Cardenal Francis George, O.M.I.

Caminar juntos…

martes, abril 30, 2013

Terminaba el día posterior al reciente cónclave para elegir al papa Francisco y los cardenales electores nos reunimos en la Capilla Sixtina para concelebrar la Misa con él. El papa predicó una homilía muy sencilla, construida en torno a tres palabras: caminar, construir, proclamar. Debemos caminar juntos, seguir avanzando, pero a un ritmo tal que nadie se quede atrás o sea pasado por alto. Mientras caminamos tenemos que construir, de manera que las generaciones futuras tengan un hogar en la Iglesia. Mientras caminamos y construimos, tenemos que hablar, profesar nuestra fe en Cristo crucificado y resucitado. Eso, en pocas palabras, es el programa para la nueva evangelización.

La Iglesia trata de caminar con todos, incluso con aquellos que no pueden caminar físicamente: los ancianos, los no nacidos, los enfermos crónicos. Hay otro grupo de marginados que merece nuestra especial atención en estos días: los que han pasado muchos años caminando entre nosotros, pero que no están aquí con derechos, ya que cruzaron la frontera ilegalmente. Los obispos de Estados Unidos no han condonado la entrada ilegal en este o en cualquier otro país. Los obispos han dicho, sin embargo, que debemos mirar a los que están aquí como nuestros hermanos y hermanas, merecedores de preocupación por ellos y por sus familias.

En los últimos cuatro años han sido deportados más de un millón de inmigrantes indocumentados. Entre ellos había hombres que se sentaron en las bancas de la iglesia parroquial el domingo y que fueron esposados y enviados en un avión a México el viernes. Las esposas y los niños se quedan atrás. Tiene que haber una manera distinta de disminuir este sufrimiento. Tiene que haber una manera de caminar juntos a través de lo que se ha convertido en una situación intolerable.

Cuando era obispo de Yakima, en Washington, una pequeña diócesis en el noroeste con una economía dependiente de la cosecha de frutas y verduras, muchos trabajadores llegaban de manera regular desde México, para trabajar la mayor parte del año en el estado de Washington y luego regresar a México para estar allá un mes, más o menos. Las fronteras eran porosas, porque necesitábamos su mano de obra en las granjas y en la construcción. Nosotros fallamos en hacer cumplir nuestras propias leyes. Los que están aquí son nuestros vecinos y amigos y nuestra economía aún depende de muchos de ellos. Si se ven obligados a salir, no podrán regresar durante diez años, su familia quedará abandonada y todos sufrirán.

La legislación bipartidista presentada la semana pasada en el Congreso por ocho senadores refleja muchas de las disposiciones que los obispos han estado pidiendo durante estos últimos quince años. La propuesta prevé una ruta de trece años para conseguir la ciudadanía para aquellos que llegaron antes de 2012. Los que han cruzado ilegalmente la frontera serían multados. Aquellos que no pueden hablar inglés serían inscritos en cursos de idiomas. Se ampliaría el número de visas para los trabajadores calificados y no calificados. Cambiaría el proceso para los hijos adultos, o los hermanos de los residentes legales, para reunirse con su familia aquí. Se crea un nuevo conjunto de “disparadores” para determinar que la frontera es segura antes de que ciertas partes de la ley puedan ser implementadas.

Ninguna ley es perfecta, pero es un buen comienzo. Se restauran las protecciones del debido proceso y se hace un intento por deshacerse de los delincuentes, pues del mismo modo que hay personas deshonestas nacidas aquí, también hay personas deshonestas nacidas en otros países. Proporciona un camino a la ciudadanía y apoya a las familias y a los niños. Esto nos ayudará a vivir y caminar juntos de manera más justa y pacífica.

En un sistema económico global, la emigración crecerá y decrecerá. En estos momentos, la economía mexicana está creciendo más rápido que la nuestra y en momentos hay más puestos de trabajo disponibles en Polonia que aquí. Por ahora la inmigración está disminuyendo. Esta pausa nos da la oportunidad de repensar el sistema de inmigración con una menor presión y sería una pena no hacerlo ahora. Tenemos la posibilidad real de responder al sufrimiento personal y al malestar social.

Mientras caminamos juntos en nuestros barrios y parroquias, en nuestros hogares y en nuestros lugares de trabajo, podemos construir una Iglesia y una sociedad mejores, proclamando en palabra y en obra que Cristo ha sido crucificado y ha resucitado de entre los muertos. Todo es posible ahora, con la gracia del Señor resucitado dando forma a nuestras vidas, en su compañía y en compañía de todos aquellos que nos da para amar a lo largo del camino. Que
Dios los bendiga.

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