Cardenal Francis George, O.M.I.

Cuaresma: Un ensayo de cómo morir bien

viernes, febrero 29, 2008

Durante los cuarenta días de Cuaresma, las prácticas del ayuno, la oración y el dar limosna nos ayudan a morir en nosotros para así poder vivir en Cristo. Si nos conectamos en mente y alma con él podemos verlo en otros.

El seguir el modelo de Cristo en esta vida nos prepara también para encontrarnos con él en la siguiente. Pero entre el encuentro que tenemos con Cristo ahora, en los otros, en los sacramentos, en las Santas Escrituras, y nuestra reunión con él en la vida eterna está el suceso de nuestra muerte corporal. Los santos han “ensayado” con el momento que traería esta vida a su fin para poder rendirse libres y en forma total al Señor en la muerte. La Cuaresma es ese “ensayo”. Al morir de pequeñas maneras durante la Cuaresma, nos preparamos para la rendición final y total que traerá nuestra muerte. Cuando morimos en Cristo, morimos como Cristo murió: “Antes de ser entregado a la muerte, una muerte que él aceptó libremente” (Oración Eucarística II).

Las consideraciones acerca de la muerte son morbosas para algunos, preocupantes para otros. La mayoría de los preparativos comunes para la muerte intentan controlarla, de alguna manera. Al hacer un testamento, disponemos de nuestros bienes materiales cuando ya no podemos utilizarlos. De esta manera nuestro “testamento” amplía la influencia de estos deseos más allá de la muerte. Al dar instrucciones por adelantado para el cuidado de nuestra salud durante una eventual pérdida de la conciencia, nuevamente ejercitamos un control cuando ya no podemos tomar decisiones nosotros mismos. La muerte, sin embargo, es por definición, la pérdida completa del control subjetivo de nuestras vidas. El ceder el control en la muerte puede ser visto por los creyentes como una rendición ante Dios, o como un deslizamiento a la nada por aquellos que creen que la vida presente es la única que tenemos.

El perdón de los pecados que pedimos durante la Cuaresma, especialmente al hacer una buena confesión y recibir absolución, trae consigo la esperanza en la vida eterna. La muerte es la consecuencia del pecado. “como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte” (Romanos 5:12). Experimentar el perdón total de nuestros pecados abren para nosotros una vida en la buena gracia de Dios, aquí y en la eternidad. Probar el infinito amor de Dios, saber que somos uno con él aquí, fortalece nuestra confianza de que viviremos con él por siempre. El auto sacrificio de Cristo que hace posible el perdón de nuestros pecados nos da todas las razones para vivir en la esperanza y enfrentar a la muerte como es debido. Si alguien se encuentra enredado en el pecado, entonces es más probable que él, o ella, huya de la muerte y busque distracciones de todo tipo para ocultarse de ella.

Si vivimos en Cristo ahora, entonces no moriremos solos. En la vida y la muerte, nos vemos acompañados por él y por todos aquellos a quienes él ama, incluyendo los ángeles y los santos de todas las épocas. En este contexto, hacer un testamento es un acto de caridad, y dar instrucciones por adelantado para el cuidado de la salud es una manera de conformar nuestros deseos a la voluntad que tiene Dios para nosotros. En meses recientes, la Santa Sede ha clarificado una vez más que la comunidad cristiana no puede permitir que se mate de manera deliberada a una persona que se encuentra inconsciente. Ni puede uno dar instrucciones que resulten en una eutanasia pasiva al retirar alimentos y agua cuando el cuerpo pueda aún nutrirse con ellos. En el Evangelio según San Mateo, Jesús nos da un vistazo del último juicio. “Señor, cuando te vimos hambriento o sediento... y no ministramos tus necesidades. En verdad os digo, que cuando no lo hicieron por uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. (Mt. 25:46).

Las decisiones sobre el cuidado de nuestra salud en caso de que perdiéramos la conciencia antes de morir no pueden ser completamente Resueltas al detalle con anticipación por nadie. Por lo tanto las instrucciones escritas pueden resultar menos útiles para los cuidadores que el otorgar el poder legal para cuidados de salud a alguien en quien se confíe para tomar las decisiones a la luz de nuestra fe común y excluyendo el amor personal por el paciente. En nuestra muerte, como en nuestro funeral o entierro, seguimos siendo parte de la comunidad de fe, una comunidad que se basa en la confianza de que otros cuidarán por nosotros porque nos aman con el amor propio de Cristo.

La comunidad forma la conciencia de uno. Si el juicio personal, subjetivo que tenemos estuviera sólo para determinar lo que es moralmente correcto, entonces cualquiera que tuviera el poder legal o económico podría imponer sus creencias sobre los demás. Pero la moralidad no es ni arbitraria, ni está sujeta al capricho o la voluntad del poderoso. Una buena conciencia hace moralmente correcto los juicios que nos permiten actuar siempre de acuerdo a la voluntad que Dios tiene para su pueblo y para cada uno de nosotros de manera personal. Una conciencia subjetiva no es la fuente de la verdad moral; sólo en el reconocimiento de una verdad moral objetiva a la cual estamos todos ligados podemos vivir juntos y ayudarnos los unos a los otros para morir bien.

La Cuaresma es un tiempo para prepararnos para la muerte y para orar por una buena muerte, pedir perdón por nuestros pecados y desarrollar una conciencia correcta. Que tengan una feliz Cuaresma.

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