Cardenal Francis George, O.M.I.

Adorando a Dios a través del matrimonio

martes, septiembre 30, 2008

Una de las mejores celebraciones Eucarísticas anuales es la Misa para celebrar el Aniversario de Oro de los Matrimonios. Aún cuando la Catedral es la iglesia que usualmente recibe a los jubilarios y a sus familias, este año la Misa fue celebrada el 7 de septiembre en la parroquia de San Juan de Brebeuf, en Niles. Más de 500 parejas celebraron matrimonios que comenzaron en 1958.

El arzobispo Fulton Sheen escribió una vez un libro titulado Three to Get Married (Tres para casarse). Las reflexiones que, sobre sus matrimonios, escribieron muchas parejas como preparación para la renovación de sus votos, son un testimonio de la verdad del título del libro: “El saber que Dios es el tercer compañero en nuestro matrimonio ha sido fundamental. Hemos podido pedir cualquier fortaleza que hemos necesitado y dar verdaderas gracias por nuestras muchas bendiciones”. Un esposo escribió: “No puedo imaginar la vida de matrimonio sin una fe fuerte. Dios es el centro de nuestras vidas y como consecuencia nuestras decisiones siempre tienen a Dios en el centro. La fe fue siempre una parte integral de nuestra relación y nos guió a lo largo del camino cuando tuvimos que tomar decisiones difíciles. Compartimos nuestra fe con otros y eso nos ayudó a crecer en nuestra relación”. Otra esposa escribió: “La fe... te recuerda que nadie es perfecto y que todos representamos dones, los unos para los otros, y que siempre deberíamos perdonar. La escuela católica me enseñó: una vez casado, permaneces casado, y eso fue lo que hicimos”.

El ejemplo de vida y amor unidos por cincuenta años nos lleva a todos a felicitar a las parejas y a sus familias. Su ejemplo debe motivar a aquellos que están comprometidos y los que recientemente se casaron o están luchando con las enormes dificultades de la vida en matrimonio. El ejemplo de los jubilarios es especialmente importante ahora que hay tantos ejemplos de lo contrario y que el estado del matrimonio se encuentra debilitado por las tendencias sociales.

Durante su visita a nuestro país el pasado abril, el Papa Benedicto XVI dijo: “Para algunos jóvenes católicos, el lazo sacramental del matrimonio parece apenas distinguible del lazo civil, o incluso lo consideran un arreglo puramente informal para vivir con otra persona, abierto a terminarse”. Las estadísticas reflejan esta actitud. Hace cincuenta años, casi ningún matrimonio era precedido por la cohabitación; hoy en día, esta práctica precede a más de la mitad de los matrimonios que se celebran. Cuarenta por ciento de los matrimonios terminan en divorcio. El amor verdadero exige un obsequio total y definitivo de una persona a otra. Si una “cultura del divorcio” tiene más fuerza que la “cultura del matrimonio”, muchas personas nunca llegarán a saber lo que significa amar de manera devota en toda su vida. Las tragedias matrimoniales afectan no sólo a la pareja y a sus hijos; todos nos vemos afectados y todos nos afligimos por ello.

También durante su visita a los Estados Unidos, el Santo Padre dijo a los obispos: “Es su tarea proclamar de manera audaz los argumentos que desde la fe y la razón están a favor de la institución del matrimonio, entendida como un compromiso de toda la vida entre un hombre y una mujer, abierto a la transmisión de la vida”. La Iglesia necesita el matrimonio para entender su propia relación con Cristo. Algunas veces la enseñanza de la Iglesia sobre la moral sexual resulta incomprensible, sencillamente porque las personas no comparten el entendimiento intuitivo de la fe de que la diferencia sexual y la actividad sexual están íntimamente ligadas a la adoración de Dios.

Cristo está relacionado con su Iglesia y su pueblo, por lazos de amor auto-sacrificado. El matrimonio no crea esa relación, pero aquel matrimonio que es fiel y fructífero, la fortalece. Cada creyente tiene un interés personal en el éxito de cada matrimonio. La Iglesia desea que el matrimonio tenga éxito y, siempre apoyándose en la gracia de Dios, ha creado varios medios para ayudar a los esposos y esposas en su vida matrimonial.

Las parroquias proporcionan a cada familia la adoración y la oración, así como oportunidades para servir a otros esa llamada y llevarlos a una vida alejada de los asuntos que hoy en día marcan tanto nuestras vidas. Si la velocidad de la vida disminuyera, entonces la comunión entre las esposas y los esposos y de ellos con sus hijos, así como la amistad que se alimenta con el tiempo que se pasa juntos se convertiría en una posibilidad. La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos ha creado la Iniciativa Pastoral Nacional para el Matrimonio (www.foryourmarriage. org), y nuestra Arquidiócesis participa en esta iniciativa y ha creado otros medios para alentar a esposos y esposas en sus vidas matrimoniales ([email protected] g).

Este mes se estrenará una película que da cuenta de las dificultades de una pareja casada que ha decidido divorciarse. El padre del esposo, a partir de la experiencia de sus propias dificultades maritales, orienta a su hijo sobre cómo salvar el matrimonio que el hijo ha consentido en dejar morir. La película refleja el sentido cristiano evangélico del matrimonio, como un convenio, el cual puede ser compartido por los católicos y completado con nuestro entendimiento del matrimonio como un sacramento. No veo muchas películas, pero vi esta y me conmovió. Se llama “Fireproof”. El esposo es un bombero que sabe que cuando se combaten incendios nunca debes abandonar a tu compañero. Él tiene que aprender lo que eso significa para su esposa y su matrimonio.

La Iglesia Católica recientemente beatificó a Zelie y Louis Martin, los padres de la Pequeña Flor, Santa Teresa de Lisieux. Los Martins perdieron a cuatro de sus hijos a una edad temprana, su familia tuvo que alojar a las tropas prusianas en la casa familiar durante la invasión alemana de Francia en 1870, sus vidas se vieron afectadas por la enfermedad y conocieron lo que significaba tener pérdidas financieras. También conocieron el humor, el amor por los más pobres que ellos y el amor a Dios. Era una familia de santos.

Eso es lo que el matrimonio, en el fondo, debe ser: Una escuela de santidad, una manera particular de seguir al Señor en un amor que se sacrifica a sí mismo. A las parejas que este año cumplen sus Bodas de Oro, mis felicitaciones y mi agradecimiento.

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