Cardenal Francis George, O.M.I.

Cuaresma: Evaluando nuestras vidas

abril 1, 2014

Está un poco de moda en estos días describirse uno mismo como “espiritual pero no religioso”. Esto supuestamente significa que uno está abierto a una experiencia más allá de lo comercial o lo político, pero no vinculada a una religión “institucional”. Es decir, uno sostiene una experiencia de trascendencia que no está constreñida por las reglas de nadie.

La gente siempre puede sostener que tiene cualquier tipo de experiencia. La pregunta siempre es: ¿A quién le importa eso? ¿Por qué debería importarle a alguien cuando una persona llega a un pico espiritual? Pues debido a que a nadie le importa, la aseveración de ser espiritual pero no religioso es siempre segura. Nunca es vista como una amenaza y puede ser descartada fácilmente. La aseveración de ser religioso es diferente. Es una afirmación de que Dios mismo ha tomado la iniciativa para revelarse a nosotros y nos dice quién es y lo que somos. La religión nos une a Dios conforme a su voluntad, no a la nuestra, en una comunidad de fe que él ha hecho que exista. Ser religioso, por lo tanto, puede ser algo intimidatorio.

Ser religioso como cristiano comienza con la creencia de que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos. La fe en la resurrección de Cristo es central en la religión cristiana. Jesús no es sólo una idea personal de alguien. Él realmente existe en un cuerpo real, ahora transformado después de conquistar la muerte misma. Los que son “espirituales” a menudo niegan la resurrección de Cristo como un suceso físico, algo que, cuando te topas con ello, tiene sus propias exigencias. Prefieren un Cristo que es, de manera segura, una idea en su mente, hecha a su imagen y semejanza. Por el contrario, el Cristo resucitado, el Cristo verdadero, irrumpe en nuestra experiencia y busca de manera personal a aquellos a los que llama a ser religiosos, a creer lo que Dios ha hecho por nosotros, para nuestra gran sorpresa.

Por lo tanto, encontrar espiritualmente al Cristo resucitado depende de creer en él religiosamente. Se nos ha dado el don de la fe en el sacramento del Bautismo, en el que somos configurados conforme al Cristo resucitado. ¡La fe perdura, incluso cuando no hay un gran cosquilleo espiritual en nuestras vidas! “Señor, creo, presta auxilio a mi incredulidad”, es el grito de una persona religiosa que pide a Cristo que lo lleve más allá de su propia experiencia espiritual a un mundo nuevo donde los cuerpos y las mentes comparten en la gracia de Dios. La fe toma muy en serio todo lo que viene de Dios. La persona llena de fe está segura de Dios y desconfía de sí misma. A diferencia de la fe en Dios, la experiencia a menudo está equivocada en asuntos religiosos.

Nuestra fe personal necesita un apuntalamiento comunitario, para que no degenere en una espiritualidad individual. Uno de los medios sólidos y seguros de corroborar nuestra fe personal es contrastarla con la fe de la Iglesia, la comunidad fundada por Cristo sobre los hombros de los apóstoles. Una forma de hacer esta verificación es ir con Pedro, el apóstol de Jesús llamado a ser una roca. Pedro y sus sucesores confirman nuestra fe y nos mantienen en el camino de la verdadera religión.

Ahora la Iglesia tiene un nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, elegido recientemente y quien ha decidido llamarse a sí mismo “Francisco”. San Francisco fue llamado por Cristo para renovar y reconstruir la Iglesia, y revisó cada movimiento que hacía con el Papa y sus asesores. Ahora el Papa Francisco ocupa el ministerio de Pedro en la Iglesia universal. Él confirmará nuestra fe y nos mantendrá vinculados al plan amoroso de Dios para nuestra salvación.

Digamos pues una oración por el Papa Francisco ahora que celebramos la resurrección de Cristo de entre los muertos y renovamos la fe que fue profesada por nosotros en nuestro bautismo. La fe del Papa es la fe de los apóstoles y de los santos de todos los siglos, la fe que da forma a nuestras mentes y corazones teniendo como modelo la mente y el corazón de Jesucristo, que es “el mismo ayer, hoy y siempre”. ¡Que el Cristo resucitado los bendiga con una feliz Pascua!

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