Cardenal Francis George, O.M.I.

La Iglesia en la Historia; la Iglesia en la actualidad

miércoles, agosto 31, 2011

La Jornada Mundial de la Juventud, un festival para jóvenes católicos de todo el mundo, se llevó a cabo este año en Madrid, España, del 16 al 21 de agosto. Este evento mundial de la juventud se celebra cada dos o tres años en una ciudad diferente. La primera Jornada Mundial de la Juventud en la que participé se celebró en Denver en 1993. Unos años antes de ese evento, me había convertido en Obispo de Yakima, Washington. Cuando vi el gran impacto espiritual que esos cinco días de catequesis, oración y celebración con el Papa tuvieron en los jóvenes que asistieron al Estado de Washington, me sentí muy animado. Cuando los jóvenes regresaron a casa y reformaron la pastoral juvenil en esa pequeña diócesis, le agradecí a Dios y a ellos. He ido a casi todas las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud desde aquella en Denver.

La participación de Chicago en la Jornada Mundial de la Juventud 2011 fue cuidadosamente preparada por ministros de la pastoral juvenil muy trabajadores, así como por voluntarios de muchas parroquias y escuelas de la Arquidiócesis. Las celebraciones de la Arquidiócesis, aquí y en Madrid fueron organizadas por la sección de la pastoral juvenil de nuestra Oficina de Catequesis. Los que fuimos a Madrid éramos apenas una pequeña parte del millón y medio de asistentes, pero los efectos espirituales darán sus frutos aquí durante el Año de los Adolescentes y los Adultos Jóvenes, de acuerdo con el Plan Pastoral Arquidiocesano. Yo estaba orgulloso de nuestros jóvenes en Madrid, muchos de los cuales participaron en las sesiones de catequesis que me tocó dar. Hacía mucho calor y en la ceremonia de vigilia en la última noche antes de la Misa de clausura del Papa, estuvo lloviendo; sin embargo la Archidiócesis de Madrid organizó numerosos eventos de manera eficiente y sus voluntarios demostraron un entusiasmo que era contagioso.

En mi camino a Madrid para las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud, me detuve un día en Fátima, Portugal. Era mi primera visita al lugar donde la Santísima Virgen María, como Nuestra Señora del Rosario, se apareció a tres niños pastores en 1917. Fue una peregrinación privada, una ocasión para la oración personal y para un estudio más profundo de las apariciones. La tercera edición del Misal Romano, la cual vamos a empezar a usar este próximo mes de noviembre, incluye para la Iglesia universal la fiesta de Nuestra Señora de Fátima. Será celebrada cada año el 13 de mayo, el aniversario de la primera aparición. Las apariciones de la Virgen en Lourdes, Francia, que tuvieron lugar unos setenta años antes de las apariciones en Fátima, introdujo la presencia de la Virgen María en la vida de muchas personas que están enfermas.

Las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, Portugal, trajeron la presencia de María a los hechos que marcaron la historia del mundo a lo largo del siglo XX. En ambas apariciones, la Virgen dijo a los videntes que rezaran el rosario para lograr la paz en el mundo y también que hicieran penitencia por los pecadores que se apartan de la misericordia amorosa de Dios. El mensaje de María es el mensaje del Evangelio de su Hijo: arrepentirse, hacer penitencia por sus propios pecados y por los pecados del mundo y llegar a entender cómo Dios está guiando el mundo y está presente en todos nosotros en cada suceso, desde la enfermedad personal hasta las guerras y los movimientos sociales que dan forma a la historia del mundo.

En Fátima, María habló sobre los errores del comunismo, que acababan de llegar al poder en la Revolución Rusa, y sobre la persecución que el movimiento comunista infligiría a la Iglesia. Aseguró a los niños que la Gran Guerra Mundial llegaba a su fin, pero advirtió que una guerra mucho más grande vendría a menos que los pecadores se arrepintieran. Mientras visitaba los restos del caído Muro de Berlín que, en el santuario de Fátima, dan testimonio mudo de cómo las palabras de María hablaron de los acontecimientos centrales del siglo XX, me preguntaba qué diría hoy.

