Cardenal Francis George, O.M.I.

El Cuerpo de Cristo y el Corazón de Jesús

sábado, junio 30, 2012

Celebrar la fiesta de Corpus Christi el 10 de junio y, cinco días después, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no tendría sentido si no hubiéramos celebrado primero la gran festividad de la Pascua. Si Cristo no ha resucitado, no puede estar presente en todas partes en su propio cuerpo; la Santa Eucaristía por lo tanto sólo quedaría como un recuerdo psicológico. En cambio, la presencia real de Cristo bajo las formas del pan y el vino consagrados nos llevan a la alegría de su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mateo 28, 20).

Este año la Festividad del Cuerpo y la Sangre del Señor coincide con el primer día del 50 Congreso Eucarístico Internacional, que se celebra en Dublín, Irlanda. El obispo Joseph Perry y el padre Jim O'Brien, son la cabeza de un grupo de católicos de Chicago que representó a nuestra Arquidiócesis en el Congreso que se celebró del 10 al 17 de junio. Les prometí que íbamos a tenerlos presentes en nuestras oraciones, a ellos y a la Iglesia de Irlanda, durante la celebración de la misa de esta semana.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebró este año el viernes, 15 de junio, tiene sus raíces históricas en las revelaciones privadas concedidas a Santa Margarita María de Alacoque en Francia entre 1673 y 1675. Tiene sus raíces bíblicas en el misterio de la misericordia infinita de Dios por los pecadores. La fiesta nos recuerda que el cuerpo resucitado de Cristo es un cuerpo verdaderamente humano, que ha recibido las heridas del sufrimiento de Jesús para la salvación del mundo. El corazón de Cristo, abierto por el empuje de una lanza después de su muerte en la cruz, es la fuente de la misericordia de Dios. En los últimos años, la fiesta del Sagrado Corazón ha estado marcada por oraciones por la santificación de los sacerdotes, que hacen que en el altar esté presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo y cuyas vidas personales deben estar marcadas por, y dar testimonio de, el amor de Cristo que se sacrifica a sí mismo. Los sacerdotes no están llamados a ser funcionarios religiosos, sino a ser santos de Dios.

Gracias en gran parte a los católicos polacos de la Arquidiócesis, la costumbre de la procesión pública llevando al Santísimo Sacramento está siendo restaurada a la vida católica en esta nación. Del mismo modo, la Sociedad de la Adoración Eucarística Papa Juan Pablo II, moderada por el obispo Joseph Perry, supervisa la práctica de la adoración eucarística en muchos de nuestras parroquias. Estas costumbres representan grandes bendiciones y son fuente de gracia para todos nosotros.

En su homilía de la fiesta del Corpus Christi de este año, el papa Benedicto XVI señaló que, después del Concilio Vaticano II “era muy importante reconocer la centralidad de la celebración (eucarística), en la cual el Señor convoca a su pueblo, lo reúne alrededor de su mesa que tiene presente tanto la Palabra como el Pan de Vida; lo nutre y lo une consigo mismo en la ofrenda del sacrificio. El Papa no dudaba en decir que la importancia atribuida a la celebración de la Eucaristía no debe ir en detrimento de la adoración, que es “un acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar... el hecho de concentrar toda la relación con el Jesús Eucarístico únicamente en el momento de la Santa Misa implica el riesgo de eliminar su presencia en el resto del tiempo y espacio existencial. Y así, es menos percibido el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta y cercana que está en nuestros hogares, como “corazón latiente” de la ciudad, del país, del territorio, con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe impregnar la totalidad de la vida cotidiana”.

La oración en silencio ante el Santísimo Sacramento, caracterizada por la contemplación, nos prepara para celebrar la Eucaristía, bien y con una mayor afectividad. La genuflexión ante el Sagrario, donde está reservado el Santísimo Sacramento profundiza nuestra fe en la presencia real de Cristo entre su pueblo. Cuando desaparecen los rituales religiosos, la vida se vuelve estéril y se ve atrapada en las actividades que sellan el alma contra la presencia de Dios y que acallan el corazón ante el grito de los pobres.

Nuestros actuales problemas económicos y los callejones políticos sin salida dan un testimonio devastador a una sociedad obsesionada con el control de cada aspecto de la experiencia y de la vida. Este impulso es mortal y destruye la confianza, la cual es traicionada con el fin de hacer avanzar los proyectos propios. En cambio, la creencia en la presencia de Cristo y en la providencia de Dios, libera a las personas para confiar en que pueden hacerse cargo de aquellos a quienes Dios les ha dado para amar sin temor a perder su yo más profundo. La devoción al Santísimo Sacramento y al Sagrado Corazón de Jesús nos coloca dentro de la seguridad del amor infinito de Dios y nos da la valentía de arriesgar nuestras vidas por la salvación de los demás. La fe nos hace libres.

Como todos saben, la libertad de expresar nuestra fe a través de los ministerios públicos de la Iglesia, ahora está fuera de la ley. La impugnación del actual mandato del HHS en el que el gobierno usurpa el derecho de determinar cuál de nuestros ministerios son verdaderamente “religiosos” y cuales no lo son, es una serie de demandas interpuestas por las diócesis, las universidades y otras organizaciones católicas. Que esto es necesario se hace claro en una declaración de la Secretaria del Departamento de Salud y Servicios Humanos, Kathleen Sebelius, citada en muchos de los escritos de los demandantes legales, de que “Estamos en guerra”. Hasta donde yo sé, esta es la primera vez que un funcionario del gobierno de los EE.UU. ha declarado la guerra a los ciudadanos de los Estados Unidos que no están de acuerdo con la política gubernamental. La conversación pública sigue siendo manipulada por el gobierno y por muchos en los medios de comunicación, ocultando lo que está en juego en el mandato para despojar a las instituciones religiosas de su identidad para que puedan verse obligadas a actuar en contra de sus creencias religiosas.

La Eucaristía es alimento para el viaje. Cuando nuestro viaje es arduo y sobre un terreno rocoso, cuando estamos en guerra físicamente en Afganistán y en otros lugares y, en casa, en los tribunales de justicia y en el escenario de la opinión pública, la Eucaristía nos sostiene y nos mantiene unidos en Cristo. En la Misa, intercambiamos un saludo de la paz antes de ir a recibir el Cuerpo de Cristo en la Sagrada Comunión. Cuando en la Misa deseamos paz a los que se encuentran físicamente cerca de nosotros, debemos tener en mente y presente en nuestras oraciones a los que no lo están, especialmente a aquellos que consideran que están en guerra con nosotros ahora. Por lo tanto, la Eucaristía es verdaderamente una señal de la unidad que Cristo quiere para todo su pueblo y del amor de su Sagrado Corazón para todos los hombres y mujeres que buscan su misericordia.

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