Cardenal Francis George, O.M.I.

Confirmación: Se fuerte pero no seas duro

junio 1, 2007

La fractura que sufrí en el hueso del fémur de mi pierna derecha el pasado Sábado Santo, me impidió asistir a un par de ceremonias de confirmación que habían sido programadas para mí en las semanas pasadas. Extrañé no haber hecho esas confirmaciones. En una arquidiócesis tan grande como la nuestra, las confirmaciones se celebran durante todo el año, pero el tiempo privilegiado para la confirmación sigue siendo las semanas que hay entre la Pascua y el domingo de Pentecostés. Cada tarde, los obispos auxiliares van a las distintas iglesias para confirmar a (en su mayoría) hombres y mujeres jóvenes de la arquidiócesis. Estoy muy orgulloso de los esforzados obispos y de aquellos a quienes confirman, así como de aquellos que ponen tanto tiempo y entusiasmo para preparar a los jóvenes que se confirman.

La confirmación sella nuestro bautismo. La primera vez que recibimos la vida de Dios es en el bautismo, cuando la Santa Trinidad viene a nosotros con gracia santificadora e infunde virtudes. Estos dones nos purifican y nos traen a la vida misma de Dios. Ese compartir en la vida divina es “confirmado” o sellado cuando el Espíritu Santo viene de nuevo a través de las manos que se posan y el ungimiento que se realiza durante la ceremonia de confirmación. Cuando los bautizados son adultos, la confirmación es recibida justo después del bautismo; para aquellos que fueron bautizados cuando eran unos infantes, la confirmación es dada después de que uno ha sido catequizado y ha llegado a un entendimiento adulto de la fe. En la Arquidiócesis de Chicago, la confirmación se recibe con mayor frecuencia en el último grado de la escuela primaria. En otras diócesis, la confirmación es celebrada sólo con estudiantes de secundaria. Yo la recibí hace muchos años de parte del obispo Cousins, cuando estaba en quinto grado. En algunas diócesis, la confirmación es recibida en la misma Misa en la cual el niño recibe su Primera Sagrada Comunión.

Dios es amor nos dice San Juan. El amor de Dios es tan fuerte que por sí mismo es un sujeto, una persona. El Espíritu Santo, la tercera persona de la Sagrada Trinidad, es el amor entre el Padre y el Hijo. El amor cambia todo, y el Espíritu Santo transforma nuestras vidas en la Iglesia y en el mundo. Sin el envío del Espíritu Santo por el Cristo resucitado, la Iglesia sería un museo de recuerdos acerca de Jesús o una fiesta de disfraces en sus ceremonias. El hecho de que los recuerdos formen una fe viva y las celebraciones nos hagan presente al Cristo resucitado es porque el Espíritu Santo es el alma, el dador de vida y la fuente unificadora de la vida de la Iglesia. El amor no puede ser visto de manera directa, pero sus efectos son evidentes en las vidas felices. El Espíritu Santo es invisible, pero su presencia es conocida en los frutos de su acción: caridad, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, generosidad, fidelidad, modestia, auto-control y castidad.

Una persona llena del Espíritu nunca tiene un corazón endurecido; más bien es fuerte al dar testimonio ante el mundo de que Jesús ha resucitado de entre los muertos. Una persona llena del Espíritu sabe cómo hablar la verdad en el amor. Después de ser confirmado, un católico puede encontrar en el Espíritu Santo el valor necesario para tomar decisiones difíciles que lo mantengan fuerte en la fe. El testimonio público hacia Cristo no es fácil en una sociedad que cree que la religión debería ser un asunto simplemente privado, pero el Espíritu Santo siempre trabaja en el mundo y va delante de nuestros propios esfuerzos para hacer que Jesús verdaderamente sea conocido y amado. Deberíamos contar con la fortaleza del Espíritu cuando la necesitamos.

Todos los sacramentos son sociales, en el sentido de que nadie se vuelve santo solo; sin embargo, la confirmación también es social en el sentido de que da la ayuda necesaria para el discípulo de Jesús que intenta encontrar su santificación entre las dificultades de la vida diaria. La confirmación es el sacramento misionero, el sacramento de la Acción Católica, el sacramento de evangelización, el sacramento del culto activo y de la vida apostólica.

Me gusta confirmar, porque siempre estoy orgulloso de aquellos que dan un paso adelante, patrocinados por algún adulto de la comunidad de fe, y que piden al Espíritu Santo la fortaleza para vivir bien la fe. Confirmación es el tiempo en el que una o un joven deberían orar de manera particularmente fuerte para saber lo que Dios desea de ellos.

Este año, en el lunes posterior la fecha en que la Iglesia celebra el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Santa Virgen María, en el domingo de Pentecostés, nuestro país conmemora el Día de los Caídos. Recordamos con gratitud a aquellos cuyas vidas se cortaron al morir protegiendo a nuestro país y a aquellos a quienes amaron. Este año, en el que la guerra en Irak se encuentra en el centro de una discusión política divisiva, todos podemos orar unidos por aquellos que están peleando ahora y por aquellos que han muerto en el servicio militar. La semana pasada el Chicago Tribune publicó un maravilloso reporte del ministerio sacerdotal del Padre John Barkemeye, un sacerdote de Chicago que es capellán militar en Irak. Él pasó a ser parte del grupo de sacerdotes de Chicago que sirven en el servicio militar de nuestro país; cada uno de ellos podría contar historias de amor y dedicación. Estos capellanes son fuertes, pero no duros. Que Dios los proteja y que Dios también bendiga a aquellos que este año son confirmados en nuestra arquidiócesis.

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