendo por su fe, hoy en día, que en cualquier momento de los tres primeros siglos de existencia de la Iglesia. La libertad religiosa se ve cada vez más restringida en casi la mitad de países del mundo. El Papa Francisco ha intentado, con gran insistencia, llamar la atención del mundo sobre la pérdida de la libertad religiosa. Nos ha pedido orar y ayunar por nuestros hermanos y hermanas perseguidos; mientras tanto la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. ha estado actuando como un centro de intercambio informativo que recibe noticias de cristianos perseguidos y da a conocer su testimonio. Décadas atrás, cuando visitaba de manera regular a misioneros en todo el mundo, comencé a estudiar la relación entre fe y cultura, debido a que la situación de la Iglesia difiere enormemente de un lugar a otro y los misioneros a menudo provenían de una cultura diferente de la de su pueblo. En aquellos lugares donde había una gran tensión entre cultura y fe por cualquier número de razones, era claro para mí que la libertad de la Iglesia se encontraba en gran peligro. Desde que regresé a este país en 1987, he continuado estudiando la relación entre fe y cultura y ahora encuentro que, conforme se elevan las tensiones con la sociedad, la libertad de la Iglesia está en peligro aquí, del mismo modo que lo está en los países en desarrollo o en países comunistas. Espero poder seguir con estos estudios. Ahora que escucho algunas conversaciones en este momento de transición, oigo a la gente, incluido yo mismo, dando "papeles" de acuerdo a la concepción que alguien tiene de la historia de la Iglesia y del mundo; sus versiones personales son absorbidas por una narrativa que al mismo tiempo que deforma, explica. Gran parte de esto es inevitable; sin embargo, las personas tienen el derecho a definirse a sí mismas, tanto individual, como colectivamente, y no verse reducidos a ser los personajes en una línea argumental, en una trama que otros conciben sobre nuestros tiempos. Quizá por eso, me encuentro cada vez más impaciente cuando me encuentro ante personas que insisten en decirme quién soy a partir de pedazos de mi vida que han recogido y vuelto a ensamblar para cumplir con sus propósitos. Luego me doy cuenta de que yo juego el mismo juego de etiquetar, y empiezo a entender mejor cuando me han dicho que los pobres deberían ser los actores que inventen la línea argumental del mundo y no sólo los receptores de ayuda de acuerdo a los términos de otra persona. Personalmente, por supuesto, espero vivir y morir en la trama proporcionada por la fe católica. Un momento de transición me da la oportunidad de dejar eso en claro, para mí y para los demás. En esa historia, soy un obispo; todo lo demás es la fantasía de alguien más. Estoy agradecido, y deseo a todos un Feliz Día de Acción de Gracias, en el que den gracias a Dios por todo lo que han recibido y por la ayuda que Él les ha dado para jugar su parte en la historia que se entenderá por completo en el Juicio Final. Mientras tanto, en nuestro tiempo, que Dios siga bendiciéndolos, a ustedes y a sus familias, a nuestra Iglesia y al Arzobispo Cupich.