Cardenal Francis George, O.M.I.

Sobre la muerte y otras limitaciones

viernes, agosto 31, 2012

La semana pasada, el 15 de agosto, la Iglesia celebró la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos. En la homilía de la misa de ese día, el Papa Benedicto XVI predicó este hermoso pasaje:

“El día de hoy hay muchas cosas que decir acerca de un mundo mejor en el futuro: sería nuestra esperanza. Si este mundo mejor vendrá y cuando, no lo sé, no lo sé. Es cierto que un mundo que se aleja de Dios no se hace mejor, sino peor. Sólo la presencia de Dios puede garantizar un mundo bueno. Pero dejemos esto a un lado. Una cosa, una esperanza es cierta: Dios nos espera, nos asiste, no nos dirigimos a un vacío, nos esperan. Dios nos espera y, al pasar al otro mundo, encontraremos la bondad de la Madre, nos encontraremos con nuestros seres queridos, encontraremos el Amor Eterno. Dios nos espera: esta es nuestra gran alegría y nuestra gran esperanza que nace precisamente de esta fiesta”.

Leí este sermón el día que me sometieron a pruebas quirúrgicas para determinar si mi cuerpo se había vuelto a infectarse de cáncer y cómo había sucedido esto. Las pruebas han demostrado que un nódulo de mi hígado que fue extirpado era canceroso y que hay células cancerosas en el riñón derecho. Mientras escribo esto se están realizando otras pruebas. Las pruebas traen consigo más preguntas: ¿es el cáncer una reaparición del cáncer de la vejiga que se retiró hace seis años? ¿Es un nuevo cáncer primario? ¿Dónde más podría estar? Cuando todas las pruebas hayan finalizado, algunas de estas preguntas serán contestadas, pero el conocimiento médico sigue siendo limitado, incluso hoy en día. Con las respuestas, se decidirá un curso de tratamiento. Una vez más, siempre hay limitaciones a nuestra comprensión de lo que es mejor. Puesto que parece que no hay más tumores que puedan ser extirpados, el tratamiento probablemente consista en alguna forma de quimioterapia, que se supone debe limpiar todo el sistema de células clandestinas aún presentes en el torrente sanguíneo.

En los últimos seis años, he recopilado una larga lista de personas que me han pedido que ore por ellos, ya que tienen cáncer. No es un club pequeño, y cada uno tiene su historia sobre la enfermedad y su tratamiento. Ayuda mucho intercambiar experiencias, al igual que compartir conocimientos entre expertos. Los expertos de este centro consultarán con los médicos de la Clínica Mayo, donde he asistido para revisiones cada cinco años, para que pudieran seguir las consecuencias del combate que libré con la polio en la infancia. Como me dijo uno de los doctores de la clínica cuando yo tenía treinta y cinco años y era presidente de la junta directiva de una residencia de ancianos patrocinada por los Oblatos de Rochester, MN: “Usted tiene un trabajo estresante y forma parte de la primera generación de pacientes con polio que va a envejecer con la enfermedad. Usted es también la última, debido a la eficacia de la vacuna Salk. Vamos a darle seguimiento hasta que llegue la enfermedad que lo va a matar”.

Si tenemos que morir, ¿por qué debemos vivir, en particular con enfermedad y dolor? Cada persona vive en varios sistemas que responden a esta pregunta, para bien o para mal. Para muchos, el deseo de amar y criar a sus hijos y nietos les da el significado básico de la vida. Para otros, puede ser un gran proyecto o un logro histórico, que eleva una vida individual en una red de consecuencias que duran mucho más allá de la muerte física. En estos días, el control de la propia vida personal es tan primario que muchos no ven sentido vivir más allá del momento en que se pierde el sentido de la autonomía personal. Es por eso que el suicidio asistido se ha convertido en un "derecho" cuestionable en el sistema de vida de algunas personas. Esto es, por supuesto, un signo de la desesperación: el mundo no tiene un significado más allá del punto en el que puedo sentir que estoy en control. Pero nunca estamos en control. Eso es un sueño prometeico que termina en una tragedia sin sentido.

