Cardenal Blase J. Cupich

La imaginación católica está viva y bien

junio 9, 2025

El padre Andrew Greeley nació en Oak Park y falleció el año antes de que yo llegara a Chicago. Sacerdote mundialmente famoso de esta arquidiócesis, el sociólogo y novelista estaba fascinado por lo que él llamaba la imaginación católica. Con esto quiso decir que los católicos, creyendo que Dios está presente en toda la creación, viven en un mundo encantado de estatuas y agua bendita, vitrales  y velas votivas, ritos, jerarquía, medallas religiosas, cuentas de rosario y estampitas.

Estas cosas católicas son apenas indicios de una sensibilidad religiosa más profunda y generalizada que inclina a los católicos a ver lo sagrado que acecha en la creación. El padre Greeley creía que esta imaginación católica estaba en el corazón de la participación de la iglesia para convertirse en un mecenas líder de las artes a través de los siglos, permitiendo que las imágenes artísticas comunicaran conceptos espirituales que los textos doctrinales por sí solos no lograban hacer.

Vi la imaginación católica viva y bien en un grupo de niños en la Academia Our Lady of Mount Carmel, la cual visité después de regresar del cónclave que eligió al papa León XIV. Con la ayuda de algunos maestros muy talentosos y generosos, ellos organizaron y participaron con entusiasmo en lo que llamaron un “cónclave simulado”. Ataviados con túnicas cardenalicias y birretas que lucían auténticas, se sentaron en mesas que lucían bastante similares a las que usamos en la Capilla Sixtina. Guardias suizos, vestidos con atuendos sorprendentemente auténticos, fueron puestos para proveer seguridad.

Los alumnos-cardenales marcharon en procesión en una sola fila, uniéndose en el canto de la Letanía de los Santos. Hicieron juramento de secreto, entonaron “Veni Creator” y fueron testigos de la despedida de todos los demás con la proclamación “extra omnes”. Luego se pusieron manos a la obra, primero escuchando una meditación y luego votando en la primera votación para el próximo papa.

Estaba claro que estaban encantados con el proceso de elegir a un nuevo “Sucesor de Pedro”, pero también llevaron a cabo su trabajo con la sensibilidad de que Dios estaba trabajando a través de este proceso. Compartieron unos con otros sus esperanzas y aspiraciones para la Iglesia y las cualidades necesarias en la persona que podría mover a la Iglesia en esa dirección.

Votaron de forma muy similar a como lo hicimos en la Capilla Sixtina, colocando sus votos en la patena y depositándolos en un cáliz, haciéndolo con gran reverencia y en silencio. El conteo se realizó según los procedimientos publicados. Nadie fue elegido en las primeras dos votaciones, sin embargo en cada ocasión se tomaron su tiempo para discernir quién sería el mejor.

La mayoría necesaria de dos tercios se alcanzó, en muy poco tiempo, debo añadir (no muy diferente del cónclave real). Poco después, humo blanco se elevó a través de las tuberías preparadas hacia el patio, donde el resto de los niños de la escuela se había reunido. Llegó el anuncio: “¡Tenemos papa!”. Todos aplaudieron y saludaron al nuevo “pontífice” con cánticos de “viva el papa”.

El recién elegido “papa” incluso seleccionó un nombre para sí mismo: Agustín. Sí, este simulacro de cónclave logró elegir a un alumno que tomó el nombre de Agustín sólo unos días antes de que nosotros los cardenales en la Capilla Sixtina eligiéramos papa a un miembro de la Orden de San Agustín de Chicago. Esto multiplicó su alegría.

Estoy convencido de que así como mi experiencia en el cónclave que eligió al papa León me marcará para el resto de mi vida, también estos jóvenes recordarán siempre que fueron parte de algo mucho más grande que ellos mismos y que tuvieron una experiencia de la presencia de Dios que permanecerá con ellos. Ellos experimentaron la imaginación católica.

Todos debemos estar impresionados por cómo los estudiantes y el personal se tomaron el tiempo e hicieron el esfuerzo para ser muy precisos en su preparación, su vestimenta, su estudiada adherencia a los procedimientos publicados, su proceso de discernimiento. Todo esto los abrió a experimentar la alegría de ser parte de algo histórico, y de ser miembro de la familia de Cristo. Siempre recordarán este momento y con suerte creará en ellos una búsqueda de por vida de la imaginación católica.

Una última cosa: les dije que todo lo que hicieron fue perfecto, excepto una cosa. ¡Nosotros en el Vaticano no tuvimos descansos para merendar con galleticas saladas! Quizás le sugiera al nuevo papa que debería considerar una reforma similar en el proceso del conclave.

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