Cardenal Francis George, O.M.I.

María Inmaculada en Chicago y Lourdes

jueves, julio 31, 2008

La doctrina de que María de Nazaret careció de pecado desde el primer momento en que fue concebida en el útero de Santa Ana, fue definida oficialmente por el Papa Pío IX en 1854. Cuatro años más tarde, en 1858, María se apareció en Lourdes, Francia, a Santa Bernadette Soubirous (Santa Bernardita S.).

En el curso de dieciocho apariciones ocurridas durante un periodo de cinco meses, María le dijo a la jovencita: “Soy la Inmaculada Concepción”. Las palabras no tenían sentido para Bernardita, pero las repitió una y otra vez a sí misma para decírselas al sacerdote de su parroquia, quien supo que ella no pudo haberlas inventado. La Santa Virgen también dijo a Bernadette: “No les prometo su felicidad en este mundo, sino en el siguiente” e indicó a Bernadette que les “dijera a los sacerdotes que las personas debían ir ahí en procesión”. En una carta escrita al Padre Ferdinand Gontrand, O.M.I., Bernadette puso por escrito, por primera vez en 1860, lo que había sucedido dos años atrás. Es ese reporte el que uno lee durante la Liturgia de las Horas por la festividad de Nuestra Señora de Lourdes el 11 de febrero.

En 2008, durante el 150º aniversario de las apariciones, la Arquidiócesis de Chicago hará un peregrinaje oficial al santuario de María en Lourdes con el objetivo de orar. La relación de Chicago con María Inmaculada comenzó mucho antes de la declaración del dogma. Basados en las enseñanzas de los principales Padres de la Iglesia de aquellos primeros años de la cristiandad y apoyados en la reflexión teológica sobre las épocas y el desarrollo de la piedad popular, muchos obispos alentaron a su gente a orar a María Inmaculada. Uno de esos obispos fue William Quarter, el primer obispo de Chicago, quien dedicó la nueva diócesis en el año de 1843 a la “Inmaculada Madre de Dios”.

El Obispo Quarter puede, o no, haber sido conciente de una dedicación similar hecha en 1674 por el Padre Jacques Marquette, S.J., cuando pasó el invierno en la costa sur del Lago Michigan, al cual llamó “el Lago de los Illinois.” El 4 de diciembre, de 1674, el Padre Marquette y sus compañeros arribaron al Río Chicago después de un sufrido viaje de seis semanas desde DePere, Wisconsin. Predicó a los nativos Pottowatomie e intentaba ir con las tribus Illinois cuando cayó enfermo con severos dolores estomacales y digestivos.

En su diario, el Padre Marquette señaló que dijo Misa casi a diario, pero fue “incapaz de celebrar Santa Misa el día de la Concepción (diciembre 8), debido al mal tiempo y el frío”. Las anotaciones de su diario el día 15 de diciembre dicen: “Dijimos la Misa de la Concepción. Después del 14, mi enfermedad se volvió en un flujo sangriento”. El 9 de febrero de 1675, comenzó una novena a María Inmaculada para ganar la fortaleza que necesitaba para visitar a los indios Illinois y después regresó a San Ignacio, el cuartel general de los jesuitas en el otro extremo del Lago Michigan. Predicó entre los nativos de Kaskaskia y dedicaron su misión allí y el propio río Mississippi a “la Inmaculada Concepción de la Santa Virgen”.

Al final del invierno, el 30 de marzo de 1675, escribió: “La Santa Inmaculada Virgen nos ha cuidado de tal manera durante los tiempos de invierno que no nos ha faltado provisiones y aún tenemos una enorme saco de maíz, con algo de carne y manteca. También vivimos de manera muy agradable, pues mi enfermedad no evitó que pudiera decir la Santa Misa cada día. Nos fue imposible guardar la Cuaresma, excepto los viernes y los sábados”. Durante la travesía de abril a lo largo de la orilla occidental del Lago Michigan de regreso a San Ignacio, Marquette murió el 18 de mayo de 1675, cerca de lo que ahora es Ludington, MI. Tenía 38 años de edad y había sido jesuita por 21 de esos años.

Su superior jesuita, el Padre Dablon, escribió sobre él: Fue “un francés con los franceses, un hurón con los hurones, un algonquín con los algonquines… pero lo que aparentemente predominó fue una devoción, al mismo tiempo rara y singular, a la Virgen María, y particularmente hacia el misterio de su Inmaculada Concepción. Todas sus conversaciones y cartas contenían algo acerca de la Inmaculada Santa Virgen, pues fue de esta manera que siempre la llamó. Una devoción tan tierna hacia la Madre de Dios ameritaba una gracia singular; y ella le otorgó el favor que él siempre le había solicitado: morir en un sábado. Sus compañeros nunca dudaron que se le aparecería en la hora de su muerte, cuando después de pronunciar los nombres de Jesús y María, él de repente elevó sus ojos hacia su crucifijo, fijándolos en ese objeto que le producía mucho placer y una alegría que se expresó a través de sus características; sus compañeros tuvieron la impresión, en ese momento, que había entregado su alma en las manos de su buena madre”.

El peregrinaje arquidiocesano a Lourdes se realizará en la primera semana de agosto. Siguiendo el ejemplo del primer misionero que pasó por aquí y del primer obispo de Chicago, oraremos a María Inmaculada por nuestras necesidades personales y las necesidades de la Iglesia y del mundo. Lourdes es una ciudad de los enfermos, con todo diseñado para hacer posible que ellos la visiten, que tomen los baños y oren. Los peregrinos que no hubieran podido de otra manera pagar el viaje están siendo ayudados por personas generosas que hacen posible que personas de todas las clases económicas y estados de salud sean parte del peregrinaje. Llevaremos Chicago a Lourdes, mientras que los ciudadanos aquí, guiados por el Obispo Paprocki y los sacerdotes de la arquidiócesis, participarán en Misas y procesiones especiales, muchas de las cuales se realizarán en las parroquias nombradas en honor a Nuestra Señora de Lourdes o en grutas construidas en los terrenos de las parroquias.

¿Por qué oraremos en Lourdes? Por la curación. Por la curación de las vidas de aquellos que han sido sexualmente abusados y por la curación de las heridas causadas a la Iglesia por tales abusos. Por la curación de la animosidad entre católicos y el odio hacia nuestra religión. Por la curación de las familias, muchas de las cuales han sido desgarradas por el divorcio y el abandono, por la deportación de padres y madres, por diferencias aparentemente irreconciliables entre esposos y por las presiones económicas. Por la curación de las divisiones entre los cristianos y entre razas y culturas. Por la curación de las heridas causadas por la guerra y los conflictos civiles. Por la curación de cuerpos y almas, la curación de nuestro destrozado ser a través del perdón de nuestros pecados. Es un peregrinaje arquidiocesano y oraremos por Chicago.

Invito a todos a unírsenos en esta oración. Que Dios los bendiga.

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