Cardenal Francis George, O.M.I.

Ordenaciones al Sacerdocio, 2013

viernes, mayo 31, 2013

El 18 de mayo, ordené a diez diáconos al sacerdocio para servir en la Arquidiócesis de Chicago. Todos ellos habían sido preparados para dar este paso por la gracia de Dios, por sus años en el seminario y por el apoyo y las oraciones de familiares y amigos, muchos de los cuales estaban presentes en la Catedral del Santo Nombre para la Misa de ordenación. Durante la Misa, prediqué la siguiente homilía, reflexionando sobre el rito de la ordenación y sobre los pasajes de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 20; de la primera carta de San Pablo a Timoteo, capítulo 4, y del Evangelio según San Juan, capítulo 21.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Estamos aquí participando de una conversación. En primer lugar, hemos escuchado los pasajes de la Sagrada Escritura. Luego llamamos a los que estaban por ordenarse y preguntamos al rector del seminario si se encontraban listos y preparados. Ahora estamos instruyendo a los que están por ordenarse y les pediremos a continuación que nos digan sus intenciones y que hagan promesas a Dios y a la Iglesia. Luego hacemos que muchos de los santos se unan a la conversación e involucramos a Dios mismo. Los sacerdotes ordenados presentes aquí contribuyen silenciosamente a esta acción, al igual que aquellos que traen los dones para el sacrificio.

La parte más reveladora de la conversación, como suele ser el caso cuando las personas se comunican más profundamente, es el silencio que acompaña a la imposición de las manos en un gesto que nos une sin palabras a las acciones de los apóstoles mismos, que dieron sus vidas para introducir a Jesús en la vida de otros. Este rito de ordenación es una conversación sagrada, que permite que la tierra hable con el cielo y que el cielo responda nuestras oraciones terrenales. El rito es una conversación histórica, que nos une ahora con la iglesia apostólica, para que el gobierno del pueblo de Dios continúe de generación en generación hasta que Cristo regrese en gloria. Estamos en una conversación que utiliza palabras humanas e invoca la palabra de Dios para que cambie por siempre a los que están siendo ordenados al sacerdocio.

Los que van a ser ordenados sin duda han escuchado con atención las lecturas bíblicas que todos acabamos de oír. Escucharon a San Pablo hablando a los pastores en Éfeso antes de dejarlos para ir a su muerte en Roma. “El Espíritu Santo los ha nombrado sus guardianes”. Lo que el Espíritu Santo hizo en Éfeso hace dos mil años, lo hace en Chicago el día de hoy. Diez hombres son nombrados guardianes, pastores para amar al pueblo y gobernar la Iglesia.

Oyeron a San Pablo decir a San Timoteo: “Trata de ser el modelo para los creyentes”. Y con el fin de ser un ejemplo para la gente, Timoteo tenía que cuidar de sí mismo y de lo que estaba enseñando. Timoteo tenía que aprender en la verdad que Cristo revela y tenía que vivir con autenticidad, como un verdadero discípulo de Jesús. Lo mismo ocurre con los sacerdotes hoy en día.

Ellos escucharon, en el Evangelio, a Jesús preguntando a Pedro: “¿Me quieres?” Esta es la pregunta definitiva: ¿Amas al Jesús crucificado y resucitado? Y hemos de escucharlos responder, con San Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

La meta de todo cristiano es vivir constantemente con Dios. Practicamos vivir constantemente con Dios en esta vida para que podamos ser capaces de vivir para siempre con Dios en la siguiente. La presencia de Dios se siente más intensamente en la liturgia y en la oración personal, pero cada momento de nuestras vidas debe ser experimentado teniendo a Dios en la mente y en el corazón. El tiempo que no pasamos con Dios es tiempo perdido o pecaminoso. Conocemos a Dios por medio de su autorevelación en Jesús y experimentamos a Dios a través del flujo del Espíritu Santo. La presencia misma de los sacerdotes recuerdan a la gente que Dios no ha abandonado a su pueblo, que él los ama a través de la vida y el ministerio de los sacerdotes, que están configurados sacramentalmente de acuerdo a Cristo, el buen pastor y cabeza de su cuerpo, la Iglesia.

Queridos hermanos e hijos, a partir del conocimiento que tienen de Cristo, pueden enseñar quién es él; y producto del amor que tienen por Cristo, pueden ser testigos de su camino. En los próximos años, ustedes guiarán y darán vida a muchos discípulos de Jesús aquí, en nuestra Arquidiócesis. Nuestra gratitud a Dios y a ustedes es algo que deben escuchar ahora y llevar siempre en el corazón.

Por lo tanto, tengan confianza de que Dios seguirá trabajando en y a través de ustedes. Den gracias porque Dios los use para salvar a su pueblo de sus pecados y llevarlo a la vida eterna. Llénense de gozo porque cada vez que ofrezcan el Sacrificio de la Misa, el mundo cambiará; el Señor, que transforma el pan en su cuerpo resucitado los transformará a ustedes y a su pueblo y al mundo entero por el que murió para salvarnos. Tengan esperanza, porque Cristo ha vencido al mundo y los ha llamado para vivir en su luz y a amar con su corazón.

Ustedes entrarán a la historia y a la eternidad como sacerdotes ordenados de la Iglesia católica. El mundo no sabe que depende de ustedes, pero así es; la Iglesia sabe que depende de ustedes, pero con frecuencia da por sentada su presencia. Aun así, escuchen cada día lo que han escuchado aquí: el Espíritu Santo los ha nombrado guardianes y por lo tanto deben dar ejemplo, en sus vidas y en su enseñanza. Y cada día digan al Señor junto a San Pedro: Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Entonces ustedes tendrán el valor, incluso en tiempos difíciles, para hablar de Cristo con todo el mundo. Vivirán constantemente con Dios y se merecerán la alegría y el orgullo con el que las personas y sus hermanos sacerdotes los consideran el día de hoy.

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