Cardenal Francis George, O.M.I.

El triunfo de la gracia

sábado, agosto 31, 2013

El día 15 de agosto, Festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo, celebré misa en el Santuario de Nuestra Señora del Socorro, ubicado en Champion, Wisconsin, a pocos kilómetros de Green Bay. El obispo de Green Bay, David Ricken, me invitó a asistir a esta festividad religiosa a un lugar donde la Santísima Virgen María se apareció a Adele Brise, una joven inmigrante de Bélgica en 1859. María le expresó a Adele su preocupación de que los niños estuviesen en peligro de perder la fe católica en la que habían sido bautizados en Europa debido a que no había nadie en su nueva patria que les mostrara como amar a Jesús y les enseñara las verdades de la religión. Adele y otras tantas jovencitas comenzaron a enseñar catecismo a los niños y a convivir en una forma de hermandad religiosa.

Desde que el obispo Ricken reconoció la autenticidad de la aparición en el año de 2010, la pequeña capilla ubicada en el lugar de la aparición de María en medio de la tierra fértil del estado de Wisconsin, se ha convertido en un lugar cada vez más frecuentado de peregrinación y devoción popular. El 15 de agosto, se celebra el misterio de la fe de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo. ¿Qué se nos enseña por medio de esta verdad revelada?

La vida de María y su propósito obedecen por completo al plan de Dios de salvación del mundo. La necesidad de la salvación comienza con el alejamiento de los caminos del Señor al inicio mismo de la raza humana. A todos nos han enseñado la historia en el libro del Génesis, resumida en un poema de un fraile dominico de Chicago recientemente fallecido, el Padre Benedict Ashley, O.P.:

El contraste entre la manzana y la tumba fatal, entre Eva y María, es el contraste entre el pecado y la gracia, entre vivir la vida de acuerdo a los caminos de Dios y vivir la vida de acuerdo al deseo de Adán de ser libre apartado de los caminos de Dios. La contienda entre la manzana y la tumba, entre el pecado y la gracia, se vive en cada uno de nosotros, personal y socialmente. Somos personas de deseo, como Adán, como Jesús.

La distorsión del término deseo, sin embargo, nos conduce a caminos desordenados, caminos que nos conducen a la muerte. Somos personas de deseo, Jesús no era un estoico. Tenemos deseos profundos y debemos de orar para desear profundamente de modo que lo que Dios desea, nuestra salvación, sea nuestro deseo también. La distorsión del deseo que llamamos pecado lamentablemente acentúa nuestra experiencia, pero no por ello tiene que deformar nuestra vida. La prueba de ello es la Santísima Virgen María. Ella es completamente como nosotros, excepto que ella fue salvada antes de pecar. Ella es, como un poeta francés escribió alguna vez, “más joven que el pecado”.

Debido a que María es “más joven que el pecado”, es personalmente libre en formas que nosotros no hemos experimentado. Algunas veces buscamos señales de la presencia de Dios o de su voluntad en milagros, incluso en apariciones. Los milagros físicos nos muestran por un momento lo que el mundo podría ser si el pecado nunca hubiera marcado su propia historia. El telón se separa y vemos un mundo sin enfermedad, un mundo donde el cordero y el león se recuestan juntos: la materia obedece la voluntad de Dios. Sin embargo más grandes son los milagros morales que nos muestran lo que todos seríamos si el pecado nunca hubiera marcado la historia humana: la voluntad humana obedece perfectamente la voluntad de Dios. María deseó y aceptó solamente lo que Dios quería para ella y para la raza humana. Su vida fue un triunfo de la gracia sobre el pecado, y en su muerte ella no sufrió las consecuencias del pecado. Ella, a imitación de su divino Hijo, fue acogida en el cielo.

El 15 de agosto podemos contemplar la maravilla de la gracia de Dios, completamente efectiva en la vida, muerte y asunción de la Santísima Virgen María y eficaz, con muchos vaivenes, en nosotros mismos. Porque el milagro de la gracia de Dios no solo es que nuestra vida misma haya cambiado sino que, una vez en estado de gracia, estamos en condiciones de cooperar con Dios. A través del don de la gracia, nos convertimos en colaboradores de Dios. Él puede utilizarnos para ayudar a que se haga su voluntad para la salvación del mundo. Esta obra de la salvación no es una respuesta a un mandato externo sino el resultado de la dinámica interna del amor.

Dios está más cercano a nosotros que nosotros mismos; no solamente como causa de nuestro propio ser sino también como fuente de las buenas obras que contribuyen a nuestra santificación. Somos transformados por la gracia de Dios. Mirando a María ascender al cielo vemos la promesa de nuestro propio futuro. Todavía no sabemos cómo se transformará el mundo al final de los tiempos, cuando la muerte sea conquistada totalmente y la gracia triunfe por completo. Sin embargo podemos conocer ahora cuan hermosa es María. En ella no hay un deseo exagerado, no hay caminos desordenados. Me gusta pensar que ella también nos observa y se da cuenta cuán bellos somos como hermanos y hermanas de su Hijo. Se da cuenta de que Dios puede contar con nosotros para andar en sus caminos y alegrarse porque la gracia expulsa al pecado de acuerdo a nuestro aprendizaje. El día en que celebramos su Asunción, y en nuestra vida diaria, hagamos que el corazón de María se regocije.

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