Cardenal Blase J. Cupich

La pregunta más decisiva: ¿tengo corazón?

noviembre 12, 2024

El papa Francisco ha escrito una encíclica de singular importancia sobre el amor humano y divino del Sagrado Corazón de Jesús: “Dilexit Nos” (“Nos amó”). Él ofrece un camino para responder a la invitación de Dios, en nuestro mundo a menudo sin amor, para hacer avanzar el amor. Como una introducción a la encíclica, quiero llamar la atención a sus reflexiones sobre el corazón humano, lo que significa, y lo que puede hacer.

Al leer la cuarta encíclica del Santo Padre, me surgieron dos pensamientos inmediatos. Primero, él nos llama a vivir auténticamente al estar en contacto con los anhelos profundos de nuestro corazón.

Él nos recuerda que el corazón humano es donde más somos nosotros mismos. Es donde guardamos los secretos sobre nosotros mismos y las esperanzas y los sueños acerca de lo que nuestras vidas pueden ser. “Se trata de aquello que no es apariencia o mentira sino auténtico, real, enteramente ‘propio’”.

Por lo tanto, es importante estar en contacto con nuestra singularidad personal, y apreciar la maravilla de que Dios nos haya creado de una manera irrepetible, llamados a vivir nuestras vidas originalmente con un sentido de misterio y expectativa.

La segunda idea está conectada con la primera.  Cuando nuestros corazones se conmueven y comenzamos a comprender más plenamente quiénes somos, nos volvemos más abiertos a los demás. El Santo Padre da su propio testimonio personal a este respecto cuando escribe: “yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas”.

Tener presente esta conexión entre aceptar nuestra singularidad y nuestra voluntad de entregarnos a nosotros mismos a los demás tiene gran relevancia para hoy. Citando al Concilio Vaticano II, el papa Francisco observa que “los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano”. (“Gaudium et Spes”, 10).

De hecho, dondequiera que miremos hoy, escribe el papa, somos testigos de una sociedad que se vuelve cada vez más despiadada mientras es dominada por el narcisismo y el egocentrismo.

Al papa le preocupa particularmente la manera en que a todos nos afecta la fácil aceptación de la guerra como la solución a nuestros problemas.  “Viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países…podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón”.

Si queremos vivir vidas auténticas y permanecer en contacto con nuestros corazones, debemos resistir cualquier impulso a permanecer indiferentes ante los sufrimientos de los demás y a tolerar la inhumanidad que trae la guerra. El Santo Padre quiere sacar al mundo de su desinterés y apatía mientras las guerras plagan a la familia humana, dejando nuestros corazones fríos ante el sufrimiento de los demás, cuando escribe: “Bastaría mirar y oír a las ancianas —de las distintas partes en pugna— cautivas de estos conflictos devastadores. Es desgarrador verlas llorando a sus nietos asesinados, o escucharlas desear la propia muerte porque se han quedado sin la casa donde han vivido siempre. Ellas, que muchas veces han sido modelos de fortaleza y resistencia a lo largo de vidas difíciles y sacrificadas, ahora que llegan a la última etapa de su existencia no se les ofrece una merecida paz, sino angustia, miedo e indignación. El recurso de decir que la culpa es de otros no resuelve este drama vergonzoso. Ver llorar a las abuelas sin que se nos vuelva intolerable es signo de un mundo sin corazón”.

Y sin embargo, para resistir el impulso de permanecer indiferentes, “no nos basta conocer el Evangelio ni cumplir mecánicamente lo que nos manda. Necesitamos el auxilio del amor divino”. Al amar como Dios ama, encontramos nuestro verdadero yo y nos abrimos a los demás.

Es al permitir que nuestras vidas sean moldeadas por el amor de Dios que encontramos la libertad para decir que sí a la pregunta que el Santo Padre pide a cada uno de nosotros que respondan: “Amando, la persona siente que sabe por qué y para qué vive. Así todo confluye en un estado de conexión y de armonía. Por eso, frente al propio misterio personal, quizás la pregunta más decisiva que cada uno podría hacerse es: ¿tengo corazón?”

Esa es la simple pregunta que todos debemos responder mientras luchamos por vivir vidas auténticas que estén en contacto con nuestros corazones y los corazones de los demás.

Los invito a leer y a estudiar esta encíclica del Santo Padre hermosamente escrita y que pueden encontrar en vatican.va.

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