El mensaje de María sería el mismo, pero los enemigos de Dios y la Iglesia no se limitarían a los seguidores del comunismo. El propósito del comunismo y del secularismo actual es el mismo: crear una sociedad en la que Dios no puede aparecer en público, borrar cualquier evidencia de la creencia religiosa de la vida pública y prevenir que la Iglesia actúe en la historia, confinando la misión de la Iglesia al culto privado , portador de un sistema de creencias que no pueden tener influencia en la sociedad, salvo en términos seculares. En este sentido, los laicos en este país y en otros lugares son los sucesores de los comunistas del siglo pasado. Recientemente, han sacado a la Iglesia de los servicios de adopción y cuidado de niños en Illinois. En otros estados y a nivel federal, las restricciones legales han sido diseñadas para secularizar el sistema de salud católico y gran parte de los servicios de auxilio de las Caridades Católicas. Sin embargo, estas limitaciones externas son sólo testigos de algo mucho más escalofriante para aquellos que aman la libertad: ver en ello que las conciencias informadas por la fe católica están tan desprotegidas por la ley como lo están las vidas de los niños por nacer. La ironía de la historia ahora es que muchos de los que han aprobado leyes que serán utilizadas para castigar a la Iglesia como una organización discriminatoria todavía se identifican como católicos. La Iglesia no es más discriminatoria de lo que es Dios, siendo ella misma la encargada de predicar y llevar a cabo su ley moral.

En Madrid, a pesar de algunos manifestantes descontentos, los jóvenes católicos dieron forma a la vida pública de una gran ciudad durante cinco días. En medio de las misas públicas y las charlas, los jóvenes guiaron el Camino de la Cruz. En una sesión de catequesis sobre el testimonio de Cristo en el mundo, dije a los jóvenes que, si van a ser misioneros de Cristo en nuestra sociedad, deben estar preparados para llevar la cruz. Los católicos son perseguidos violentamente en muchos lugares de África y Asia; son perseguidos legalmente, a veces de forma evidente ya veces no, en Europa y Canadá y los Estados Unidos. La persecución es siempre una “buena” razón, ya sea por motivos de igualdad de la “justicia”, como fue la excusa bajo el comunismo, o la igualdad de “derechos”, como es el caso aquí. En cualquier caso, los jóvenes que son serios acerca de su vida en Cristo deben darse cuenta de que van a ser objeto de rechazo social, desprecio o incluso el castigo legal conforme nuestra sociedad siga secularizándose a sí misma en formas cada vez más agresivas.

Fátima y el Evangelio mismo nos recuerdan que a Dios no se le burla por tiempo indefinido en cualquier momento o movimiento histórico. Debemos trabajar y orar para que, dentro de un siglo, los católicos que visiten Fátima no se detengan ante un monumento que recuerde otro experimento social que, como el comunismo, demostró estar en bancarrota moral y financieramente: el secularismo de Estados Unidos.

Los jóvenes de todo el mundo que se reunieron en Madrid reflexionaron, oraron y cantaron alrededor de tres temas: firmes en la fe; arraigados y edificados en Jesucristo; ser testigos de Cristo en el mundo. El mundo es mejor para la Jornada Mundial de la Juventud. Los jóvenes se mostraron abiertos y alegres. Ellos sabían en quien depositar su esperanza, a pesar de los peligros y dificultades de los tiempos. Si se mantienen firmes, con la ayuda de la gracia de Dios, la raza humana no tiene que ser atrapada en la hipocresía y la desesperación que caracterizan nuestro momento histórico. La Jornada Mundial de la Juventud 2011 fue una buena semana y se llevó la promesa de que vendrán tiempos mejores.

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