Cardenal Francis George, O.M.I.

¿De quién es este mundo?

sábado, febrero 28, 2009

Parte de la discusión acerca del futuro de nuestras economías plantea la pregunta de qué tipo de base económica asegurará el futuro de nuestro país y de nuestras familias. Y parte de la respuesta a ese cuestionamiento parece estar en las llamadas industrias “verdes” creadas para dar energía al mismo tiempo que protegen los recursos de la tierra. A la luz de la fe, ¿cuál podría ser nuestra reflexión sobre la "revolución verde" a la que se está llamando?

Hace más de treinta años, cuando visité por primera vez Greenlandia (Greenland o Tierra Verde en español), la gigantesca isla cubierta de hielo al noreste de las costas de Estados Unidos, me preguntaba por qué era llamada Tierra Verde. Todo era roca y hielo, negro y blanco, con muy poco suelo y, por consecuencia, no había tierra reconocible para la pastura, ni árboles. Para poner verduras y balancear una dieta conformada de carne de pato y grasa de foca, los habitantes de Greenlandia solían cosechar kelp, un alga que crecía en las heladas aguas del océano del Atlántico Norte. Me dijeron que cuando Leif Ericson visitó por primera vez la isla hace mil años el clima era suficientemente moderado como para permitir una temporada corta de crecimiento de la pastura donde las ovejas podían pastar en el extremo sur de la isla. Obviamente, el clima del mundo ha cambiado de manera constante y natural con el paso de los siglos, sin embargo el miedo que se tiene ahora a un cambio catastrófico está siendo ligado a las actividades humanas que han perturbado lo que había sido el equilibro natural de la tierra. El mayor culpable, se nos ha dicho, son las emisiones de dióxido de carbono que crearon un nuevo y peligroso fenómeno de calentamiento global.

Si la conciencia ecológica significa reconocer que todo en la naturaleza está interconectado, esto equivale a la doctrina católica de comunión espiritual y eclesiológica. Somos miembros del Cuerpo de Cristo; lo que uno haga para bien o para mal, nos afecta a todos. La naturaleza, por su parte, también es un ejemplo de comunión; una erupción volcánica en Indonesia afecta la vida animal en la Florida. Sin embargo, algunos ecologistas consideran que la especie humana en la actualidad tiraniza a la tierra y, debido a que los tiempos modernos y el mito del progreso están basados en el trabajo firme y constante de la humanidad para superar los límites del espacio y del tiempo a través de la tecnologías basadas en el carbón, los patrones de consumo humano que amenazan con la vida en el mundo deben cambiarse por un "regreso a la naturaleza". Claro que nunca se ha explicado si eso significa o no renunciar a una aspirina o a la leche pasteurizada, así como a la electricidad. En el sector radical del movimiento ecológico, algunos hacen divino al planeta mismo y parecen creer que la tierra estaría mucho mejor sin el hombre. Si la tierra es nuestra única madre, entonces, por supuesto que la tumba será nuestro destino final.

Este pensamiento se encuentra, obviamente, en contradicción con nuestra creencia de que Dios, a partir de su amor, hizo todo de la nada, vio lo que era bueno y creó a los ángeles y a los seres humanos de manera que la creación pudiera vivir en amor con él y con todo lo que él había hecho. Somos parte de la creación de Dios y la moralidad de la ley natural católica condena la manipulación de la naturaleza, especialmente la naturaleza humana, con fines que están en conflicto directo con el propósito de la naturaleza misma. Esta convicción ayuda a explicar la enseñanza católica sobre la contracepción artificial, la manipulación de células troncales embriónicas, sobre la fertilización in vitro, sobre el aborto y la eutanasia, todos ellos pecados contra la naturaleza así como contra Dios.

Aún la propiedad privada siempre se mantiene con una “hipoteca social”. No tenemos derecho a decidir nuestro propio patrón de desarrollo económico sin hacer referencia al impacto que provocamos en los países más pobres del mundo.

Si la naturaleza caída tiene un destino eterno, es porque Cristo superó las limitaciones del pecado y la muerte y nos invita a cooperar en la obra de redención. Es estúpido simplemente ver a la naturaleza de una manera romántica, pues la misma Madre Naturaleza que nos da un suave día primaveral también nos da el sarampión, el polio, el cáncer y la peste. Nuestro papel es superar las limitaciones de la naturaleza, pero en maneras que complementen y hagan pleno un mundo natural que no fue creado simplemente para ser el campo de explotación humano hasta llegar al punto de su destrucción.

Este mes las lecturas del Antiguo Testamento para la Misa diaria son tomadas del Libro de Génesis. También leeremos partes de este primer libro de la Biblia durante la Vigilia de Pascua, cuando la historia de los caminos que ha tomado Dios con la naturaleza y el género humano serán repetidas. En Génesis, el mundo natural nos es dado para cuidar de él, no para considerarlo ni divino, ni forraje para el desarrollo de acuerdo únicamente con nuestros propios designios. Debemos respetar y bendecir la tierra al trabajarla. No somos dueños de la tierra sino sus mayordomos. (Lv. 25:23)

Si la relación entre Dios, el hombre y la naturaleza física ha sido rota, la falta no cae en la religión bíblica, la cual data de antes del calentamiento global por varios miles de años, sino en el egoísmo y el orgullo humanos, en los sistemas económicos que sacrifican todo y a todos por las ganancias y en la arrogancia científica que no acepta limitaciones morales en sus investigaciones. Dios le preguntó a Job: “¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra?” (Job 38:4) Y el salmista responde: “Al ver el cielo, obra de tus manos... ¿qué es el hombre para que pienses en él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, … le diste dominio sobre la obra de tus manos. ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra”. (Salmo 8) En la práctica de nuestra religión, el ritmo de la creación y la redención tiene la función de dar forma al ritmo de nuestra vida. Esto es especialmente claro en la observancia del sábado (Sabbath), el cual ha sido preservado entre el pueblo judío. El Día del Señor solía observarse mucho más entre los cristianos, antes que los ritmos del trabajo y la recreación se apoderaran de nuestra vida; cuando era pequeño, todas las tiendas cerraban los domingos y las ligas deportivas no provocaban que las familias abandonaran el tiempo que dedicaban a adorar a Dios. El tiempo invertido en el culto a Dios reestablece el balance de la naturaleza humana. El Jubileo bíblico permite a la tierra que descanse y permanezca sin cultivar; esto reestablece el equilibrio de la naturaleza física.

Todo lo creado por Dios está en solidaridad con el resto de la creación divina. En el siglo XIII, San Francisco de Asís, amigo de los pájaros y los lobos, no sólo fue poético cuando alabó a Dios por “el Hermano Sol y la Hermana Luna”. Un siglo antes, Hildegard de Bingen señaló que todas las criaturas son fieles a su creador al vivir de acuerdo a las leyes de su naturaleza, con la excepción de los seres humanos, cuya desobediencia a su Creador también castiga a los animales y a toda la naturaleza.

El problema de relación correcta entre Dios, el hombre y la tierra es moral antes que político o financiero. Ahora que nos encontramos buscando maneras para reconstruir nuestro orden político y económico, la necesidad de una “conversión ecológica” debería llevarnos primero a adorar a Dios, y en segundo lugar a orar. No somos ni los dueños del universo, ni sus esclavos. Esa lección la aprendemos al adorar a nuestro Creador y al agradecerle constantemente por el don de su creación.

Que Dios los bendiga.

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