Cardenal Francis George, O.M.I.

¿Son las mujeres y los hombres intercambiables a voluntad?

jueves, junio 30, 2011

Muy presentes en la discusión pública de estos últimos meses se encuentran dos temas que no parecen estar relacionados, pero lo están.

Son las cuestiones de las uniones civiles y el "matrimonio" entre dos personas del mismo sexo. Esta conversación se ha enmarcado como un asunto de derechos civiles más que como una cuestión de derechos naturales. La discusión, por lo tanto, se enfoca como un asunto de elección individual que debe ser respetado en el derecho civil, sin tomar mucho en cuenta si los "derechos civiles" proporcionan, o no, un contexto adecuado para entender lo que está en juego. El periódico The Catholic New World ha reimpreso una carta del Obispo Thomas John Paprocki de Springfield, en la que explica la respuesta legal de tres diócesis de Illinois sobre este asunto, debido a las repercusiones que tiene sobre los contratos del estado de Illinois con las agencias de Caridades Católicas que se dedican a la adopción y los cuidados de crianza para menores de edad.

La discusión en la Iglesia en esta Arquidiócesis ha anticipado desde hace algunos meses el nombramiento de dos obispos auxiliares para esta Iglesia local. Ambos ya han sido nombrados por el Papa Benedicto XVI y mi declaración sobre los obispos electos Andrew Wypych y Alberto Rojas, sacerdotes de la Arquidiócesis de Chicago, también aparece en el mismo número de The Catholic New World. Sin embargo, su nombramiento y la ordenación de sacerdotes para la Arquidiócesis el mes pasado suscitó también un debate sobre la posibilidad de que haya mujeres en el sacerdocio.

La moral católica y las enseñanzas doctrinales presuponen que tanto el matrimonio como la familia nos comunican algo de importancia duradera, sobre Dios y sobre nosotros mismos. En el Antiguo Testamento, Dios se casa con su pueblo, Israel; en el Nuevo Testamento, Cristo es el novio de su Iglesia. En las Iglesias apostólicas —la católica y la ortodoxa—el sacerdote ordenado representa a Cristo, la cabeza invisible de la Iglesia, para todos los fieles bautizados que son miembros del cuerpo de Cristo. El sacerdocio ordenado es histórico y sacramental o simbólico antes que funcional. Las mujeres, obviamente, pueden hacer cualquier cosa que hacen los sacerdotes, y con frecuencia lo hacen mejor, pero la mujer no puede "representar" a un novio. En Cristo, el Hijo eterno de Dios, las mujeres son hijas de nuestro Padre celestial, iguales que los hombres en el bautismo y muchas veces superándolos en santidad, como lo atestigua el calendario de los santos canonizados. Pero la práctica de la Iglesia desde el tiempo de Pentecostés, interpretando la voluntad de Cristo bajo la guía del Espíritu Santo, ha reservado la ordenación sacerdotal a los hombres bautizados. Están llamados a ser padres en la familia de Dios. La naturaleza del sacramento de las Órdenes Sagradas fue dada a la Iglesia y esta no es libre de cambiarla.

Hace quinientos años, los principales reformadores protestantes rechazaron el sacramento de las Órdenes Sagradas. Para ellos, el liderazgo invisible de Cristo no se hace visible en su Iglesia. El bautismo es por lo tanto, el único sacramento del sacerdocio cristiano protestante. En el catolicismo, con el fin de completar la representación visible de la relación entre Cristo y la Iglesia, hay un rito en el cual se llama a una mujer para representar, no a Cristo, sino a su cuerpo, la Iglesia. La ceremonia es una consagración de las vírgenes que viven en el mundo. La suya es una vocación eclesial y la Arquidiócesis de Chicago se ha enriquecido con sus vidas. No son mujeres religiosas y no viven en comunidad, ni toman los votos religiosos. Ellas están consagradas en una ceremonia que se asemeja a la ordenación, aunque no es sacramental. En ella y en las mujeres que de esta manera están consagradas, la Iglesia llega a una comprensión más clara de sí misma como virgen y madre, la esposa de Cristo. Los hombres no pueden ser vírgenes consagradas; no pueden ser una representación pública de la novia de Cristo. El sistema de símbolos católicos es consistente, ¡aún cuando no sea bien aceptado!

Con las mismas imágenes nupciales, y de acuerdo con la ley moral natural, la Iglesia reconoce que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, para toda la vida y por el bien de la familia. La unión matrimonial se basa en que un hombre y una mujer se conviertan en “dos en una sola carne”. Sin semejante unión de auto entrega, el matrimonio es imposible. Un matrimonio que no es o no puede consumarse en la unión sexual es reconocido como inválido tanto en la Iglesia como en la ley civil. El auténtico amor y la amistad profunda son posibles sin que dos personas se conviertan en "una sola carne", y el amor y la amistad siempre deben ser respetados y alentados. Pero las actividades sexuales separadas del contexto de la unión matrimonial son incompatibles con el orden de la naturaleza humana en sí misma.

Hablar de "el orden mismo de la naturaleza humana" se hace cada vez más difícil y menos convincente cuando el género es considerado como una construcción puramente humana, una invención cultural y no algo que se da en la naturaleza. La naturaleza misma ha sido reducida en su mayoría a un campo de experimentación científica y de control humano. Incluso las diferencias biológicas pueden ser manipuladas por un beneficio económico y de acuerdo a las preferencias personales. Cualquier cosa que limite la elección personal, es política y socialmente inaceptable. De tal suerte que dos hombres deben ser capaces de casarse, si eso es lo que quieren; y las mujeres deben ser candidatas al sacerdocio ordenado, si eso es lo que creen. Las mujeres y los hombres son intercambiables a voluntad.

Sin embargo, para aquellos que creen que la voluntad de Dios es lo que norma los asuntos humanos, actuar en contra de la naturaleza de las Órdenes Sagradas o del matrimonio está mal. El domingo pasado, en la fiesta de Pentecostés, oramos para que el Espíritu Santo se pose sobre la Iglesia con nueva fuerza y renueve la faz de la tierra. El Espíritu Santo es dado para que podamos llegar a entender, desde dentro de la comunión de la fe, la autorevelación de Dios en la historia y, dentro de la comunidad de la razón, la creación de Dios en la naturaleza. Entender la verdad sobre el sacramento de las Órdenes Sagradas y sobre la naturaleza del matrimonio, y luego seguir la voluntad que Dios tiene para nosotros nos hace verdaderamente libres. Que Dios los bendiga.

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