Cardenal Francis George, O.M.I.

¿Una vida mejor? ¿O una nueva vida?

jueves, abril 30, 2009

La Iglesia se encuentra muy involucrada en ayudar a un gran número de personas a llevar una vida mejor mediante la educación, el cuidado de la salud, la defensa pública de sus derechos y la orientación privada, con los servicios sociales a los ancianos, a las personas sin hogar, a los hambrientos y a muchos que de otro modo estarían sin ayuda. En nuestra Arquidiócesis y en todas las diócesis, Caridades Católicas proporciona ayuda a las personas que quieren vivir una vida mejor.

Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Chicago sirve a una de cada seis personas que viven en los condados de Cook y Lake. Tres de cada cuatro personas que viven en la pobreza reciben servicios, de algún modo, de Caridades Católicas. Aún cuando el personal de Caridades es totalmente profesional, muchos de estos servicios son posibles sólo gracias al gran número de generosos voluntarios organizado por Caridades Católicas.

La mayor y más inmediata necesidad es la alimentación. Existen seis zonas de la Arquidiócesis denominadas “desiertos alimentarios”, donde no hay tiendas de comestibles en las cuales se puedan adquirir alimentos frescos, verduras, leche y otros alimentos básicos. Caridades Católicas tiene cinco Centros para Mujeres, Infantes y Niños ubicados en estos desiertos alimentarios, donde miles de familias llegan a cubrir sus necesidades básicas de alimentación, al igual que personas de la tercera edad quienes, por tener que gastar sus ingresos en medicinas, alquiler y el pago de servicios públicos, carecen de dinero para comprar sus propios alimentos . Caridades Católicas ofrece el servicio de Comidas-sobre-ruedas en todo el Condado de Lake y en la mayor parte del sur del Condado de Cook. Administra nueve comedores para adultos mayores en el Condado de Lake y varios en Chicago y sus suburbios. En 2008, Caridades Católicas proporcionó el equivalente de 4,602,642 comidas en todos sus programas, incluyendo las cenas dadas en la parroquia a los pobres y a los indigentes.

En ocasiones, uno escucha que la Iglesia está más preocupada por los bebés que aún están en el útero materno que por los pobres. Las estadísticas que emanan de los programas para atender la nutrición, la maternidad y el embarazo, de los servicios de adopción, de las actividades de desarrollo infantil, de los programas para erradicar la violencia en el hogar, de los programas de capacitación laboral, de atención a la salud, de vivienda, de atención a las adicciones y de los servicios para los veteranos revelan que dicha acusación es sólo eso, una acusación.

Además de satisfacer las necesidades inmediatas, la Iglesia nos ayuda a llevar mejores vidas juntos mediante la enseñanza de la ética social. La actual crisis económica ha puesto en duda particularmente las “reglas del juego” en las economías desarrolladas. El objetivo primordial de obtener beneficios financieros a corto plazo parece haber perjudicado gravemente la capacidad del mercado financiero de autorregularse. La conexión entre el mercado y la sociedad civil está siendo reconsiderada, al igual que el lugar que ocupan los Estados Unidos en una economía global. Paradójicamente, mientras que el capital de los países pobres se está invirtiendo en los países ricos, haciendo que los pobres sean cada vez más pobres, los salarios que los inmigrantes envían a sus familias en los países pobres es muy superior a la ayuda extranjera oficial de estado a estado. Repensar la economía mundial significa pensar en instrumentos de intercambio que ayuden a los países pobres a desarrollarse y que al mismo tiempo beneficien a la población pobre en los países ricos.

Las consideraciones estructurales no pueden separarse del carácter moral de aquellos que toman decisiones financieras que afectan a otros. Hay algo muy extraño acerca del contexto que rodea la toma de decisiones, en el que el marco temporal de los operadores financieros era extremadamente corto y donde la confianza se puso más en los mecanismos del mercado que en las relaciones entre los socios. La economía, por sí sola, no puede determinar si una actividad es ética o no. Una economía que sustituye a la moral con la eficiencia acabará siendo tanto ineficiente como inmoral. Una sociedad que se organiza para ayudar a las personas a vivir una vida mejor necesita entender tanto las normas que rigen la economía como la ley moral.

Parte de las enseñanzas morales y sociales de la Iglesia juzgan a este mundo a la luz del Cristo resucitado. Cristo resucitó de entre los muertos con nueva vida, no sólo una versión mejorada de nuestra vida actual. Con la promesa de vida eterna viene la esperanza de la comunión con Cristo y con toda la familia de Dios en el mundo por venir y, por lo tanto, el valor para enfrentar y superar las dificultades de la vida en este mundo.

A finales del año pasado, el Papa Benedicto XVI dijo: “Jesucristo no organizó campañas contra la pobreza, pero proclamó la Palabra para un rescate completo de la miseria moral y material a los pobres. La Iglesia.... hace lo mismo”. En Cristo, nos ayudamos mutuamente a llevar una vida mejor ahora, en la esperanza de una nueva vida eterna por siempre. Nueva vida que comienza ahora con la gracia dada a nosotros en el Bautismo y los demás sacramentos, son todas acciones del Cristo resucitado. En la Eucaristía, recibimos en nuestros cuerpos mortales el pan de vida eterna, la semilla de la vida nueva que satisface toda hambre. Cristo comió el pan y el pescado con sus discípulos, no porque tuviera hambre, sino para mostrarles que estaba vivo.

Al igual que la voz de Cristo, el mensaje de la Iglesia es siempre original. El Cristo resucitado no se ajusta a ninguna de nuestras categorías normales de entendimiento y, con frecuencia, tampoco lo hace la voz de la Iglesia. Por su naturaleza católica, la Iglesia habla en nombre de toda la raza humana en sociedades, culturas y países particulares que son siempre menos que universales. Sus enseñanzas morales y sociales provienen de una fuente más grande que cualquier orden político o financiero que podamos imaginar. Esto es a la vez inquietante y reconfortante, al igual que el Señor mismo.

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