Cardenal Francis George, O.M.I.

El mes de María

junio 1, 2014

El mes de mayo, en la vida devocional católica, está dedicado a honrar a la Santísima Virgen María. Las formas de la devoción popular son tanto tradicionales como contemporáneas. Incluyen el Rosario, en el que se contemplan los misterios de la vida de Jesús con ella, y la Letanía de la Santísima Virgen María, en la que se recitan los títulos que recibe. Estas dos oraciones son el núcleo de las devociones de mayo en parroquias, escuelas y aún en muchos hogares.

Cuando hice mi primera comunión, el 5 de mayo de 1945, todos estábamos matriculados en la Cofradía del Escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo. El “escapulario de color marrón” era para ser usado como signo de devoción a la Madre de Dios y recibir la promesa de su protección, especialmente en la hora de la muerte. Fue sustituido en el uso diario por una medalla, por cuestiones de conveniencia. Si bien la costumbre de usar medallas religiosas se apagó después del Concilio Vaticano II, todavía se pueden ver colgadas del cuello de algunas cuantas almas valientes.

La costumbre de coronar la estatua de la Virgen con flores frescas ha vuelto a ser común en el mes de mayo. Hace algunas décadas tuvimos mejores himnos a María, con letras y melodías que todavía puedo cantar. Hoy en día muchos himnos parecen ser pobres en cuanto a su contenido teológico.

El fundamento teológico de la devoción a María está arraigado en primer lugar en su maternidad. Ella fue preservada del pecado para prepararla para ser la madre del Hijo único de Dios. Llena de gracia, ella consintió someterse al plan que Dios tenía para ella, sin entender siempre todas sus implicaciones. Tenía que meditar y orar.

Cuando perdió a su hijo ante la muerte, le escuchó darle como hijo a su discípulo predilecto. Y dado que somos uno con su hijo a través de nuestro bautismo, nos unimos a San Juan como sus hijos. Este es el segundo fundamento de la devoción a María: el discipulado. Ella está presente en todos los momentos clave de la vida y muerte de Jesús, y está presente en el nacimiento de su Iglesia el domingo de Pentecostés. Su deseo de hacer la voluntad de Dios y sólo la voluntad de Dios la elimina del grupo que profesa esa devoción hipócrita que se interpone en el camino de tantos para convertirse en auténticos discípulos del Señor. Una persona santurrona no tiene necesidad de la justicia de Dios, la cual, por sí sola, trae vida y salvación.

Dado que es su deseo que el sacrificio de su Hijo por nuestra salvación tenga éxito, podemos contar con su ayuda en pruebas y tentaciones. Especialmente para los jóvenes, la devoción a María les ayuda a preservar los hábitos de la castidad y les evita caer en círculos viciosos que destruyen sus vidas antes de tener la oportunidad de descubrir la belleza del amor genuino. Estos días la pornografía se ha vuelto épica y sus consecuencias destructivas se pueden ver en la vida conyugal y en la cultura del “ligue” de la que tanto oímos hablar en los campus universitarios.

Quiero decirles que hay ayuda para liberarse de la adicción a la pornografía. La Arquidiócesis tiene un programa llamado “Critical Conversations” (Conversaciones vitales) que forma parte de la formación que reciben sacerdotes y diáconos y, en breve, también los ministros laicos. Combina vídeos y discusión con la oración, y ha sido de gran ayuda no sólo de manera pastoral, sino también de manera personal para aquellos que han participado en el. La Arquidiócesis también tiene un programa de educación sobre la castidad dirigido a estudiantes de secundaria el cual ha demostrado ser útil para dar a los jóvenes el valor de mantenerse castos y por lo tanto libres. Los padres son, como siempre, la clave para ayudar a que sus hijos se mantengan en el camino a la felicidad auténtica.

Si se lo pedimos, María puede acompañarnos en ese camino. Ella respeta nuestra libertad, como Dios respeta la suya. Pero ella está ahí para protegernos si así lo pedimos. Mayo es el mes para pedirlo. Que Dios los bendiga.

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