Cardenal Francis George, O.M.I.

La Iglesia como parábola

domingo, julio 31, 2011

Los domingos de verano nos llevan a escuchar durante la Misa esas historias llamadas parábolas que aparecen en el Evangelio según San Mateo. Son parábolas del Reino de Dios de la manera en que fueron proclamadas por Jesús en su ministerio de predicación. Necesitan una explicación, ya que suelen estar caracterizadas por la paradoja. Hablan de una perla de enorme precio, de semillas de mostaza, de trigo y cizaña, de un sembrador de semillas muy generoso, de las redes arrojadas al mar y la captura de peces. Jesús habló en parábolas, por dos razones: La primera fue que dado que el significado de la historia no era inmediatamente evidente, la parábola fue una forma de involucrar a la gente y hacerlos pensar de nuevo sobre lo que es más importante; la segunda tenía que ver con la posibilidad de que algunos rechazaran tanto al Evangelio como a Jesús mismo. Para contrarrestar esta posibilidad Jesús enseñó de manera deliberada de una manera circular que sabía que los confundiría.

La gran parábola del Reino es, por supuesto, Jesús mismo. Él revela a Dios como su Padre, cuya casa es el Reino, y también “esconde” a Dios detrás de su apropiada humanidad. De esta manera, Dios no obliga a nadie a creer, pero atrae a todos hacia sí mismo mediante la bondad y la verdad de su Hijo encarnado, Jesús de Nazaret. La identidad de Jesús no es evidente en sí misma de manera inmediata. Lo conocemos porque Dios nos da ojos para ver mediante la fe y oídos para escuchar lo que Dios ha hecho para revelarse. El amor, como el Papa Benedicto dice a menudo, siempre respeta a la libertad. Las parábolas son instrucciones que nos dejan en libertad de responder.

Puesto que la Iglesia es el cuerpo de Cristo resucitado, extendido en el espacio y el tiempo, la Iglesia es el sacramento del Reino de Dios. Ella es el signo y la comunidad que Dios usa para decirle al mundo quién es Cristo hasta que él vuelva en la gloria. Pero sabemos que la Iglesia es a veces una clara señal del Reino de Dios y a veces resulta una señal muy confusa. Como las parábolas nos lo dicen, tanto el trigo y la cizaña crecen en ella. La perla de gran precio permanece oculta en la tierra. En ocasiones la red se rompe mientras los pescados son metidos a la barca. Incluso en buena tierra, la semilla de la Palabra de Dios tiene una acogida variada y da frutos menos de cien veces. Pero la Iglesia, de la misma manera que Cristo mismo, sigue siendo el medio necesario para la salvación del mundo.

A menudo digo que pasamos mucho tiempo hablando sobre la Iglesia y no lo suficiente sobre Jesús, pero los dos no pueden separarse. Muchas historias acerca de la Iglesia hablan sobre el deterioro institucional, las cuales contienen cierta verdad. Sin embargo, rara vez se ha señalado que la Iglesia está en declive particularmente en aquellas sociedades y países que también se encuentran en declive.

En la Arquidiócesis, el ministerio de la catequesis es fuerte, al igual que los programas para formar diáconos y ministros eclesiales laicos. Muchas parroquias están floreciendo y son verdaderamente innovadoras en sus ministerios. Las escuelas se están fortaleciendo de forma sistemática . Este año vamos a hacer un esfuerzo especial para hacer que los jóvenes estén mucho más cerca de la Iglesia. Tenemos sacerdotes, religiosos y diáconos talentosos y dedicados. Tenemos familias que son verdaderas escuelas de santidad. Los católicos son generosos con sus parroquias y con la Arquidiócesis, así como con Caridades Católicas y sus instituciones asociadas. Hay graves problemas y las consecuencias de sus antiguos pecados y crímenes estarán con nosotros durante mucho tiempo por venir, pero la Iglesia aquí es un faro para iluminar el camino a Cristo, para aquellos que quieren ver.

Un reciente informe estadístico de la Iglesia católica en nuestro país en su conjunto presenta datos que son materia para una parábola, una historia a contra corriente de lo que se podría suponer. Si la interpretación que me dieron es correcta, la población católica de los EE.UU. ha aumentado en un 75 por ciento en los últimos 40 años y un 50 por ciento desde 1990 (el número de fieles bautizados en la Arquidiócesis de Chicago se ha mantenido estable durante la última década, en 2.3 millones de personas). En todo el país, la asistencia a misa ha aumentado 15 por ciento desde el año 2000 y las contribuciones han aumentado en un 14 por ciento en los últimos cinco años. A veces los católicos abandonan la Iglesia durante sus años de universidad y, más tarde, debido a su situación marital. Al menos la mitad de los que la dejan se unen a una Iglesia evangélica, cuyas enseñanzas morales son las mismas que las de la Iglesia católica. La razón principal de su regreso a la Iglesia es el hambre de la Eucaristía.

Los franceses tienen un dicho que los que comen Papa mueren de un dolor de estómago. Los últimos veinte siglos han sido testigos de eso, y el siglo XXI también lo será. En lo personal, de 1974 a 1986, viajé a muchos lugares del mundo como parte de mis responsabilidades como Vicario General de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Visité muchas diócesis y vi cómo viven los pobres y la obra de la Iglesia en gran parte del mundo. En todos lados, incluso donde era odiada o perseguida, la Iglesia católica era una señal de esperanza, una parábola de la presencia de Dios, con frecuencia en medio de horrores difíciles de imaginar. Por el contrario, mi país era considerado a menudo un objeto de sospecha y desconfianza como fuente de opresión por parte de esas mismas personas, a veces injustamente. La gente sabía quién era yo en cuanto a mi sacerdocio católico, pero no estaban seguros de lo que estaba haciendo como estadounidense.

No fue sino hasta que regresé a los Estados Unidos que esas nociones cambiaban radicalmente: la Iglesia Católica era considerada por muchos como una fuente de opresión y el país considerado una señal de esperanza. Como católicos que a la vez somos ciudadanos estadounidenses, podemos ayudar a la Iglesia a florecer aquí como una señal del Reino de Dios. Actuará entonces como fermento para crear una sociedad marcada por una justicia más plena y por un amor más grande. Esa es mi esperanza y mi oración. Que Dios los bendiga.

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