Cardenal Francis George, O.M.I.

Envejecer: mirando hacia atrás y hacia adelante

miércoles, junio 30, 2010

Hoy en día, la gente vive más tiempo. Muchas personas en este país tienen más de 10 años de vida de lo que hubieran tenido hace años. La muerte de un niño es siempre una tragedia, sin embargo hace un siglo muchos murieron en la infancia. La adolescencia se prolonga y las decisiones que definen una vida, como la del matrimonio, con frecuencia se posponen para finales de los años veinte o los años treinta de vida. El cumpleaños cuarenta ya no coloca a una persona tan claramente en la edad madura. La vejez comienza, tal vez, en los años setenta, ciertamente no a los sesenta y los octogenarios ya no son considerados como algo excepcional.

Los ancianos siempre han sido parte de la historia humana, aunque no en la misma proporción que en la actualidad. Hace más de tres mil años, el salmista proclamó: “Los años de nuestra vida son setenta, u ochenta si hay vigor... sin embargo, pasan pronto y nosotros nos vamos” (Salmo 90; 10).

Cuando uno envejece, el recuerdo del pasado se sitúa en una perspectiva más amplia. Recuerdo ahora de manera vívida eventos y conversaciones que no creí especialmente importantes cuando se produjeron y cosas que creía de gran importancia, no hace muchos años, están ahora casi olvidadas. Ahora mismo parece muy importante que los Blackhawks hayan traído de vuelta la Copa Stanley a Chicago después de tantas décadas, pero no estoy seguro de qué manera la alegría y el entusiasmo tan reales hoy en día se apilarán a largo plazo en los recuerdos de toda una vida. Al mismo tiempo, cuando el pasado se vuelve a examinar y es reevaluado, el horizonte del futuro se vuelve más restringido y uno se dispone a considerar el final de esta vida. A veces la gente dice que no teme a la muerte, pero tienen miedo de morir. No estoy del todo seguro de lo que eso significa, ya que ambos son desconocidos.

Frente a lo desconocido, un instinto natural es intentar controlar las circunstancias. Las instrucciones por adelantado para recibir cuidados de salud son uno de los medios para dirigir la atención y el tratamiento médico, incluso después de que uno pierde la conciencia; otro medio consiste en nombrar a alguien que tome decisiones de vida o muerte cuando se es incapaz de hacerlo personalmente. Algunos que anticipan que serán prisioneros de sus propios cuerpos tampoco quieren ser prisioneros de las máquinas.

Nadie es autónomo; todos somos miembros de la familia humana. Para todos, la vida es un don y nosotros somos sus administradores. A partir de estos dos principios fluye el imperativo moral de que nadie puede cometer u omitir, de manera intencional, acciones que, por su naturaleza o sus consecuencias, causarían directamente su muerte o la muerte de otro ser humano.

Como consecuencia, tanto el aborto directo como la eutanasia voluntaria son siempre inmorales, el cálculo de lo que es un tratamiento adecuado ante la proximidad de la muerte natural no puede ser totalmente anticipado en una serie de instrucciones escritas. Dado que los alimentos y el agua son necesarios para la vida y en general deberían ser proporcionados primordialmente en forma oral, se convierten en moralmente necesarios. Nadie puede ser llevado a morir de hambre de manera deliberada. Esta previsión de sentido común fue establecida contra el dictado contemporáneo de la “autonomía”, lo cual causó cierto debate público hace un año aproximadamente. Gran parte del debate fue alarmista y es posible que haya sido provocado de manera deliberada para desacreditar a los centros de salud católicos.

Algunas de las razones moralmente aceptables para no utilizar medios arti- ficiales para alimentar a las personas podrían ser la resistencia física, el temor, las enormes molestias, la proximidad a la muerte, un edema irreversible o la asfixia. Uno tiene que tener especial cuidado para proteger los derechos de los discapacitados, de los pacientes que médicamente no son competentes y de otros pacientes indefensos y nunca puede uno tener la intención de llevar la muerte de manera directa a un paciente porque él o ella tiene la enfermedad de Alzheimer o una insuficiencia cardíaca congestiva, o se encuentra en la etapa terminal de cáncer o de alguna otra enfermedad crónica. Obviamente, la ventaja de designar a un apoderado personal de atención de salud es que cada caso puede ser manejado de forma individual y como lo indique las cambiantes condiciones del paciente.

Quizá experimentamos dificultades para enfrentar la muerte porque nos resulta muy difícil entregarnos en el amor. Tanto en el morir como en el amar, la autonomía personal se entrega; ambas presuponen confianza. Cuando uno envejece, el cuerpo se vuelve menos confiable. Los órganos y músculos que uno ni notaba por su buen funcionamiento, comienzan a fallar o a decaer. Cuán importante es entonces, que las amistades se fortalezcan. Cuando no podemos contar con nuestros cuerpos, debemos contar con los que nos aman, sobre todo con Dios.

Dios es amor y no desea nada más que compartamos su vida ahora y siempre. Esa convicción de nuestra fe nos sostiene durante toda nuestra vida y nos da fuerza en la vejez. Que Dios los bendiga.

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