Cardenal Francis George, O.M.I.

El día que el Señor ha hecho…

lunes, marzo 31, 2008

El Domingo de Pascua, o Domingo de Resurrección, celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Esta victoria es, de manera directa e inmediata, obra del Señor y la Pascua es, por lo tanto, el día hecho por el Señor. La primera creación del mundo se extravió; la re-creación del mundo comienza en la Pascua, cuando todo se renueva. “Este es el día que el Señor ha hecho: Regocijémonos y alegrémonos”. (Salmo 118: 24).

El asombro de las santas mujeres en la tumba, de los discípulos en el camino de Emaús, de los apóstoles que encontraron la tumba vacía, dio pie a la alegría en sus reuniones con el Señor Resucitado. “Jesús es el Señor”, exclamaron y todo y todos tienen una segunda oportunidad para acceder a la vida y la alegría eternas.

Durante la Vigilia Pascual, cuando la vela que simboliza a Cristo, la luz del mundo es preparada y encendida, el sacerdote declara que todo tiempo y toda era pertenecen a Cristo. La resurrección de Jesús de entre los muertos es el fulcro de la historia, el suceso que da máximo significado a cada tiempo y edad, a cada tiempo y suceso de la vida.

La Pascua entra en nuestro tiempo no sólo una vez al año; todo domingo se vuelve una celebración de la resurrección del Señor de su sepultura. Gracias a la resurrección de Cristo, el domingo se convierte en el Día del Señor; y ha sido marcado como tal desde tiempos apostólicos por todos aquellos quienes llaman “Señor” a Jesús.

En nuestros tiempos, el sentido de que el domingo es el día del Señor fue menguando conforme el fin de semana se convirtió más y más en un periodo de dos días de tiempo personal para ser estructurado y pasado como los individuos eligen hacerlo. Nosotros y no Dios, nos convertimos en los únicos hacedores del tiempo alejado del trabajo. Las demandas del comercio y de la ley han superado en nuestra sociedad la dinámica de nuestra fe, de la familia, de la amistad. Nuestra experiencia colectiva del tiempo ha cambiado.

Aún recuerdo la discusión que había en los periódicos cuando asistía yo a la escuela primaria sobre si la ley debía cambiarse o no para permitir que las tiendas abrieran los domingos. Pocos previeron que cambiar la ley en nombre de la conveniencia de las personas cambiaría también las buenas costumbres de toda nuestra sociedad. ¿Cómo, entonces, deben los católicos guardar en la actualidad el domingo?

Puesto que cada misa hace presente de manera sacramental el cuerpo y la sangre resucitada de Cristo, cada domingo los católicos se sumergen en el misterio pascual al participar en la celebración de la Eucaristía. La tarea de adorar a Dios como él mismo desea ser adorado hace que la asistencia a la Misa sea obligatoria cada domingo para todo católico. Sin embargo, asistir a Misa es sólo el mínimo requerido para guardar el domingo como Día del Señor.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que: “El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana”. (No. 2186). Quizá una buena medida de nuestra intención para guardar santo el domingo es preguntarse si la cena del domingo, precedida por la gracia ante los alimentos, permanece o no, una tradición familiar. El esfuerzo generoso que se necesita para preparar la cena, la cooperación para organizar la ayuda y participación de todos, la invitación de familiares y amigos cercanos, la conversación antes y después de comer juntos, todo sirve para crear un sentido diferente del tiempo el día domingo.

Obviamente, aquellos que deben trabajar los domingos (doctores, enfermeras, policías, bomberos y otro personal de emergencia, los trabajadores de restaurantes y otros similares) les está permitido hacerlo; el sustento de su familia se los demanda. Sin embargo, abstenerse de trabajo o negocios innecesarios o agotadores es parte de nuestra celebración del Día del Señor. Cristo se elevó de entre los muertos para traernos nueva vida; el domingo no debería estar dominado por las demandas de lo antiguo. Descanso y ocio son señales de la libertad que nos trae la gracia de Dios. El estar ajetreado es una trampa de la cual nos rescata nuestra fe.

Hacer una reflexión adicional sobre la abstención del trabajo podría animarnos a reconsiderar el lugar que ocupan los deportes organizados en los domingos. Lejos de ser actividades recreativas, los deportes organizados pueden, en algunas ocasiones, convertirse en presiones enormes para padres y niños. El año pasado, el Consejo Presbítero votó por evitar la programación de cualquier evento deportivo patrocinado por la parroquia durante las mañanas de los domingos.

Lo escrito por el difunto Papa Juan Pablo II sobre la celebración del Día del Señor nos dice: “… el Día del Señor es bien vivido si está marcado desde el inicio hasta el final por un agradecido y activo recuerdo de la obra salvadora del Señor. Esto compromete a cada uno de los discípulos del Señor a conformar los otros momentos del día (aquellos fuera del contexto litúrgico): la vida familiar, las relaciones sociales, los momentos de relajación, de tal manera que la paz y el gozo del Cristo Resucitado broten de los sucesos ordinarios de la vida”.

Oro para que esta Pascua nos permita a todos nosotros probar de nueva cuenta la alegría de la resurrección. Este año agregaré a esa oración otra, para que la paz y el gozo del Cristo Resucitado marquen todos los domingos de nuestras vidas. Que tengan una bendita Pascua.

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