Las personas que viven esta vida en relación con Dios comienzan a vivir incluso ahora en su Reino, anunciado por los profetas y personalizado en Jesús. Con el tiempo, es este mundo inmediatamente tangible que se convierte en la "tierra extraña", y es la siguiente que nos llama como nuestro verdadero hogar. Esta experiencia no puede ser bien expresada o entendida en el discurso público, porque Dios es únicamente un reino de amor abnegado que trasciende este mundo aun cuando lo penetra e impregna de modos callados. Los sistemas de poder económico y político no pueden entender las realidades que nos son conocidas en la fe. La fe se reduce a menudo a una estructura política o económica que limita la comprensión. El sistema legal también limita la comprensión forzando hechos que pueden ser “documentados” en historias que permanecen siempre inadecuadas con relación a la experiencia real y, a menudo, inventan un universo alternativo.

Cuando era joven, oraba para que yo pueda vivir de tal manera que la voluntad de Dios para la salvación del mundo pudiera ser realizada. Esa oración fue escuchada por primera vez en un llamado a hacer votos de religión en una sociedad misionera consagrada a la predicación del Evangelio a los pobres. Eso se convirtió en un intento de enseñar incluso cuando veía las limitaciones de mi propio conocimiento y de las ideas que yo estaba tratando de impartir, en consejería y coincidir con las fuentes desconocidas de la dinámica interna de una persona, en el gobierno de mi propio sociedad religiosa con presencia en todo el mundo y de tres diócesis muy diferentes, al participar en las reuniones que ayudan al Papa a gobernar la Iglesia universal. Experimenté limitación en experiencias dispares que me dijeron que yo no estaba más en con- trol que los pobres a los que estaba visitando o con quienes vivía: ser abandonado en un pueblo de pescadores esquimales en Groenlandia, estar atrapado en un intercambio de disparos entre la guerrilla y el ejército filipino en Mindanao, ser parte de una manifestación y ser atacado por las fuerzas del orden en “La Grande Place” de Bruselas, caminar a través de los campamentos de chabolas en Santiago, Chile, con el Vicariato de la Solidaridad durante el régimen de Pinochet, ser bombardeado en Jaffna, Sri Lanka , en el inicio de la larga guerra civil de ese país, negociar por el paso y tal vez por la vida, con los soldados que controlaban el cruce de caminos en el interior del Congo, ser negada la entrada a la Sudáfrica del apartheid y deportados de la India sin poder hacer nada, vivir en medio de las humillaciones y sombras del control comunista en las tierras de Europa del Este. Aprendí que no estaba en control y experimenté también, de manera personal lo que el salmista cantó hace mucho tiempo: “No confíes en los príncipes.

Sin control, aún necesitamos seguridad. A lo largo de la vida aprendemos en quien podemos confiar. A veces, esa confianza es traicionada, y la vida misma pierde parte de su sentido. La traición de la confianza por parte de sacerdotes u obispos resulta especialmente dura en la comunidad de fe. Pero esa comunidad también es el lugar donde aprendemos lo que el Santo Padre predicó de manera tan sencilla y hermosa en la fiesta de la Asunción de María: Dios nos espera, porque él está con nosotros ahora y quiere llevar nuestra vida a su plenitud en su Reino. La historia es lo que Dios recuerda y Dios interpreta la historia a través de las vidas de los pobres, los primeros ciudadanos de su Reino.

Experimentamos la red de la fe y el amor que es el Reino de Dios en nuestras oraciones por los demás. Estoy profundamente agradecido por las oraciones que se han hecho y las que han prometido: las misas ofrecidas, los rosarios meditados, las novenas rezadas. Con los años, pocas veces he escrito acerca de mí mismo en esta columna, porque la tarea del obispo es señalar a Cristo, no a sí mismo. Incluso en lo que probablemente será un momento difícil para mí en los próximos meses, tengo la intención de decir poco acerca de mi cáncer y su tratamiento. ¿Cómo podemos saber qué decir cuando nuestro conocimiento es tan limitado? Espero que la gente pueda reflexionar sobre la bondad de Dios y acercarnos más a Cristo. Entonces, incluso mi enfermedad y, en algún punto, en un momento y una manera aún no conocida, mi muerte será una respuesta a lo que le pedí hace muchos años: que yo y todos a los que Dios me ha dado para conocer y amar aquí pudiéramos vivir de tal manera que la voluntad de Dios por la salvación del mundo se haga realidad. Que Dios los bendiga.

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