Cardenal Francis George, O.M.I.

Viviendo en compartimentos

domingo, septiembre 30, 2012

Con motivo del 10 aniversario de los Estatutos para la Protección de Niños y Jóvenes, en los cuales los obispos de Estados Unidos prometieron que a cualquier obispo, sacerdote o diácono que hubiera abusado de un niño se le impediría ministrar públicamente, la Oficina Arquidiocesana para la Protección de Niños y Jóvenes recientemente organizó y patrocinó una Misa de Sanación. Esta misa, como otras anteriores, fue celebrada en la iglesia de la Sagrada Familia en la calle Roosevelt, debido a que el Jardín Arquidiocesano de la Sanación se encuentra junto al edificio de la iglesia. Fue una ocasión hermosa y conmovedora. Estuvieron presentes algunas de las personas que fueron abusadas y miembros de sus familias, personas relacionadas con el ministerio de asistencia a las víctimas, sacerdotes y muchos de los que supervisan la capacitación Virtus que ha ayudado a decenas de miles de empleados de la iglesia y de voluntarios que están a cargo del trabajo con niños en la iglesia. Todos ellos han sido y continúan siendo capacitados para estar alerta a las señales de abuso sexual en la vida de un niño.

Las lecturas de la Sagrada Escritura fueron tomadas del Libro de las Lamentaciones y del Evangelio según San Mateo, capítulo cinco, las Bienaventuranzas. Las lamentaciones expresan la difícil situación de los exiliados de la Tierra Prometida; en el exilio, no podían ser ellos mismos ni adorar a Dios en su templo. Con las vidas destrozadas, lo que queda son gritos desgarradores: “Mis ojos lloran sin cesar, ya que no hay alivio; Me duelen los ojos al ver a las hijas de mi ciudad; Me cazaron como a un pájaro mis enemigos sin motivo; Cubrieron las aguas mi cabeza, dije: Estoy perdido”. Las lamentaciones son puestas en la voz de una persona individual, separada de sí misma, aislada y sola.

En contraste, las personas que son objeto de las Bienaventuranzas son aquellas que viven en comunidad, relacionadas unas con otras y con Dios: “Bienaventurados… porque de ellos es el reino de los cielos; porque recibirán la tierra en herencia; porque serán saciados; porque obtendrán misericordia; porque verán a Dios. En los malos tiempos, cada uno de nosotros está por su propia cuenta, en los buenos tiempos, estamos juntos. La vida es un equilibrio entre Lamentaciones y Bienaventuranzas. En los buenos tiempos, recordamos que la vida es siempre peligrosa y tenemos que mantener nuestro equilibrio. En los malos tiempos, nos consuela recordar que la bondad de Dios permanece para siempre, que no estamos en una trampa y que la esperanza nos sostiene en todo momento.

Aquellos que pedimos a Dios su bendición para la Misa de Sanación estamos involucrados en un ministerio que intenta, con la gracia de Dios, ayudar a las víctimas del abuso sexual a escapar de una trampa, a encontrar un equilibrio en la vida. Cuando uno habla con las víctimas, incluso años después de sucedido el abuso, es como si viéramos que se abre una caja. Muchas víctimas llevan una buena vida, una vida llena de preocupaciones normales sobre la familia y el trabajo. El abuso es mantenido por ellos en un compartimento separado, sellado; hasta que deja de estarlo. Una vez abierto, cualquiera que sea la razón, el lograr el equilibrio y encontrar la sanación representa un desafío profundo; este desafío es atendido por los involucrados en el ministerio de asistencia a las víctimas.

Extrañamente, cuando uno habla con los perpetradores, se tiene algunas veces una experiencia similar. El abuso que llevaron a cabo es mantenido sellado en algún rincón de su conciencia. Hacen muchas cosas buenas, sobre todo como sacerdotes: bautizan, orientan y consuelan a los que sufren, atienden a los moribundos, celebran con una novia y un novio, etc. Pero acechando en algún lugar detrás de todas estas dimensiones normales del ministerio sacerdotal está el delito de abuso de un menor de edad, la destrucción de la confianza y la traición a la vocación sacerdotal. Al parecer muchos necesitan mantener cerrada esa caja, so pena de ser destruidos. Cuando le pregunto al autor de un abuso si pediría disculpas de manera personal a la persona que abusó años atrás, la respuesta suele ser negativa. Es un encuentro que, al parecer, destruye todo el precario equilibrio que han logrado en la vida.

Por lo tanto, la iglesia como un todo, y en particular los obispos, necesitamos pedir disculpas. El Jardín de la Sanación fue concebido como una disculpa pública permanente —a las víctimas del abuso, a la Iglesia misma y a los fieles laicos, que también han sufrido como consecuencia de este crimen y escándalo. La caja está abierta y debe seguir estándolo; ahora tenemos que buscar el equilibrio necesario tanto para reconocer el mal y asistir a las víctimas, como para mantener la misión de la iglesia y ver que sea bien gobernada por obispos y sacerdotes. Sólo Dios puede transformar el mal en bien. Cristo toma nuestra pecaminosidad, él vive en nuestras cajas; pero también transforma el mal al vivir a través de él y hacer de sus consecuencias parte de su propia vida sin pecado. Con él, también nosotros vivimos a través del mal, con la seguridad de tener la misericordia de Dios.

Hay maneras de vivir juntos enfrentándolo: las Misas y disculpas públicas y los actos de reparación, las auditorías diocesanas y parroquiales, los programas Virtus, la orientación, el acompañamiento, de manera que nadie quede aislado o atrapado. Como pueblo de Dios, no podemos olvidar este grave pecado, pero tampoco podemos vivir atrapados en sus consecuencias como si no hubiera esperanza.

Enfrentar lo que ha ocurrido en la iglesia también puede proporcionar una advertencia acerca de vivir nuestras vidas con integridad. Integridad significa que todo está junto, no hay cajas separadas o compartimentos aislados. Un adúltero trata de mantener su relación separada de su vida familiar; pero la caja se abre inevitablemente y el reto de restablecer el equilibrio es de toda una familia. Si esto es cierto en la experiencia personal, también es cierto en nuestras vidas civiles. A un creyente en una sociedad secularizada se le dice que mantenga su fe en una caja el día domingo y que viva el resto de la semana como si Dios no existiera. El propio gobierno puede insistir en que los creyentes tienen la libertad de culto, pero no son libres de llevar su fe a la totalidad de sus vidas. La libertad de creencia religiosa significa que la fe no debe mantenerse en una caja, ni porque lo diga la ley, ni por una manipulación de la opinión popular.

Dios llama a todos a la santidad aquí, y a la plenitud de la vida con él para siempre. No debe haber compartimentos en nuestra relación con Dios, y por lo tanto, estamos llamados a confesar nuestros pecados con integridad. En vidas mezcladas con la tristeza y la alegría, a lo largo de toda nuestra vida, es Dios el que escucha nuestros lamentos y quién nos asegura que estamos bendecidos. Que Dios los bendiga.

Advertising