Cardenal Francis George, O.M.I.

Dos en una carne: Matrimonio en la naturaleza, en la Iglesia y en la sociedad civil

jueves, septiembre 30, 2010

El pasado 19 de septiembre en la Arquidiócesis de Chicago cerca de 350 parejas renovaron sus votos matrimoniales en la Misa anual que se realiza para celebrar 50 años de matrimonio.

Al reflexionar sobre sus cincuenta años juntos, algunas parejas escribieron que la mejor parte de estar casados era la compañía de su esposo o esposa en quien siempre podían contar, en buenos y malos tiempos, junto con la bendición de sus hijos y nietos.

Otros dijeron que la fe católica había fortalecido sus matrimonios gracias a que les había dado una visión común que les ayudó a verse a sí mismos y a su unión a la luz de lo que Dios les pedía ser. Su relación anclada en la fe había funcionado como un pegamento para mantener su vida juntos. Su consejo a las parejas de recién casados fue permanecer juntos y hacer lo necesario para que su matrimonio funcione, ayudarse mutuamente a crecer en el amor, aún cuando las circunstancias de la vida hayan cambiado. Fue un privilegio celebrar la Eucaristía con estos hombres y mujeres cuyas vidas han enriquecido a la Iglesia y a la sociedad y cuya experiencia personal es un testimonio de la naturaleza del matrimonio.

El 19 de septiembre se realiza, en todas las diócesis de Estados Unidos, la celebración anual del Domingo Catequético. Al mismo tiempo que agradecemos a todos los responsables de los programas de catequesis en nuestras parroquias y escuelas, se nos presenta la urgencia de reflexionar este año sobre el tema “Matrimonio: Sacramento de amor perdurable”. Reflexionar sobre el matrimonio en las páginas de la Escritura nos lleva a comprender cómo la unidad matrimonial de un hombre y una mujer es testimonio de la unión entre Dios y su pueblo, Israel, y de la relación entre Cristo, el novio, y la Iglesia, su esposa.

Tanto la experiencia de las bodas de oro de parejas casadas como la enseñanza de la revelación divina sobre la relación que existe entre Dios y su pueblo, hablan de la convicción natural de que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer de por vida por el bien de la familia. Sin embargo, esta comprensión del matrimonio, no tiene su origen ni en el derecho civil occidental, ni en las enseñanzas de la Iglesia. El matrimonio es anterior al Estado y a la Iglesia; es una institución de la naturaleza. En China, o en otros lugares donde el cristianismo no ha tenido gran repercusión en el derecho o en la cultura, el matrimonio se entiende como la unión de por vida entre un hombre y una mujer por el bien de la familia.

Hoy en día el matrimonio se ve debilitado en nuestra sociedad por nuestra tendencia a tratar los hechos de la naturaleza como materia de derechos individuales y de elección personal. La discusión política actual acerca de llamar a las uniones homosexuales “matrimonios” no es un desacuerdo sobre la equidad o la justicia, sino una pelea sobre si el Estado tiene el “derecho” a llamar a un círculo un cuadrado. Sin la complementariedad corporal entre un hombre y una mujer, no puede haber verdadera unión corporal de los dos en una carne. La infertilidad no es motivo legal para declarar nulo y sin valor al matrimonio, pero la impotencia, la incapacidad de una pareja para realizar el acto conyugal, sí lo son. El compañerismo, la amistad y el amor entre dos hombres o dos mujeres son valores humanos profundos, pero la expresión sexual del amor entre dos hombres o dos mujeres no puede ser un acto conyugal. Toda persona humana debe ser respetada, pero también debe respetarse la naturaleza del matrimonio. El Dios que creó el mundo natural nos dio el don de la razón para entenderlo, para que no usemos el don del libre albedrío para destruirlo.

Tal vez el deseo de cambiar la definición legal del matrimonio ignorando su verdadera naturaleza refleja la experiencia problemática que existe del matrimonio y de la familia en la sociedad actual. Cuando aquellas parejas que viven juntos, como si estuvieran casados, dudan en casarse realmente, es posible que algo haya ido mal en su experiencia de amor. Debido a que cerca del cuarenta por ciento de los bebés nacen fuera del matrimonio, la estabilidad de la vida familiar se ve seriamente debilitada. Cuando el número de parejas que se divorcian es igual al número de las que permanecen juntas toda la vida, vemos que un elemento esencial del matrimonio real está faltando. Las estadísticas sobre violación y violencia sexual ponen de manifiesto una pérdida de respeto por el don de la sexualidad y la autodisciplina que lo protege. Todos sabemos que la situación del matrimonio y la vida familiar no es buena y plantea motivos de preocupación sobre nuestra vida en común en la sociedad.

A la luz de la fe, por supuesto, el matrimonio es más que una institución natural. La vida familiar es una escuela de amor que da a conocer a los niños el amor de Dios hacia la familia humana. La carta pastoral de los Obispos de EE.UU. de 2009 titulada, El matrimonio: el amor y la vida en el plan divino, explica bien la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio; el documento está disponible en www.usccb.org/loveandlife. La Oficina Arquidiocesana para los Ministerios de la Familia, www.familyministries.org, patrocina muchos programas que ayudan a nuestras parroquias a preparar parejas para el matrimonio y que apoyan la vida familiar.

Sin embargo, los documentos y programas, no pueden por sí mismos restaurar el orden correcto de nuestras relaciones; la oración y los hábitos para vivir bien dependen de la gracia de Dios, la cual pasa a ser nuestra al momento de pedirla. El Señor tiene un interés personal en fortalecer una institución que refleja su propia vida y amor.

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