Cardenal Blase J. Cupich

El papa Francisco sobre el diálogo interreligioso

octubre 10, 2024

Durante su viaje apostólico a Asia y Oceanía, el papa Francisco llevó a cabo una sesión en Singapur con un grupo de jóvenes sobre el tema del diálogo interreligioso. Durante ese evento, el papa observó: “Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso”. Luego planteó la pregunta, qué pasa si este diálogo comienza al “discutir: ‘mi religión es más importante que la tuya’, ‘La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera’. ¿Adónde lleva todo esto?”

Un joven respondió: “A la destrucción”. “Sí”, dijo el papa, “Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios...  Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sij, otro, musulmán, hindú, cristiano”. 

Sorprendentemente, sus palabras irritaron a algunas personas que acusaron al papa de relativizar la afirmación cristiana de la verdad y de decir que todas las religiones son iguales. Algunos llegaron incluso a acusar al papa de sembrar confusión y socavar su oficio petrino. Por supuesto, el Santo Padre no dijo nada de eso.

Tengamos en cuenta que el papa Francisco pronunció estas palabras durante una sesión de preguntas y respuestas diseñada para entablar un diálogo interreligioso con un grupo de jóvenes de diversas religiones en Singapur, donde una pequeña minoría de la población es católica. Él señaló, correctamente, que uno no comienza un diálogo diciéndole a los demás que están equivocados. Más bien, el diálogo comienza con encontrar lo que tenemos en común.

En este sentido, lo que dijo el Santo Padre estaba en consonancia con la enseñanza católica. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, 842-843: “El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen y el del fin comunes del género humano: ‘Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra; tienen también un único fin último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa’. La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda, ‘entre sombras e imágenes’, del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones, ‘como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida’” (Lumen Gentium, 16).

El Santo Padre comenzó su diálogo con estos jóvenes en sintonía plena con el reconocimiento de la Iglesia Católica de que hay un vínculo entre todos los pueblos que proviene especialmente del origen y fin comunes de todo el género humano. El papa Francisco estaba invitando a sus interlocutores a reconocer cómo están unidos como hijos e hijas de Dios, abriendo así un camino para que persigan juntos la búsqueda de la verdad. Este es el tipo de servicio que la iglesia debería ofrecer al mundo.   

Nuevamente, el Catecismo nos recuerda lo que creemos al afirmar: “Cuanto es bueno o verdadero en otras religiones viene de Dios y es reflejo de su verdad”. Por esta razón, también enseñamos que “Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”. (CCC, 847).

Como observó el Concilio Vaticano II, nada en esta enseñanza o, de hecho, nada de lo que dijo el papa Francisco en Singapur, resta valor a nuestra enseñanza “que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo”.

Lamentablemente, hemos visto en la historia de la Iglesia a quienes proponen una comprensión muy limitada de esta creencia fundamental. En el siglo pasado, un sacerdote estadounidense, Leonard Feeney, enseñó que solamente los católicos bautizados en agua podrían ser salvados. La Iglesia rechazó esa enseñanza porque, como lo deja claro el Catecismo, es Cristo, la cabeza de la iglesia, su cuerpo, quien salva. En otras palabras, debemos tener cuidado con la tentación de hacernos Dios, cautelosos ante los intentos de restringir cómo Dios cumple el plan divino de lograr la salvación del mundo ganada por Cristo en la cruz. También debemos sospechar de aquellos a quienes les resulta fácil criticar al sucesor de Pedro malinterpretando sus palabras.

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